Quintet y la Trilogía del alma

31 marzo, 2023Chris Herraiz

Comencemos con un ejercicio de imaginación. Cerrad los ojos y tratad de visualizar una enorme ciudad que se extiende hasta donde alcanza la vista. Puede ser cualquier época del año, día o noche, con las calles desiertas o abarrotadas. Os dejo elegir el contexto. ¿Ya lo tenéis? Pues ahora vamos a detenernos en uno de sus edificios, un enorme bloque de viviendas, con no menos de veinte o treinta plantas. Tal vez sean pasillos lujosos, con ribetes dorados adornando sus muros, o quizá humildes y llenos de sucias grietas. Desde la escalera principal se puede acceder a un nivel subterráneo, el sótano, repleto de almacenes de uso individual, uno por cada vivienda. Es un lugar frío. Tenéis en la mano una llave, pero no sabéis qué puerta abre, así que os tocará probar suerte hasta acertar. Por favor, daos prisa, que ya os dije que era un lugar frío y tengo poca tolerancia ante las bajas temperaturas. ¿La habéis encontrado? Genial. Entremos. Ahora estamos en un pequeño almacén de ocho metros cuadrados. A la derecha hay una bicicleta con las ruedas llenas de barro. Al fondo, entre las sombras, podemos divisar varios cartones apilados, sin uso. Son los llamados «porsiacasos». Vamos a centrar nuestra atención en el estante de la izquierda, con dos baldas que ocupan toda la pared, sobre las que reposan todo tipo de objetos: comida no perecedera, una caja de herramientas, un balón de fútbol pinchado, una maleta… Venga, cojamos la maleta. ¿La tenéis? Perfecto, pues ahora dejadla en el suelo, donde no moleste. Mirad el trozo de pared que ha quedado al descubierto. No parece haber nada fuera de lo común, ¿verdad? Es una pared blanca, algo sucia, eso sí, que cumple su función de pared: estar ahí sin hacer nada. Pero no nos precipitemos. Encended la linterna del móvil y observad más de cerca. ¿Qué es eso? Hay un pequeño agujero, de tamaño similar a la punta de un lapicero. No cabe ni un dedo. Sin embargo, alguien acude a saludarnos desde el otro lado. ¡Vaya, es una hormiguita! ¡Hola, amiga! Será mejor que la dejemos tranquila. Podemos irnos. No olvidéis dejar la maleta donde estaba antes de cerrar la puerta. Otro día podéis volver a limpiar la bicicleta, si queréis.

De nuevo en el exterior, os hago una pregunta. Entre 0 y 100, ¿qué importancia diríais que tiene esa hormiga para la población del país de al lado? Sí, sé que la pregunta es extraña e inesperada, pero no tardaréis en dar con la respuesta más sensata. Cualquier número por encima del 0 absoluto sería una exageración. Ni siquiera los mayores amantes de la mirmecología se aventurarían a superar el 1. ¿Estamos todos de acuerdo en esta conclusión?

Pues bien, creo que no sería menos acertado decir que esa hormiga tiene tanta (o tan poca) relevancia para el país vecino… como la que tenemos los seres humanos sobre el resto del universo. Somos una pequeña mota de polvo en ninguna parte. Y, pese a ello, nos creemos los reyes del mambo. Soñamos con conquistar y dominar todo rastro de existencia a nuestro alcance, como si las demás formas de vida fuesen algo externo a nosotros. ¡Pero si es justo al revés! Nosotros somos parte de un único ente, que es la vida. Somos, en primera instancia, parte del planeta Tierra. No somos unas criaturas especiales, elegidas, ni mucho menos los dueños del suelo que pisamos. Nosotros, los seres humanos, somos la Tierra. Quizá, incluso, su lado más oscuro.

Los tres videojuegos que han dado origen a este libro se aseguran de ponernos los pies sobre la tierra. Y lo hacen, irónicamente, recordándonos que tenemos los pies sobre la Tierra. Los seres humanos somos una de las más de siete millones de especies que, según los últimos estudios, se estima que habitan este planeta, el nuestro; no porque nos pertenezca, sino porque, como dije antes, nosotros pertenecemos a él. Y es por eso, también, que quienes nos enamoramos de Soul Blazer, Illusion of Time y Terranigma, no lo hicimos únicamente por su divertidísima jugabilidad y su maravillosa banda sonora, sino, junto a todo lo demás, por la filosofía existencialista y naturalista de la que hacen gala.

La Trilogía Soul o Saga del Cielo y la Tierra, como se la conoce de forma no oficial, usa dicho mensaje filosófico como nexo entre sus tres títulos, que si bien no comparten un mismo hilo argumental, ni siquiera aproximado, al menos, creo, podemos afirmar que reman en idéntica dirección, bajo la misma bandera. Comparten, en definitiva, una intención. Un propósito subyacente. Un mensaje claro.

Como toda trilogía, la Saga del Cielo y la Tierra nació de un primer producto primigenio, el videojuego que dio origen a todo lo que vendría después. Ese juego, como es obvio, no fue Terranigma, el último de los tres mencionados. Tampoco Illusion of Time, la segunda parte, a cuya traducción muchos debemos el habernos internado en la saga. Por lo tanto, el culpable debe de ser… ¡ActRaiser!

Espera, ¿qué?

 

Este texto constituye el prólogo de Quintet y la Trilogía del Alma, publicado por Héroes de Papel dentro de la colección Memorias del RPG

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