‘Hunters’: los peones que fueron reyes
Existen géneros que nunca se agotan. Géneros que se han consolidado a partir de acontecimientos imborrables, sucesos devastadores que han marcado los tiempos de cada época. Las colonizaciones en tierras indígenas americanas sembraron el camino para la producción ingente de westerns repletos de espuelas, revólveres y galopes intrépidos. El yugo del catolicismo perpetró abusos y asesinatos que han sido retratados en infinidad de dramas históricos. Pero si ha existido un momento que ha quedado grabado a fuego como uno de los actos más viles y horrendos en la memoria colectiva reciente lo constituye sin duda los exterminios cometidos por el régimen del tercer reich alemán durante la segunda guerra mundial.
El cine ha sido, quizá, uno de los medios más accesibles para poder llegar a ahondar y conocer los crímenes que cometieron los nazis, y sentir el dolor de millones de almas que perecieron como muestra del monstruo que encierra esa cara oculta del hombre.
Varios títulos se han instalado ya como clásicos absolutos que han reflejado, cada uno en un estilo diferente, la trágica consolidación de una ideología cuyas reminiscencias parece que siguen perdurando hasta nuestros días. La vida es bella —Roberto Benigni, 1997— llegó como un relato esperanzador que privilegiaba el amor de un padre por su hijo como escapismo necesario para mantener algo de luz en ese infierno terminal; La lista de Schindler —Steven Spielberg, 1993—, una cinta más tétrica y angustiosa, planteaba la redención, el perdón, la vuelta al camino correcto como forma de salvación personal.
Una nueva apuesta
Han sido tantas las que han abordado esta realidad que parecería un tema ya caduco como para volver a tratarlo, pero he aquí que las maravillas del arte siguen dando sus frutos, dándole una vuelta más, dotando de una renovación que posibilita que cada nueva producción sea única. Este ha sido el caso de la última apuesta de Amazon Studios, la serie Hunters, que nos traslada a la América de 1977 en un escenario en el que antiguos miembros del partido nazi fueron absueltos de sus crímenes y adquieren una nueva identidad, e incluso una posición privilegiada entre la sociedad americana.
La serie nos sitúa en esta conspiración institucional —conocida con el nombre oficial de Operación Paperclip— en la que elementos reales y ficticios se entremezclan para embarcar al espectador en un viaje de intensas emociones. Donde todos los personajes forman parte de una especie de cuadro familiar en el que nunca llegas a conocer del todo a cada uno de sus miembros, y en el que, al igual que en una partida de ajedrez, siempre hay piezas que tienen movimientos ocultos a punto de ser revelados, dejándonos en el borde del abismo.
Los cazadores
En este intrigante abismo se encontraría el grupo de los cazadores —Hunters—, un equipo casi teatral en su composición integrado por personas de los colectivos más discriminados históricamente que pretenden eliminar a esta escoria nazi que sigue infiltrada entre sus ciudades, con vistas a conseguir su propia justicia.
El reparto de este variopinto grupo de cazadores lo encabeza Meyer Offerman —interpretado por un excepcional Al Pacino— a modo de mecenas financiador de esta misión y que además dirige las estrategias de este escuadrón letal cuya elección y presentación son tan extravagante que casi parece como si fuera un homenaje a aquellos bastardos de Tarantino que hacían de la caza de nazis un espectáculo histriónico televisivo. No parece casualidad, de hecho, la importancia que presentaba ese bate demoledor como símbolo de ese ultra conocido payback se traduzca en el cuchillo que tendrá una relevancia capital tanto al principio como en el final de la temporada.
El otro personaje principal de la historia viene de la mano del gran regreso del príncipe prometido, tras producciones sin mucho éxito, Logan Lerman, otra de las joyas de una joven generación que ya lo iba echando en falta, y en cuya participación se ha basado gran parte del reclamo de la serie.
Movimientos decisivos
Aunque el elenco lo completen figuras tan esenciales para la narrativa como la hermana Harriet —Kate Mulvany—, protectores entrañables como el matrimonio Markowitz —Saul Rubinek y Carol Kane— o incluso un estridente maestro de la provocación y el exceso como Lonny Flash —un Josh Radnor que nos recuerda a los momentos más carnavalescos de ese Ted Mosby legendario—, el verdadero artífice de este tablero reside en el personaje de Jonah Heidelbaum —Logan Lerman— en el que se refleja esa ambigüedad entre la consecución de una justicia ética o la perversión hacia la oscuridad que conduzca a que los cazadores se acaben convirtiendo en los mismos monstruos a los que querían dar caza.
Esta lucha interna universal entre la venganza y la justicia, el bien común y el individualismo desmedido, se manifiesta en las ideas antagónicas de Meyer Offerman —Al Pacino— respecto a las de Ruth —Jeannie Berlin— y las de la agente Millie Morris —Jerrika Hinton—, el otro gran estandarte de la serie que representa aquella figura infatigable de la ley infravalorada como mujer negra afroamericana que debe luchar contra todo un sistema burocrático sin ayuda alguna para desenmascarar la verdad.
Una magistral banda sonora —que nos transporta desde las delicias musicales de una boda judía hasta la expectación más escalofriante presente en los créditos iniciales— conforma la guinda de este auténtico juego de sombras donde nada está decidido y todo puede volver a ser escrito en una suerte de ucronía—como ya conocimos en The Man in the High Castle— cuyo destino final se dispone como una partida sin cuartel en la que aquellos que creyeron ser peones fueron siempre reyes.