Medallas de oro

17 julio, 2020José María Villalobos

La Torre K-Corp se alzaba majestuosa entre las nubes. Los primeros rayos de sol chocaban furibundos contra su forma de lanza, enviando una larga e irregular sombra sobre los cúmulos rosados del amanecer. La aeronave fue disminuyendo su velocidad conforme se acercaba al helipuerto que sobresalía en los últimos pisos rompiendo la estilizada figura. Los rotores se giraron lentamente para realizar el aterrizaje vertical. Su sonido fue disminuyendo poco a poco hasta que las hélices quedaron estáticas y mudas. El mismísimo Klauss, rodeado de trajeados asesores y de un fuerte cuerpo de seguridad, estaba allí para recibir a sus insignes invitados. La rampa bajó hasta tocar el suelo metálico y por ella descendieron dos figuras rabiosamente jóvenes y elegantes.

—Bienvenidos, es todo un honor recibir a la élite de los Juegos Olímpicos Virtuales. Espero que haya sido de su agrado el viaje en mi jet privado.

El chico y la chica se miraron de reojo, y ella tomó la iniciativa centrando sus intenciones en el efusivo anfitrión.

—Le agradecemos su amabilidad, señor Klauss pero, para serle sincera, el mundo se ve aún peor desde las alturas. En lo que se refiere a nuestra reputación, ya solo somos el último refugio ante la desesperación. Llegará un momento en el que ni siquiera nuestros logros deportivos serán un bálsamo ante la más que evidente falta de futuro.

Su acompañante esbozó un visible gesto de aprobación a la par que trasladaba su interés hacia Klauss buscando respuesta. Este, lejos de sentirse contradicho por los recién llegados, sonrió asintiendo. Sus invitados estaban siguiendo de forma inconsciente un guion no pactado.

—«Peor, reputación, refugio, desesperación, logros… futuro». No ha hecho más que llegar y ya ha dicho usted en un par de frases las razones por las que les he convocado. Esta reunión las engloba a todas ellas. Y «futuro», créame, es la más importante y la que dictaminará nuestra inevitable alianza. Síganme, por favor.

Los adolescentes acompañaron a la numerosa comitiva. Efectivos de seguridad se fueron repartiendo por los pasillos en la ruta hacia el despacho central. En la puerta de este, dos agentes se colocaron a ambos lados rifle en ristre e impasible mirada al frente.

—Que no les asusten mis hombres, ya saben que en los últimos tiempos hemos sufrido numerosos atentados por parte de grupos ecologistas radicales. Siéntense, por favor.

Los dos invitados se acomodaron en lujosos asientos junto a la desproporcionada mesa ovalada de la gran sala. Sus miradas no podían ocultar la impresión por aquella estancia enorme, de altos ventanales tintados y grandilocuentes techos curvados, amueblada con pinturas clásicas que contrastaban con la decoración de vanguardia. Los asesores, cual enjambre molesto, se posicionaron de pie tras Klauss, que acababa de sentarse en un sillón al mismo nivel de ostentación que el resto del despacho.

Fue ahora el chico quien tomó la iniciativa.

—Es realmente impresionante todo esto, se nota que le va mejor que bien… Aunque también tengo que decir que muchos piensan que ha creado su imperio tecnológico a base de aplastar, no solo a sus poderosos rivales, sino a cientos de miles de ciudadanos de a pie. Tal vez le parezca muy osado por mi parte, pero no puedo evitar pensar que ha llegado hasta aquí sembrando demasiado odio a su paso.

Klauss se incorporó sobre la mesa frunciendo el ceño, como un boxeador que se concentra antes de asestar un golpe certero.

