‘The Batman’: las ventajas de ser un marginado
Uno de los mayores problemas que he encontrado a lo largo de la filmografía de Batman, sobre todo en detrimento de algunos de los cómics más emblemáticos del murciélago, es la lejanía que toman respecto a lo genuino de ser el personaje. Para Zack Snyder era un superhombre venido a más que no tenía problemas en compararse con un Dios, para Christopher Nolan un filántropo que se creía con el poder de tomar el control de todo lo que le rodea, y para Tim Burton un símbolo estético a través del cual combatir el crimen. Por supuesto, ninguno se equivocaba. Pero, por encima de todo, Batman siempre ha sido el trauma que lo acompaña. Pero no tanto como víctima real del problema, sino como alguien victimizado que busca una excusa a su psicótica cruzada.
Hasta la llegada de The Batman, siempre he defendido que la película que mejor entiende esta tesitura es Batman: La LEGO Película. En una secuencia del filme, el endiosado —por sí mismo— Bruce Wayne vuelve de salvar la ciudad y se queda solo frente al microondas, ya que Alfred ha tenido que salir de la mansión y le ha dejado algo preparado. En ese momento ya no hay nada a su alrededor, ni el ruido de la ciudad ni la amenaza de los villanos. Solo él ante la verdad que más le cuesta asumir al propio Wayne: que es un pringado, un cutre, un marginado.
Si los fans de Batman pedían no ver más la muerte de Thomas y Martha Wayne no era —solo— porque ya la hayamos visto chorrocientas veces en las últimas adaptaciones, sino porque el personaje ha quedado retratado, sin voluntad propia, por lo que es en realidad: un pesado victimista. En los cómics, como decía, todos acaban entendiéndolo: Dick Grayson se marcha de su lado después de aguantar sus tonterías demasiado tiempo, y ninguna mujer aguanta mucho a su lado. Pero en los filmes, a pesar de vislumbrarse en pequeños detalles, todo quedaba soterrado ante la grandiosidad del héroe.
The Batman ha llegado para cambiar eso. En primer lugar, se encarga de mostrar al murciélago como lo que es para todos: un símbolo de terror y misterio. Con una secuencia magistral en la que el personaje no aparece pero parece que esté en todos lados, el hecho de SER BATMAN, con mayúsculas, se remarca. Es una sombra, una leyenda urbana que puede aparecerse en cualquier momento. Y cuando aparece, él mismo se encarga de presentarse: «Soy la venganza». Algo que viene a cambiar por completo el status quo de la ciudad.
Pero después, cuando la película se queda a solas con él, se muestra la contraparte de este símbolo. Batman es un niño malcriado que trata mal a Alfred, la única persona que ha estado a su lado toda su vida, que se despreocupa de todo lo que ocurra a su alrededor si no tiene nada que ver con su cruzada y que se ha construido una coraza con su dolor infantil, con la cual pretende justificar cualquiera de sus acciones. De este modo, en el primer acto vemos a un justiciero desatado, alguien que no tiene miedo a las consecuencias y que prácticamente cae en la esquizofrenia a la que una ciudad tan maldita como Gotham te puede llevar. Y después, cuando ya ha definido bien el estado anímico del Batman más emo que hemos visto en acción real, se encarga de mostrar su paternalismo; no deja que nadie a su alrededor sostenga una pistola —sobre todo Selina, no vaya a ser que acabe eso con su moral— mientras él puede permitirse el lujo de hacer volar coches por los aires.
Lo mejor de la película —y la verdad es que tiene muchos elementos que la hacen digna de admirar— es lo bien que retrata a este Batman que ya no engaña a nadie, ni a sí mismo. De hecho, todos a su alrededor se encargan de recordárselo. Catwoman, el mejor personaje a nivel discursivo del filme, lo define como lo que es: un tío blanco rico que en poco se diferencia de los hombres corruptos de Gotham. Y Enigma, en un discurso algo demagogo pero que no deja de plantar la verdad sobre el porqué del crimen en la ciudad, le canta las cuarenta dejándole claro que, mientras toda la ciudad lloraba al huérfano de Gotham, otros cientos de chavales estaban en la misma situación pero sin los millones de dólares que le hacían de almohada. Es este momento, junto a un oportuno criminal repitiendo el discurso de Bruce —«Soy la venganza»— lo que hacen reflexionar al murciélago. Lo que le hacen dejar de lado la venganza para convertirse en la justicia. Y es que descubre que no es más desdichado que cualquiera de los que se cruzan en su camino.
No obstante, el discurso de Enigma también es paradigmático sobre lo que es Batman en realidad: un incel, un terrorista en potencia que se victimiza y utiliza su condición de marginado para la violencia. El término incel —involuntariamente célibe— define a una especie de subcultura digital de hombres que dicen ser incapaces de tener relaciones románticas y sexuales por diferentes excusas como el físico o la timidez, lo que les lleva a ser misántropos, misóginos y a defender la violencia contra la mujer. Los incels ya han propiciado ocho matanzas declaradas, con un total de 61 muertes, y es una comunidad que, desgraciadamente, no deja de estar presente en redes.
