Let Me Solo Her: apunte sobre el videojuego como creador de mitos laicos

20 abril, 2022Daniel García Raso

Elden Ring, el último título de From Software, ha llegado no solo para erigirse como una obra maestra de los videojuegos, sino también, como suele ocurrir con cada título que los japoneses desarrollan, para estimular el sentido colectivo, de comunidad, que anida a veces en letargo en la cultura del videojuego, más allá del sinsabor más insípido que supone adherirse a una identidad gamer. Desde el terremoto que supuso su lanzamiento, del que se van a cumplir dos meses en ocho días, las réplicas se activan semana tras semana, y será un título del que se seguirá hablando durante mucho tiempo. Las iniciativas o fenómenos que ha espoleado son de lo más diverso y enriquecedor, desde la serie de cartas iniciada por Clara Doña y Guillermo Guzmán al monográfico de From Software de AnaitGames previo al lanzamiento, pasando por verdaderas declaraciones de amor-odio, memes infinitos y la sensación generalizada de que las Tierras Intermedias son un jaw drop constante e inaudito. Y eso solo fijándonos en nuestro país.

El último acontecimiento, sin duda uno de los más interesantes, es la aparición de un héroe desinteresado, una suerte de Robin Hood videolúdico, que no roba a los ricos para dárselo a los pobres, pero sí ayuda a los débiles frente al totalitarismo del diseño de juego de Elden Ring. Un avatar desnudo, solo con un tarro en su cabeza, de nombre Let Me Solo Her (Dejadme A Mí Solo Con Ella) que ha dejado su señal de invocación antes de luchar contra Malenia, uno de los bosses más fieros diseñado por un estudio que entre sus características más conocidas cuenta con la de desarrollar títulos a los que el adjetivo difícil se queda corto para definir. Si llamas a Let Me Solo Her para que te ayude, tendrás que hacer eso: contemplar cómo acaba con Malenia.

Lo que muchos llevaban comentando durante algún tiempo tanto en privado como en público ha saltado a la actualidad 2.0, en ese boca a boca digital y desbocado que es la viralización. Jugadores que se rinden a sus pies, jugadoras que le dan las gracias y toda una serie de homenajes en forma de fanart, incluso han fabricado una estatua de resina con su avatar.

En su libro A Short History o Myth, la escritora Karen Armstrong, escribía en referencia al mito: «Los seres humanos caen fácilmente en la desesperación, y desde el principio inventamos historias que nos permitieron ubicar nuestras vidas en un escenario más amplio, que revelaron un patrón subyacente y nos dieron la sensación de que, contra toda la evidencia deprimente y caótica de lo contrario, la vida tenía sentido y valor». Es fácil caer en la desesperación en Elden Ring, tanto como lo es que esa desesperación se esfume en menos de veinte minutos porque ocurra algo tan inesperado como esperanzador: la llegada a un nuevo territorio, la belleza de un paraje, que logres avanzar o que aparezca un alma caritativa para ayudarte a terminar con uno de los bosses más difíciles de todo el juego. Entonces, la «evidencia deprimente y caótica» en la que te encontrabas tan solo un momento antes desaparece para mostrarte que la vida en las Tierras Intermedias tiene «sentido y valor».

Lo que ha ocurrido con Let Me Solo Her, así, posee todos los rasgos de un mito contemporáneo, sino fuera porque no lo es. IGN ha logrado contactar con la persona detrás del avatar, quien ha confesado que murió 242 veces ante Malenia antes de vencerla, un periplo en el que, sin duda, tuvo tiempo de aprenderse al dedillo los patrones de ataque de La Espada de Miquella. No obstante, en el ateísmo cosmético de la contemporaneidad, el ejemplo del héroe del pueblo de Elden Ring puede entenderse como un mito, o una leyenda urbana, o un cuento del folclore digital.

No es la primera vez que los videojuegos muestran esta capacidad que subyace en la mente y en la cultura humanas, y en muchos casos el mito o la leyenda urbana a su alrededor siguen perpetuándose. Pasó con los cartuchos de E.T. the Extra-Terrestrial de Atari enterrados en el desierto de Alamogordo, a pesar de que en la época que se enterraron incluso salió en prensa, pero ante la ausencia de Internet, las bocas comenzaron a crear un mito que Andrew Reinhard y su equipo de empeñaron en tirar abajo con la excavación del basurero. Era verdad. Pero no lo era que solo se enterraron los cartuchos del juego de ET; de hecho, se encontró un mayor número de cartuchos de otros juegos, aparte de consolas, mandos y cables. Sucedió también con Polybius, el videojuego desarrollado por el Gobierno de Estados Unidos que hombres de negro se encargaban de colocar en los salones recreativos para experimentar con quien jugara técnicas de control mental y que provocaron muertes, algo que mucha gente sigue creyendo, aunque se sepa que tal videojuego nunca existió. O el caso que recoge Simon Parkin en Muerte por videojuego y uno de mis favoritos: la existencia de un Yeti, un Abominable Hombre de las Nieves, en el mapeado de Los Santos de GTA V, topic en foros y canales de YouTube para el que incluso a día de hoy se siguen poniendo en marcha batidas para encontrarle.

La aparición de estos mitos laicos o civiles en los videojuegos es una de sus grandezas como género y medio cultural; al fin y al cabo, mucha gente cree que Elvis Presley sigue vivo, pero nadie se ha propuesto saber dónde puede estar. Con los videojuegos, sin embargo, se produce una acción colectiva, un ímpetu de comunidad, que, utilizando la palabra más fácil y directa que se me ocurre, solo cabe catalogar de bonito. Con todo, el caso de Let Me Solo Her no está del todo despejado. IGN solo ha contactado con él, o ella, porque no sabemos si es hombre, mujer o de género no binario; ni su nacionalidad, ni su edad, ni a qué se dedica, y tal vez, por favor ojalá suceda así, nunca lo sabremos. ¿Y si es alguien de From Software, quizás el propio Miyazaki, que arrepentido por la dulce tortura que impone a quien juega, ha sentido compasión y la necesidad de ayudar? En cualquier caso, como decía, debemos celebrar la habilidad del videojuego para crear narrativas metavideolúdicas, narrativas que salen del mundo sintético y toman sentido en nuestro mundo de carbono, narrativas que ensalzan un sentido colectivo, de solidaridad, de ilusión, de magia… Porque en los videojuegos, a diferencia de cualquier otro medio y género cultural, como recordaba Simon Parkin en su obra ya citada: «Tenemos la oportunidad de influir en los sistemas que nos rigen».

Solo espero que cuando llegue a Malenia en Elden Ring, Let Me Solo Her esté allí para echarme una mano y poder vivir el mito mientras lo desacralizo.

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