Bienvenido a Silent Hill
Un fundido a negro y una música ominosa de mandolina en espirales sobre el retrato calcinado de una joven de pelo oscuro. ¿Quién es ella? ¿Qué misterios oculta en el paraje neblinoso, en la casa de madera quemada? Conocíamos solamente el nombre de aquel pueblo maldito: Silent Hill, y nada más. La cinemática de introducción era totalmente diferente a lo que estábamos habituados a ver en los juegos de entonces. Las imágenes del protagonista, Harry, conduciendo con su hija hacia un pueblo fantasma se alternaban con escenas descontextualizadas de una casa de campo, una mujer calcinada y una enfermera discutiendo en los pasillos de un hospital, acompañadas de una melodía trip hop. Aquellos dos primeros minutos de juego no eran solamente siniestros, eran tristes. En 1999, lo último que esperábamos de un juego de consola era esta melancolía; la respuesta de Konami a la saga Resident Evil de Capcom fue un atrevimiento que cambió para siempre la forma que tenemos de ver los videojuegos.
Desde entonces ha llovido mucho: principalmente ceniza, lágrimas y fuego. Como los mejores relatos de terror, la historia de Silent Hill no ha terminado bien y nos ha dejado con más incógnitas que respuestas. Mientras escribo estas palabras, el destino de esta serie parece insalvable, y tal vez sea mejor así: los videojuegos son el único arte en que exigimos continuamente nuevas iteraciones sobre el mismo título, como si repetir diez veces la Mona Lisa pudiese hacer un cuadro mejor. Y mientras otros pintores menores intentan reproducir en vano esa enigmática sonrisa, la obra original brilla con más fuerza entre sus imitaciones.
Por eso, ha llegado el momento de despedir a Silent Hill como se merece, con una visión completa de su historia, haciendo hincapié en lo que nos ha impresionado, pero sin olvidar las numerosas decepciones. Si a estas alturas del siglo podemos decir que los videojuegos son un arte, es gracias a obras como ésta; juegos que han osado desafiar las expectativas y ponernos a prueba como público. Así es como ha conseguido penetrar en nuestras mentes y aparecer en nuestras pesadillas. Porque Silent Hill es más que un cuadro: es una puerta mediante la cual accedemos a partes de nuestra naturaleza que preferimos mantener sepultadas. Su particular visión del Infierno nos seduce mucho más allá de la galería de monstruos del tren de la bruja. Nos invita a escuchar el eco de ese pulso tenebroso que reside en lo más profundo, aquella habitación oscura a la que nos asomamos solamente en nuestros peores momentos, cuando nadie nos ve.
Ha pasado ya mucho tiempo desde aquellos momentos de gloria de Silent Hill, y sin embargo cada pocos años me veo revisitando los juegos del Team Silent, descubriendo en cada ocasión nuevos detalles entre las sombras. La combinación de talentos que llevó a la creación de estos juegos es uno de esos equilibrios que rara vez ocurren. La narrativa ambivalente, discontinua y retorcida de Hiroyuki Owaku, las alternancias melódicas e industriales del compositor y maestro de los silencios Akira Yamaoka, el gusto macabro y perverso de la dirección artística de Masahiro Ito… nada está puesto al azar. Fue un trabajo riguroso y una combinación complicada de elementos dispares: por un lado, la sensibilidad nipona del terror onírico y el ritmo pausado; y por el otro un amplio pastiche de influencias occidentales de amplio rango. Desde obras maestras de Stanley Kubrick, la tradición ocultista y demonológica europea, el psicoanálisis freudiano hasta el terror de serie B de los ochenta. La marca que ha dejado Silent Hill en la cultura augura un futuro prometedor para los juegos de terror, pero es indiscutible que esta particular combinación de elementos dispares es casi imposible de repetir.
Este libro no pretende ser una enciclopedia de Silent Hill, ni tiene aspiraciones de sustituir a las guías oficiales de Konami o a la incontable cantidad de artículos disponibles en las diversas wikis de Internet. Una recopilación en español de todo este material no carece de mérito, pero aspiro a ir más allá de las fronteras que establece la propia mitología del juego. Este libro tampoco pretende ofrecer un análisis académico y objetivo de cada juego de la serie, con análisis de las cifras de ventas o el recibimiento de la crítica: quiero aprovechar estas páginas dando a cada juego la atención que merece, y como bien supondrá el lector, el reparto no es exactamente equitativo.
Este es un libro para los amantes de Silent Hill, y reflexiona sobre lo que significa para nosotros. La primera vez que entramos en la niebla de esta ciudad doliente sellamos un pacto demoníaco, nos dejamos arrastrar por la espiral macabra de una historia más allá de la razón. Han pasado muchos años y aún no nos hemos olvidado de todas las noches en vela que nos ha hecho pasar. Los gritos en la oscuridad, el sonido de zarpas arañando las verjas, los fantasmas invisibles, los monstruos que se esconden en los espejos… Silent Hill ha conseguido algo sólo al alcance de las mejores historias: crear un universo que perdura en nuestras mentes, una serie de símbolos que se incrustan inevitablemente en el subconsciente y reaparecen en nuestras peores pesadillas.
Este libro es un elogio de esas sombras, un análisis minucioso de los mecanismos del terror que Silent Hill ha usado hábilmente contra nosotros. Sus complejas historias, sus inacabables influencias y la longitud de su alcance merecen una atención profunda y rigurosa. Quiero invitarte a revivir todas aquellas magníficas y terribles experiencias, y a explicar el hechizo que nos obliga a volver siempre a esta ciudad. Dame la mano y sígueme, todo sigue ahí: los fantasmas sin rostro, el fuego en el pasillo, las paredes de carne, los pecados que no podemos redimir. Es un viaje largo y mi misión es disipar la niebla con palabras.
Bienvenido a Silent Hill.