Manteniendo las distancias discursivas, tanto las excusas que utilizan como los métodos que llevan a cabo son extremadamente similares a los de Enigma. Es un villano que vive de las redes, que se comunica con sus allegados a través de la deep web, que convence a sus acólitos de cometer un acto terrorista por el simple hecho de vengarse contra una sociedad que no ha sido justa con ellos. Son victimistas que utilizan su dolor para hacer daño, y en eso Batman no puede evitar verse reflejado.
De hecho, este mismo discurso es el que se intentó reflejar en Joker, la película de Todd Phillips que le valió un Oscar a Joaquin Phoenix. Pero mientras el filme de Phillips se coronaba como un alegato social que invitaba a revelarse contra el sistema y no tenía demasiado claro el mensaje que pretendía dejar en el público, en The Batman el director consigue recular a tiempo para no perderse en la queja y quedarse en un «espabila, Batman» que provoca que el protagonista encuentre la respuesta al camino por el que va dando tumbos durante el filme.
Así, por más que Matt Reeves haya tenido que recurrir a recursos fáciles de los que había huido durante toda la película —como la inundación de todo Gotham o los plot twists pochos sobre la familia Wayne—, el director consigue construir una historia de orígenes impecable, en la que la evolución del protagonista prima por encima de todo. Es curioso porque no recuerdo ninguna película del héroe donde Bruce aparezca tan poco tiempo sin la máscara puesta. Y, sin embargo, se trata de una de las que mejor ha conseguido retratar su personalidad y, por encima de todo, guiarla desde la oscuridad más tenebrosa que le caracteriza hasta el pequeño halo de luz que se halla al final.
La belleza está en el tono
Si hay algo que agradezco a The Batman, más allá de su bien guiado discurso, es el tono que aporta a la película. Sin ningún tipo de complejos a la hora de retratar una ciudad gótica como su propio nombre describe, y a sabiendas de que proviene de un cómic ya de por sí característico, el largometraje tan solo remarca lo que ya conocemos. No intenta inventar un nuevo universo estético, como lo hacía Christopher Nolan con más o menos suerte, ni se centra en el realismo para no salirse de los límites establecidos. Busca reforzar al máximo lo que ya existe del personaje, arriesgando y ganando en todas sus decisiones, algo que es de agradecer sobre todo después de ver propuestas estéticas tan vagas como Spider-Man: No Way Home.
Reeves sabe perfectamente que poner a volar —o, bueno, planear— a Batman es algo completamente fuera de lugar en una película con tono detectivesco. Pero no por ello lo descarta, como sí lo haría Nolan o incluso Snyder. Al contrario, lo hace a riesgo de parecer ridículo, y le aporta un toque de humor realista que humaniza al personaje a la vez que saca una leve sonrisa —remarco lo de leve, que esto es Batman y tampoco vamos a pasarnos— al espectador. Esto es algo que muchos utilizarán para vilipendiar la película, puesto que puede verse como un momento que te saca de la sobriedad del metraje. Pero, al contrario, forma parte de la esencia del personaje, y retratarlo de forma fidedigna es prácticamente un deber para el director.
De la misma forma, Reeves juega con todos los personajes con una total sabiduría de sus características. El mejor ejemplo de ello es El Pingüino. Después de la negativa de Jonah Hill de interpretar al villano —el tío pidió ser Enigma, que le gustaba más—, Reeves se las vio negras para llevar a cabo su visión del personaje. Pero, a riesgo de que le quedara una chapuza, puso en manos de la caracterización a Collin Farrell, y el resultado no ha podido ser más espectacular. Tras seis horas de maquillaje diarios, Farrell consigue ponerse en una piel falsa a la vez que extremadamente realista, que descoloca al público por completo y consigue transmitir tanto el miedo como la lástima que caracterizan al villano.
Asimismo, Catwoman se alza como uno de los mayores aciertos de la película. Cierto es que se la trata con un paternalismo exacerbado, y que el hecho de que su presentación de personaje sea semidesnuda no ayuda a mostrarla como algo más que un cacho de carne. No obstante, Zoë Kravitz consigue llevarse estos estereotipos a un personaje con un carisma desbordante, consiguiendo tomar el testigo directo el de Halle Berry pero aportándole un aire de seguridad enternecedora que deja ver a la perfección lo que se esconde tras su traje de gata.
Por último, el Enigma de Paul Dano, más libre en su caracterización pero clavado en la esencia del personaje, termina de orquestar una galería de personajes extraídos directamente de la viñeta que se engranan a la perfección con la historia. Además, con los complementos Scorsesianos necesarios —políticos y policías corruptos y un Carmine Falcone icónico gracias a la interpretación de John Turturro—, la película toma una dimensión que va en la sintonía perfecta del cómic que, principalmente, adapta: El largo Halloween.
The Batman es, para alegría de todos los fans que nos hemos visto huérfanos del héroe durante su etapa Snyder, la cinta que necesitábamos para reencontrarnos con el personaje. No es perfecta ni como película de superhéroes ni como el remake de Seven que pretendía ser. Pero difícilmente puede superarse como película de Batman.