‘Futurama’: otros tiempos, mismo mundo

24 febrero, 2021Pedro de la Rosa Gil

Futurama es una de esas series difíciles de olvidar. Me he reído sin parar, he llorado de tristeza y me ha hecho pensar y recapacitar. Y claro, en cuanto vi que con la entrada de Disney+ Star volvía a tener todas las temporadas disponibles, no tardé ni dos segundos en empezar a verla —otra vez, ya sabéis lo que dicen, el hombre es el único animal que disfruta dos veces con la misma piedra—. Así que aquí va un pequeño comentario del primer episodio de la mejor serie de nuestras vidas —opinión para nada marcada por mi amor incondicional a esta—.

Piloto espacial 3000 nos introduce en la vida de Fry, un joven bueno para nada que, como nos ha pasado a más de uno, le toca trabajar en fin de año haciendo algo que no quiere. Y en uno de los gifs más míticos de la historia, brindando por otro pésimo año, queda encerrado en una cámara criogénica de la que despierta mil años en el futuro. Hasta aquí todo bien.

«Soy el tío más afortunado de todo el futuro. Me dan otra oportunidad y esta vez no seré un fracasado». Pero aunque sean otros tiempos, sigue siendo el mismo mundo. La gente está atrapada en trabajos para los que están «programados», encerrados por eso a lo que llamamos destino: «Hay que hacer lo que hay que hacer». Como si fueran máquinas a las que ni se molestan en cambiar su nombre por el de su función a pesar de que tengan conciencia —y de la que por supuesto hablaremos más tarde—. Y mientras Fry intenta escapar de su aciago destino como repartidor, nosotros como espectadores podemos echar un vistazo a esa sociedad futura y utópica con la que soñamos en nuestro presente. Esa sociedad que Fry primero contempla, lleno de esperanza y anonadado por el sentimiento de que ahora vive en un mundo mejor.

En esa panorámica del mundo futurista, lo primero en lo que nos detenemos es en una cola de personas esperando entrar en una máquina. Específicamente, en una cabina de suicidio —de la que escuchamos decir que es la máquina de suicidio favorita de América desde 2008, el año de la crisis financiera, todo esto teniendo en cuenta que este episodio es de 1999, ¿son Los Simpson o Matt Groening los que predicen?—. Ese futuro idílico y esperanzador empieza a desmontarse porque ¿de verdad es necesaria una cabina de suicidios en una sociedad perfecta? ¿Una sociedad en la que todos son seleccionados para hacer el trabajo que mejor se les da? Quizás la felicidad no esté ligada al trabajo, quizás que una máquina escoja un trabajo por ti al que tendrás que dedicarle el resto de tu vida. Porque además te implantan un chip para que estés vinculado a dicho trabajo para siempre… no es tan buena idea. Y quizás ahora habría que fijarse un poco más en los detalles: la constante abundancia de publicidad en la ciudad, esa idea de un trabajo que sea tu vida completa, la mercantilización de algo tan sobrio como el suicidio,… quizás —y se que uso mucho quizás— aunque las apariencias cambien seguimos encontrando un denominador común con el pasado: el capitalismo.

Pero sigamos con la historia del joven e ingenuo Fry en su primer episodio en el futuro. En esta cola conoce a Bender, un robot que, como su nombre traducido indica, se dedicaba a doblar vigas, hasta que un día se da cuenta de que su trabajo servía para crear máquinas que mataban a otras personas, las cabinas de suicidios, por lo que decide quitarse la vida. Pero que Fry quiera ser su amigo le hace replantearse las cosas. Y es que Bender nos ha demostrado que es capaz de razonar. Y no solo eso, sino también de tener sentimientos a través del remordimiento por su colaboración en la fabricación de cabinas de suicidio. Por lo que al final ¿qué lo diferencia de un humano? Porque al igual que a Fry, a él lo han programado para hacer un trabajo que no eligió. El hecho de que sea un robot, una «máquina», hace que podamos tener otro razonamiento más utilitario, en la línea de que «ha sido fabricado para ello». Pero Bender y Fry pasan por el mismo proceso, por el mismo problema, y eso es lo que los une.

El Museo de las Cabezas representa nuestro paseo por un mundo mercantilizado, en el que morir y estar muerto se capitalizan por igual.

Mientras Bender y Fry escapan de su destino como repartidores, se ocultan en un museo porque los martes es gratis entrar: El Museo de Cabezas. Este lugar tiene las cabezas de grandes personalidades pasadas que «comparten su sabiduría con aquellos que la buscan». Hablamos de cabezas de personas que estaban ya muertas y que, suponiendo que si los martes es gratis el resto del tiempo es de pago, han sido revividas para que la gente pague por hablar con ellos. Adelantándonos un poco a los acontecimientos presentes, si habéis visto la serie sabréis que determinada cabeza cobra bastante protagonismo en los años venideros, la cual termina hasta consiguiendo un cuerpo, por lo que también podemos suponer que a estas cabezas les podrían haber dado un cuerpo para que pudieran disfrutar del futuro después de su labor en el museo. Pero aquí solo vemos un recinto en el que miles de personas están encerradas constantemente en un tubo de cristal, esperando a hablar sobre sus vidas pasadas con visitantes que han pagado por ello, sin recibir a cambio más que comida para peces, literalmente. Nuestro paseo por un mundo mercantilizado, en el que morir y estar muerto se capitalizan por igual.

Eso no es lo único que el museo nos ofrece, ya que cuando entra la policía junto con Leela para atrapar al prófugo vemos algo a lo que, tristemente, ya estamos algo acostumbrados. «¡Por favor, agentes! No es necesario emplear la fuerza», dice Leela. «Deja que nos encarguemos de esto», aseguran los agentes mientras siguen pegando a Bender y Fry. Y después de que Leela los detenga, diciéndoles que estaban completamente fuera de control, estos responden con un «pero ese es nuestro trabajo, somos agentes del orden —agentes de la paz, si traducimos literalmente—». Creo que se explica solo.

Tienes que tomar tus propias decisiones en la vida, porque eso es lo que separa a los humanos y robots de los animales… y los animales robots.

Toda esta huida termina en la casa de Farnsworth, el tataratatara(…)sobrino de Fry, quien cuenta con una nave espacial que necesita una nueva tripulación. Fry, con toda la ilusión del mundo acepta su nuevo trabajo: ser repartidor. El destino es ineludible, al igual que los problemas del viejo mundo. Al final escapar, ya sea a través del tiempo o del espacio, no sirve de nada, porque los problemas siguen estando vayas a donde vayas. En este futuro vemos que el capitalismo no ha ido a ningún lado, que sigue siendo el eje principal del mundo, y vemos a una población triste, anclada a una vida de servidumbre al trabajo por decisiones que no han tomado. Fry, mientras él y Bender escapan, le dice a este que: «Tienes que tomar tus propias decisiones en la vida, porque eso es lo que separa a los humanos y robots de los animales… y animales robots».

Futurama es una serie crítica, original, concienzuda, seria y divertida, dependiendo de lo que pida el momento. Este texto surge de ese amor incondicional por una serie que, con toda esta profundidad más allá de su apariencia desenfrenada, tiene mucho que contar. Así que si nunca la has visto, o la viste hace mucho tiempo, no dejes pasar la oportunidad de disfrutarla, porque es imposible no hacerlo. Bienvenidos a Nueva Nueva York: otros tiempos, mismo mundo.

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