—¿Cuántos años tiene usted, señor Ax? ¿Catorce, quince? Tal vez su juventud le pone en un aprieto a la hora de comprender la magnitud de lo que ocurre ahora mismo a su alrededor. Los imperios crecen sobre los hombros de quienes no pueden crearlos, solo sustentarlos. Sí que he tenido que pasar por alto ciertas emociones y sentimientos para llegar donde estoy, pero eso no me convierte en menos humano. Soy práctico, efectivo y, ya debería saberlo, brillante. El mundo en el que vivimos lo ha construido gente como yo. Y no somos muchos en el último siglo. La ciudadanía se comunica, se viste, come, respira, subsiste consumiendo nuestros productos. Sin ir más lejos, construimos las lentillas de realidad virtual que utiliza en sus gloriosas partidas. Ayudamos a que sea una estrella internacional. Usted fue multimedallista en los últimos Juegos Olímpicos Virtuales. El público le adora porque ve en usted lo que nunca podrá ser, pero no olvide ni por un momento que todo lo que es usted se apoya sobre lo que yo he creado.

Ax se recostó sobre su asiento mientras comprendía que aquella visita estaba lejos de cualquier formalismo. Algo grande iba a ocurrir, algo vital que los superaba y, de alguna manera, comprendió que tendría muy pocas opciones sobre las que elegir. Giró la vista hacia su compañera que, con cierto gesto de resignada incomodidad, le convino a escuchar antes de seguir con el enfrentamiento dialéctico.

—Bien, bien —prosiguió Klauss—. Como sabrán, los últimos datos del Centro para el Control Climático son realmente desalentadores. Nuestra especie ha rebasado el límite en la explotación de este planeta y lo ha envenenado tanto que ya no hay vuelta atrás. Aseguran que en algo más de diez años la Tierra será inhabitable. Por supuesto, tras ese comunicado inicial, mis expertos se pusieron inmediatamente a realizar cálculos sobre el material disponible que, en nuestro caso, es mayor que el que manejan las organizaciones humanitarias no gubernamentales. Y el CCC se equivoca, aunque no para bien. Creemos que todo se vendrá abajo en poco más de la mitad de tiempo.

A los jovencísimos interlocutores les hubiera encantado resaltar que, si K-Corp tenía datos más certeros que el CCC sobre la explotación desmesurada del planeta, era precisamente porque se encontraba en el mismo centro del problema. Y que si el saqueo desmedido de recursos se había dado en las últimas décadas sin freno alguno, era por su opacidad empresarial ante la ciudadanía junto a la pasividad de esta, lo que había derivado en una aterradora concomitancia. Pero no dijeron nada, querían saber primero dónde quería llegar su siniestro y poderoso interlocutor.

Y Klauss les habló del Proyecto Nueva Génesis, de cómo habían imaginado un futuro para todos en ese espacio de realidad virtual en el que se movían los deportistas de eSports con total naturalidad desde que empezaban a competir a los diez años. Y les contó sobre la agresiva publicidad que bombardearía a la población durante el próximo lustro, ocultando por supuesto pequeños detalles como que se quedarían fuera del proyecto países enteros que no daban la talla económica, que la alta tecnología como las cápsulas de desconexión solo sería accesible para los Gobiernos más ricos. Y los dos quinceañeros escucharon boquiabiertos intentando asimilar la crónica del fin del mundo y el nacimiento de uno nuevo, y les costaba creer, pero creyeron. Solo había que tomar el pulso a la actualidad. La inestabilidad ambiental que arrasaba en forma de tornados lugares antes apacibles, la acentuación desmedida de enfermedades agresivas y crónicas, el crecimiento de las estadísticas en los cánceres de piel, el aumento del nivel de mares y océanos que ya estaba redibujando el mapa de los continentes, las estaciones alteradas que arruinaban las plantaciones agrícolas y por ende provocaban hambrunas, la extinción imparable de flora y fauna… Claro que tenían que creer. Era el triste y demoledor presente que les había tocado vivir.

Entonces Ax preguntó a Klauss siguiendo de nuevo de forma inconsciente aquel guion no escrito.

—Está bien, ha conseguido asustarme de verdad, pero ¿qué pintamos nosotros en todo esto? Somos insignificantes ante lo que acaba de revelarnos.

