El día de suerte de los bien hallados

1 marzo, 2024Elena Alés

Escribir algo a la altura de un concierto como el del 27 de febrero en la Sala X, en Sevilla, no es tarea fácil y hay que hacer un ejercicio de humildad y de respeto ante unos músicos que, al margen de lo comercial, hacen que el panorama musical español –y por qué no decirlo, andaluz– sea tan rico.

A eso de las nueve y media de la noche comenzó a despegar la primera nave espacial, comandada por Luis Martín y Víctor Costela. Y hablamos de nave espacial en un sentido casi literal de la palabra. Una infinidad de botones y teclas entre los que se podían distinguir mellotrones, korgs, junos, mogos y teclados varios que auguraban un concierto sustentado por capas y capas de sonido sin fin. La tripulación de Red Passenger, que completa su formación con Dani Levy al bajo, tocó un repertorio ambiental y original como ninguno, lleno de guiños a Mort Garson, el padre de la “música para plantas”, con el que a través del disco Al Sr. Garson, con amor quisieron rendir homenaje. Una puesta en escena y un estilo limpio y cuidado que no es fácil de ver en los escenarios hoy día.

Sin que Levy bajara del escenario, se incorporaron los demás componentes de Elemento Deserto: la otra mitad de la sección rítmica, Giggs Nother; y los guitarristas y voces principales, Tony Molina y Antonio Travé, más conocido como el Oso de Benalúa. Como un oasis en medio del desierto, rodeados de palmeras, empezaron los cálidos acordes de En latitudes templadas. De repente, la Sala X se convirtió en una caja de música que albergaba todo lo que los allí presentes deseaban. Un tema instrumental que acariciaba los tímpanos de todos los que miraban embobados al escenario las manos de Molina, cuya destreza en la guitarra y saber estar lo convierte en uno de los mejores guitarristas del país. A este sencillo se le sumó otro titulado Hermano, una especie de mantra que rompe su bucle con los Antonios al grito de “¡A este niño le pasa algo!”. La selección de canciones de los Elemento Deserto pasó también por temas como Pasos largos de su segundo LP, Los montes en llamas, o algunas del último disco La hora maldita, como El mambo del ansia –un claro reflejo de la sociedad actual–, (Ya está aquí) Lo malo con su contagioso riff de guitarra y el contundente Siete Muelles. Muchas cosas se hacían patentes tras poner toda la atención en el espectáculo que estaba teniendo delante de nuestros ojos, pero entre ellas cabe destacar las pocas veces se ha visto un grupo psicodélico tan elegante y formado como este. Delays, loops, reverbs y más de 40 pedales de efectos sobre el escenario dieron paso a Sebastián Orellana, icono de la Sevilla alternativa, del buen hacer y de las colaboraciones intermusicales.

Cochinilla Blanca marcó el ecuador y dejó paso a un momento intimista, oscuro, con elementos electrónicos que ofrecían una atmósfera plañidera y cavernaria. Una visión muy alejada de esa música enlatada y lista para vender en grandes superficies. Y como no podía ser de otra forma en suelo hispalense, una marcha de Semana Santa para dar comienzo al repertorio del chileno, que revisitó Jesús de las penas para el inicio del que fue su segundo disco en solitario, Dios Perro, allá por el pandémico año 2020. Entre el Cristo sádico y el humano deshumanizado sin fe se alzó Entierro del malo, una especie de cántico pagano al servicio de los que coreaban “grita, hermano, Aleluya, grita Amén”. Sonaron, para gratitud del público, los himnos Cómo no quererte o Luna Despierta, además de artistas como Lisandro Meza o Danny Chilean, que volvieron a la vida a través de sus canciones Te llevaré o Norma mía. La adaptación del “desértico” Tony Molina a cada canción complacía sin lugar a dudas los sentidos de Sebastián, que disfrutaba de un sonido muy Ry Cooder, músico referente para el chileno, que tiene Mambo Sinuendo como uno de sus discos de cabecera –al que hicieron un acercamiento con la cumbia Caballo Viejo, canción original de Simón Díaz–.

La presencia de Orellana en el escenario, con sus inseparables gafas de sol, su altura y su voz profunda y armoniosa culminó a Paso lento, en una Casa sola, Viendo las nubes pasar mientras Prende la Candela y pide textualmente “Cuéntame una historia original”. Un repaso meticuloso y disfrutón por uno de los mejores discos del artista, que se despidió haciendo alusión a su nueva etapa con el andalucista, creciente y multitudinario grupo Califato ¾, del que lleva formando parte unos meses y cuyo concierto de presentación del nuevo disco tiene lugar el 2 de marzo en el Cartuja Center. “Gracias por venir, no es fácil escuchar a un músico como yo”, manifestó Sebastián con en un alarde de la humildad y humor que lo caracterizan.

Como un eclipse solar, de tarde en tarde ocurren maravillas musicales como la que tuvo lugar el pasado martes 27 de febrero en la Sala X de Sevilla. El primer concierto de los tres que tendrían Sebastián Orellana, Elemento Deserto y Red Passenger en una pequeña gira que completarían con la visita al Ambigú Axarquía de Córdoba y la Sala Planta Baja de Granada en los dos días siguientes. Celebración del talento andaluz por todo lo alto.

Músicos curtidos y con tablas encima de un escenario que se les quedaba pequeño. Una inundación de talento que escapaba por cada rendija de la sala. Uno de esos bolos en los que se para el tiempo, en los que dos horas parecen pocas. De esos con los que quieres más y con los que fundes su repertorio en Spotify en los próximos días. La efimeridad de los conciertos y el poder del recuerdo.

A lo largo de la historia de la música ha sido y es recurrente valorar a un artista o a un grupo cuando ya dejaron de hacer música y pasaron varias décadas. En los días tan convulsos que vivimos hoy, resulta aún más complicado que músicos underground como los aquí presentes reciban la escucha desinteresada de la gran masa. Pero es que no es música para las masas. Es música para los individuos. Esa música que llega, llena y se reproduce dentro de ti como un sarpullido.

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