‘C3PO en la corte del rey Felipe’: lo que no me gusta

29 noviembre, 2021Daniel García Raso

c3po en la corte del rey felipeSi en el título indico «lo que no me gusta», debería ser fácil deducir que, en su inmensa mayoría amplísima de páginas, C3PO en la corte del rey Felipe. La guerra del Estado profundo contra la democracia liberal, el último libro de Pedro Vallín, ilustre e ilustrado periodista de La Vanguardia, publicado por Arpa Editores, me ha encantado. Siempre es un placer rayano con el fetichismo leer a Pedro o, últimamente, disfrutar de sus videohomilías en bucle acompañado de un cubo de palomitas. Al de Colunga me une el prólogo que escribió para mi último libro, Palabra de triple A. Progresismo para transformar la realidad en las grandes producciones de videojuegos —libro que además fue inspirado por su anterior obra, ¡Me cago en Godard! Por qué deberías adorar el cine americano (y desconfiar del cine de autor) si eres culto y progre—, de donde la cosa ha evolucionado a una estima, creo que mutua, y amistad virtual tuitero-wasapera. 

Pero también me unen otras cosas. Su valentía, por ejemplo. Porque Pedro es una anomalía en el panorama periodístico-ideológico de España; alguien a quien no le tiembla la voz para definirse como «liberal» en un país en el que el supuesto garante del liberalismo lleva pulseras con la bandera nacional, defiende los privilegios de la Iglesia y estimula la plutocracia. Y por ello, la izquierda siempre desconfía de lo que se define como liberal: «Vallín es un liberal que va de malote», me dijo un colega de hoz y martillo en cierta ocasión. Y es verdad. Una deliciosa verdad. Porque al marxismo, con demasiada regularidad, le suele costar comprender que la realidad no siempre se comporta como dijo Marx, tanto como que no es necesario estar comulgado por el Partido para denunciar las miserias del neoliberalismo y del capitalismo. Eso me pone de Pedro. También su militante deje antiacadémico; pues, aunque sea imposible mirar a un tema sin acudir a la Academia, en la mayoría de las ocasiones, en los departamentos de ciencias sociales y humanidades se respira una rigidez intelectual en las formas y un encorsetamiento discursivo que conducen tanto al hastío como al aburrimiento.

Por todo, si no has leído C3PO en la corte del rey Felipe, ya tardas. No encontrarás un mejor analista y cronista político para el casi primer cuarto de siglo del nuevo milenio. Uno que lo hace, además, plagando sus juicios y exámenes de referencias pop, casi en exclusiva del cine y la televisión.

Y hasta aquí la merecida felación. Porque de lo que vengo a hablar es de lo que no me ha gustado; porque siempre se habla de lo que gusta y no de lo que hace soltar un «uf»; porque si buscáis encontraréis sin problemas textos y tuits de gente que le canta (con razón) a las bondades de su libro. Es simplemente lo que digo que es: lo que no me gusta, lo que me hizo enarcar una ceja durante su lectura, lo que veo como una flaqueza o, a veces como una contradicción. Pero, parafraseando a Andrés Trasado (segunda vez que lo hago en un texto): esa es mi opinión.

En primer lugar, otra de las cosas que me fascinan de Pedro es la facilidad con la que provoca urticaria en las plañideras de la historiografía. Y lo digo yo, licenciado en Historia. «Es que es como que dice que los historiadores nos inventamos las cosas», me dijo en cierta ocasión una chica en vías de convertirse en historiadora del arte. Realmente, lo que no se cansa de señalar Pedro es algo que también compartimos muchos historiadores y otros humanistas o científicos sociales: que el complejo de inferioridad de las ciencias sociales y las humanidades les lleva a querer hablar de «verdades» en el sentido en el que lo hacen las ciencias naturales o exactas. Lo señala acertadamente, y sin dejar pasar la oportunidad de realizar una crítica a su gremio: «La tragedia de la ciencia pura respecto a las autoindulgentes ciencias sociales es que cuando inicia sus pesquisas desconoce si encontrará respuesta o cuál será el signo de esta, y que sus hipótesis requieren verificación fehaciente. Las de la historia, la filosofía o la ciencia política solo exigen relato, debate y suerte. Como el periodismo, poco más o menos». 

pedro vallin

Es certero y divertido, ¡cómo negarlo! Pero lo es menos atribuir a Jared Diamond y su obra, Armas, gérmenes y acero, un papel mesiánico, de verdad revelada. Y no porque lo que escribió Diamond no contribuya al desenredo de la verdad —razón en cantidades industriales retiene al decir que la historia no es el resultado de las gestas de grandes hombres—, sino porque de ello se desprende una subordinación de unas ciencias y disciplinas a otras en una jerarquía que va de menor a mayor importancia heurística. Es un síntoma de determinismo y reduccionismo, más cercano a una concepción newtoniana del conocimiento que a la de la contemporaneidad; por ejemplo, la de la «nueva alianza» por la que clamaba Ilya Prigogine y clama la teoría del caos —que tampoco es el único y más mejor modelo epistemológico—. Es lo mismo que hacen los historiadores que creen sacar a la luz la verdad con sus investigaciones; los mismos historiadores a los que Vallín crispa con sus afiladas reflexiones.