—¿No te das cuenta, Ax? Quiere que mantengamos el control en ese nuevo universo virtual. Nadie está más preparado que nosotros.

—¡Exacto! Su compañera lo ha pillado al vuelo.

Klauss volvió a incorporarse sobre la mesa, pero esta vez su tono no era agresivo, aunque el golpe sería igualmente determinante.

—Les estoy ofreciendo un billete en primera clase para una nueva vida en el nuevo mundo.

Se recostó de nuevo en su lujoso sillón y continuó.

—Ustedes son líderes, no solo para las multitudes que les vitorean en las competiciones, lo son para sus compañeros e incluso para sus rivales. Necesito que recluten un ejército para el Conglomerado de Corporaciones y que lo lideren bajo nuestras órdenes. Habrá miedo por parte de la población en los primeros momentos tras la desconexión. No todos querrán someter su tiempo y ceder su energía al mantenimiento del ordenador cuántico, por lo que prevemos revueltas y un duro y delicado tiempo de adaptación. La anarquía no puede florecer porque nos arrastraría a todos a la extinción. Necesitaremos seguridad y orden, y los soldados como los que están vigilando ahora mismo estas instalaciones no servirán de nada en la realidad virtual. Ese es ya su mundo, estimados amigos, así que quiero que recluten expertos en juegos de estrategia, un grueso de soldados especializado en first person shooter. Quiero a la élite que tenga mayor ranking de supervivencia en los battle royale, a expertos en la lucha, en los deathmatch, en las cerebrales escaramuzas de los MOBAS, a los más destacados pilotos de competición en tierra, mar y aire. Quiero a los mejores en cada apartado de los Juegos Olímpicos Virtuales y les quiero a ustedes liderándolos. Este proyecto no será viable sin su participación. ¡El futuro no será posible sin ustedes! ¿Están a bordo?

La chica se adelantó a su compañero en una posible réplica e hizo una pregunta más.

—Nos ha contado demasiado como para que digamos que no. ¿Tan seguro está de que aceptaremos su propuesta?

Klauss respondió casi con pereza.

—Bueno, como bien dice, el ser totalmente conocedor de cómo están las cosas debería impedir una negativa por su parte. ¿O de verdad piensa que hay otra opción posible?

El avión despegó de la plataforma cuando el sol empezaba a castigar el mediodía. Los paneles tintados de la nave a duras penas filtraban los puñales de luz. Ax estaba exultante.

—Hemos hecho bien —dijo Ax en pleno proceso de asimilación de todo lo vivido en las últimas horas—. ¿Te das cuenta? ¡Seremos príncipes de un universo virtual! ¡Y con un enorme ejército bajo nuestras órdenes!

—Ax, no sé. —Ella miraba al suelo pensativa—. El único que va a dictaminar las órdenes va a ser Klauss, ni siquiera el CdC. Su corporación será la única, y me da miedo, mucho miedo. Nuestro planeta agoniza por gente como él. ¿Qué nos espera en un lugar que estará hecho a su medida?

—En dos o tres décadas estaremos de vuelta, y solo habremos pasado allí un tercio de ese tiempo, ya lo has oído. Solo hay que mantener la paz y el orden mientras el planeta recupera su habitabilidad. Y la gente nos admira, por lo que no habrá conflictos ni muertes, te lo prometo. —Él le cogió cariñosamente la mano—. Eres lo más importante para mí, Alice, sabes que no puedo hacer esto solo. ¿Me das tu confianza?

Ella lo miró con amor y tristeza, y asintió. Y cerrando un poco más sus bellos ojos grises dirigió hacia la ventanilla su mirada derrotada y desnuda de arrogancia, y observó con inquietud la gran lanza que era la Torre K-Corp, que se alzaba clavada sobre el mar de nubes rojizas como la única escapatoria posible de un mundo en llamas.

Fragmento perteneciente a Te regalo el fin del mundo, novela escrita por José María Villalobos publicada bajo el sello Stories de Héroes de Papel

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