Las profundas arenas de ‘Dune’: filosofía, ecologismo y antibelicismo

2 julio, 2021Javier M. García

Este artículo contiene spoilers

Una visión de futuro, dentro y fuera de las páginas

Dune, Arrakis… El planeta desierto. Las páginas de Dune te tragan con la misma facilidad con la que lo hacen los desiertos que se describen ellas. Me sumergí en la novela de culto de Frank Herbert sin apenas conocer nada sobre ella, buscando una historia Sci-Fi o Space Opera con la que perderme en su mundo de fantasía. Sin embargo, encontré mucho más que eso, y es que Dune tiene mucho de fantasía, pero también de realidad, y de una realidad que sigue vigente hoy en día, 55 años después de que se escribiera.

Dune es una novela de nicho, me atrevería a decir. Su narrativa se aleja de lo que es más convencional en el género, y abraza un estilo filosófico e incluso metafísico que ahonda a menudo en la psique de los personajes y en sus extraños «poderes prescientes». Herbert suele divagar durante páginas enteras sobre la «visión interior» de algunos de sus personajes, y se esfuerza en mostrarnos la realidad desde sus prismas personales. En la narrativa, estos poderes se justifican con la especia o melangue, un recurso natural del planeta Dune que conforma uno de los pilares centrales de la novela. Esta sustancia permite, a ciertos personajes, adentrarse en un mundo interior que, a grandes rasgos, les permite contemplar los posibles futuros que se abren en el tiempo. Esta herramienta, más que para cimentar una fantasía, es utilizada por Herbert para crear un prisma con el que poder mostrar al lector distintos enfoques para ver el mundo, probablemente sus propias formas de ver el mundo. Aunque se encuentren maquilladas con la ficción y las ideologías de cada uno de los personajes, el poder presciente de Dune parece ser un espejo de los propios pensamientos de Herbert, a modo de crítica.

Y es que en dichos pensamientos se critican asuntos tan reales en la época de Herbert como puede ser el cambio climático, la carrera armamentística nuclear, las corruptelas políticas o los fanatismos religiosos, entre otras cosas. Son temas que ya eran reales y actuales en los años sesenta, y que siguen estando tremendamente vigentes hoy en día. Quizá incluso más. Estas características convierten a Dune en un híbrido a medio camino entre el ensayo filosófico/político y la narrativa de ficción. Y hay mucho hilo del que tirar.

En muchos de estos aspectos que critica y aborda, Herbert puede resultar ambiguo y confuso. Por ejemplo, a través del planeta desierto, el escritor hace una alegoría del cambio climático y del efecto de la mano del hombre en el medio ambiente. Desde un primer momento, la misma naturaleza del planeta supone una de las problemáticas centrales de la historia, y los protagonistas principales se cruzan rápidamente con la intención de llevar a cabo una terraformación del entorno para revertir el clima. Dune, o Arrakis, es un planeta castigado por la sequía y las tormentas de arena, y la vida en él es tremendamente difícil. Solo los Fremen, nativos originarios de dicho mundo, han sabido adaptarse a sus condiciones. A medida que la historia avanza a través de los tres primeros libros, el equilibrio climático de Arrakis se consigue modificar según los intereses humanos, robándole terreno al desierto y haciendo proliferar la vegetación y la humedad, solventando así el principal problema de Arrakis: la escasez de agua.

Sin embargo, esto crea un desequilibrio en dos frentes distintos: social y natural. Por un lado, la cultura Fremen está tremendamente arraigada a sus tradiciones y modos de vida, y aunque inicialmente abrazan el cambio como una profecía religiosa, poco a poco surgen facciones y divisiones que abogan por volver al Arrakis tradicional. Los Fremen habían aprendido a vivir con la escasez de agua, y Herbert hace mucho hincapié en los ingeniosos métodos que habían diseñado para aprovechar hasta la más minúscula gota de agua, así como en el valor que le daban a esta y en las tradiciones casi religiosas que se desarrollaron a su alrededor. El control de la escasez del agua suponía el control de Arrakis para los Fremen, y al introducir una humedad abundante desaparece ese factor de control. Los extranjeros son retratados por Herbert como los imperialistas y colonizadores, que se hacen con el control de Arrakis bajo la promesa de un futuro mejor. Sin embargo, no son retratados como un villano evidente, al menos no hasta muy avanzada la narración. Al poner este papel de colonizadores tanto en protagonistas como en antagonistas, Herbert deja una cortina de gris sobre la moralidad de los personajes y sus intenciones, que solo se va desvelando de manera clara y explícita hacia el final de la historia.