Hay un acercamiento absolutista a la historia del pensamiento que se entrega a una suerte de Biblia científica que lo explica todo, sin contar con las numerosas críticas que recibió Diamond, no solo de historiadores, sino de, verbigracia, antropólogos y geógrafos; porque es una comprensión de la ciencia que, asimismo, no han compartido ni comparten numerosos científicos puros de indudable éxito y relevancia, sea en biología (Stephen Jay Gould), endocrinología (Robert Sapolsky) o química (el mismo Prigogine), y que, por otro lado, tampoco casa bien con el paradigma kuhniano. Las ciencias sociales trabajan con un método —que a veces exaspera—, uno que no debe aspirar a leyes universales; y las ciencias puras con otro, que sí puede establecer leyes universales. El problema es proyectar verticalidad y no horizontalidad. Ojo, sé que Pedro (o eso creo) no piensa así, pero sí lo puede entender de este modo mucho lector despistado.

En el mismo sentido, es paradójico que, con toda su jugosa provocación a las ciencias sociales y las humanidades, Pedro eche mano de un cliché académico nacido en los departamentos anglosajones de las mismas y que se ha extendido por todo el mundo, tal como usar la coletilla de «hombre blanco heterosexual». Algo que no por cliché deja de ser cierto. De la hegemonía del hombre blanco heterosexual a lo largo de la historia moderna no hay duda, lo que chirría es hacer uso de un lugar común académico de las ciencias sociales y las humanidades. Digamos que a mí no me resultó digno de su habitual elegancia intelectual. Se podría denunciar lo mismo sin usar la apostilla, del mismo modo que se puede poner fin a una relación sentimental sin soltar aquello de «no eres tú, soy yo». En otro símil, es como pensar que el efecto mariposa es lo que aparece en la sobrevalorada película de Eric Bress y J. Mackye Gruber protagonizada por Ashton Kutcher, y no el flujo determinista no periódico que describió Edward Lorenz cuando trataba de modelizar el clima terrestre.

Otro asunto se da cuando a tenor de la manía causada por Ana Iris Simón y su obra Feria, en la que se ensalza, glorifica y se echa de menos la vida en el ámbito rural y un pasado que siempre se nos presenta como mejor, Pedro, en su analogía de ese fenómeno tan reciente que confronta Modernidad y Tradición, utiliza para visionarlo con adecuación el mito del buen salvaje de Rousseau. En sus propias palabras: «Por ilustrarlo de forma que se entienda, viendo a los risueños habitantes de la Polinesia jugando en playas de aguas cristalinas y cielos cegadores, su ausencia de tecnologías bélicas y la generosa abundancia y belleza del entorno que habitaban era fácil tomarlos por angelicales pobladores del paraíso y pasar por alto el detalle de que de vez en cuando tiraban a una muchacha dentro de un volcán para que hiciera buen tiempo». De aquí, de nuevo, cualquier hooligan del colonialismo y el imperialismo saca leche, aunque no haya teta. Yo comprendo perfectamente lo que Pedro quiere transmitir, pero en esa analogía, aunque claramente no es su intención, es posible extrapolar una justificación del colonialismo a la que cualquier energúmeno civilizado recurrirá cuando lo necesite. 

colonialismo

El relativismo cultural funciona con corrección cuando se entiende el contexto antropológico, pero se desvirtúa y conduce a execrables conductas cuando se ponen en la misma balanza dos realidades culturales por completo distintas. El horror que provoca ser testigo de cómo se lanza a una chica inocente a un volcán es el mismo que se despertaba en Phileas Fogg al presenciar que Aouda se iba a sacrificar lanzándose a la pira de su difunto marido en La vuelta al mundo en 80 días de Julio Verne, testimonio del colonialismo donde los haya. Es la habitual descontextualización cultural que cada 12 de octubre realizan los perfiles de Twitter con bandera de España, corazón verde o la cruz de san Andrés al decir que los españoles salvaron a América del genocidio y del canibalismo. Los mismos que escupirían sobre Pedro si tuvieran ocasión.

Y, por último, algo totalmente subjetivo (o más cerca de mi sujeto que lo anterior, si se quiere): siendo un libro que se promociona como episodios de política-pop, he echado en falta más referencias. Las hay, claro que las hay, pero yo quería más. De hecho, hay incluso un capítulo —«Renuncia a Lucifer: política de la Contrarreforma»— en el que no aparece ninguna; hay referencias intelectuales, literarias e históricas en el mismo, por supuesto, pero no pop.

No ha sido mucho, ¿no? Solo cuatro cosillas muy aisladas que ni siquiera llegan a ensombrecer con algo más que modestia un libro fascinante, con una prosa que provoca envidia y con un fino sentido del humor. Pero, sobre todo, un libro muy necesario, tanto como la figura de quien lo ha escrito, que espero me siga dando alegrías en años venideros y que ni él ni su santísimo nuevo bigote me tengan en cuenta esta ligera e inocua desafección. Porque no te engañes: si no sabes qué leer o si estás indeciso ahora que llega la temporada de hacer regalos, C3PO en la corte del rey Felipe hará tus delicias y las de la afortunada persona que lo reciba como obsequio. Al menos si siente el más mínimo interés por la historia política de nuestro país en las últimas dos décadas y quiere que se la cuenten como nadie hasta ahora lo había hecho.

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