Por otro lado, la terraformación de Arrakis también arrastra problemas naturales propiamente dichos, más allá de la tradición y política. Los grandes gusanos de arena o Shai’ Hulud conforman la cima de la pirámide natural del planeta y son los responsables de producir la especia o melangue. Esta sustancia no se presenta solo como una droga premonitoria, sino como un recurso combustible y fósil con el que funciona la navegación espacial. De esta forma, Herbert introduce el problema de la sobreexplotación de los recursos naturales, con su consecuente futuro agotamiento, así como un paralelismo con la fiebre del petróleo y su explotación en el mundo real.

Con estos elementos, el escritor conforma un rico retrato y una crítica de las problemáticas climáticas y colonialistas. Desde su perspectiva, la primera de ellas era una problemática de futuro: el cambio climático que sufrimos hoy en día. La segunda era un problema arrastrado del pasado: la sombra del colonialismo. Recursos explotados, población originaria maltratada, imposición de costumbres extranjeras… etc.

Por otra parte, Herbert ataca los fanatismos religiosos, el terrorismo, el armamento nuclear y la irrupción masiva de la tecnología en la vida diaria. La odisea del protagonista de los dos primeros libros, Paul Atreides o Paul Muad’Dib, lo lleva a iniciar una doctrina religiosa que orbita alrededor de su propia figura, ya que los Fremen llegan a deificarlo. Mientras todo esto transcurre, el propio Paul se lamenta del camino que están siguiendo los hechos que protagoniza, y se hacen alusiones constantes a una antigua Yihad. Al final, los actos de Paul desembocan en una nueva Yihad, y él mismo se aparta del destino de Arrakis para tratar de paliar los efectos de esta nueva guerra santa, para eliminar su misticismo del pensamiento colectivo de los Fremen. Esto causa más desequilibrio y división entre los nativos, de lo que podemos extraer una crítica hacia los conflictos de odio que se originan a través de las religiones.

También a lo largo de su historia no deja de hacerse alusión a «Las Atómicas», para referirse a un arma nuclear ficticia que destruye el interior de la tierra, y que hace una alusión directa al armamento nuclear de la Guerra Fría. El propio Paul ve su destino truncado por el uso de estas armas, que, en el universo de Dune, se encuentran vetadas por la ley, restringiendo su uso a un elemento de disuasión. Finalmente, en la década de los 60, cuando se escribió el libro, ya había empezado a despuntar la tecnología informática y digital, y Herbert fue otro de los autores que dedicó un espacio en sus obras a este fenómeno, como hizo Asimov, entre otros. Herbert plantea un pasado en el que la civilización humana que conocemos, la civilización terrestre, se ve devastada por el efecto de las «máquinas pensantes», como él llama a los ordenadores. No especifica concretamente los sucesos, pero habla de una «Yihad Butleriana», llevada a cabo para erradicar a las máquinas pensantes antes de que están causaran más daño a la humanidad. Como resultado de esto, el futuro que plantea Dune se convierte en un retro-futuro, que mezcla naves espaciales con combates de esgrima o murallas defensivas. Los ordenadores no existen en el universo concebido por Herbert, y han sido sustituidos por los mentats, una suerte de ordenadores humanos. Sabios entrenados durante años para aprender a procesar los problemas y planteamientos de manera fría y calculadora, computando en lugar de razonando. Estos mentats actúan como consejeros de nobles y reyes, y simbolizan ese rechazo a la ciencia y a la tecnología, el rechazo y el miedo al progreso y el cambio, al fin y al cabo.

Sin duda, la obra de Herbert da para muchas más lecturas, y hay muchos más elementos que debo dejarme en el tintero para no extenderme demasiado. Mucho más en lo que profundizar. Incluso plantea, de manera sostenida durante toda la obra, el dilema y una discusión alrededor del concepto de la eugenesia, en lo que parece ser un claro paralelismo con el programa de selección genética nazi. En Dune, este concepto es tan central e importante que afecta directamente a Paul Atreides, que no es más que un producto de dicho programa de selección genética. Pero este tema daría para un solo artículo por sí solo. El contenido de Dune es tan extenso y profundo que con solo este fragmento que planteo da para pensar largo y tendido. Es una lectura que recomiendo encarecidamente, sobre todo el primer libro, ya que satisface las ganas de narrativa fantasiosa y sci-fi, al tiempo que invita a la introspección y la reflexión.

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