Volvemos a tierras americanas de manos de Assassin’s Creed Rebel Collection
Una de las primeras quejas que tuve con respecto a Nintendo Switch, la que me parece la consola más imaginativa y puntera ahora mismo, fueron su cantidad de ports. Ya sabéis, estos juegos de pasadas generaciones para los que ya han transcurrido años y que se ven relanzados con apenas un pulido técnico y ya está. Siempre me he quejado de esto porque, bueno, me daba la sensación de que las compañías no se esforzaban en lanzar cosas nuevas y solo nos distraían con lanzamientos reciclados.
Me quejé de esto hasta que empecé a jugar algunos de esos ports a Nintendo Switch. El primero de ellos que me impactó fue Final Fantasy X/X-2. Hablamos ni más ni menos que de un juego de hace dos generaciones, que ya había jugado, sobre el que ya había llovido mucho… Pero me encandiló tenerlo de nuevo y, más aún, jugarlo en modo portátil. Y es que aquí es donde yo veo (ahora) la gran diferencia entre los ports de Nintendo y los demás: en el modo portátil. Jugué también a L.A. Noire, e incluso escribí sobre ello en El País. Estos ports se hacían con cariño, la mayoría no eran mero re-lanzamientos. Vuelven porque no tuvieron la oportunidad de disfrutarse en una consola como la híbrida. Y la lista, claro se hizo enorme: Skyrim, los Final Fantasy de PSX… Assassin’s Creed estaba tardando, pero se ha resarcido con Assassin’s Creed the Rebel Collection.
Una de mis grandes debilidades es la saga de Ubisoft, creada por su estudio en Montreal, cuyos padres iniciales fueron el director Patrice Désilets y los guionistas Corey May y Dooma Wendschuh y que ha visto ampliada su saga en una enorme variedad de títulos. Lo cierto es que me costó entrar en ella: al principio sus mecánicas me parecían muy toscas, sus combates poco imaginativos, su narrativa algo irregular… Pero fui entrando en su mundo. Y no fue, como sucedió a muchos, con su segunda entrega (las aventuras de Ezio), sino con una de sus más odiadas: la tercera parte. Sí, algo conectó conmigo en la aventura de Connor. Por eso, Assassin’s Creed the Rebel Collection ha conseguido calarme. Veréis, me encanta esta saga, pero en la transición de generación de consolas, me salté la cuarta entrega.
Eso es, Black Flag, que funciona casi como precuela del capítulo tercero y que es también una de las más celebradas de la saga, no ha caído en mis manos hasta ahora. Y vaya, ha llovido mucho. He hablado varias veces de la saga, de su evolución y de lo bueno que está trayendo, pero también ha resultado estimulante reencontrarme con sus inicios. Más bien, con los últimos capítulos que mantienen sus mecánicas iniciales antes de que la franquicia abrazara nuevos caminos (que me parecen una estupenda decisión). Pero también lo he hecho en un modo en que nunca había jugado: de forma portátil. No llegué tampoco a probar Bloodlines en PSP (¡qué fan de pacotilla! Ya os advertí que a la saga le costó ganarme, pronto arreglaré ese desliz también), por lo que jugar a Assassin’s Creed en modo portátil me está pareciendo toda una fantasía. Resultaría baladí ponerme a hablar ahora de las virtudes de Assassin’s Creed IV: Black Flag o de Assassin’s Creed Rogue, los dos capítulos incluidos en esta recopilación, que son muchas y muy variadas, pero son títulos que todos, más o menos, ya conocemos. Aunque sea de oídas. Nos encontramos ante la subsaga americana dentro de la saga, con personajes que son antepasados de otros, o versiones más jóvenes de aquellos, con referencias dentro de esta subtrama, y con unos protagonistas bastante más canallas, complejos y tridimensionales que los que nos encontramos anteriormente. También, al haber acabado ya la historia de Desmond, la parte futurista de la historia ya no “molesta” tanto como antaño, por lo que la transición de una época a otra es fluida y elegante, algo que se perfeccionaría más tarde en sucesivas entregas.
Gráficamente los títulos han envejecido impresionantemente bien (esto ya es marca de la casa de Ubisoft), y resultan interesantes de jugar aún habiendo disfrutado ya de la deriva rolera que tomó la saga en Origins y Odyssey. Estos están más cercanos a las primeras entregas, por lo que el sigilo es la gran baza de que deberemos servirnos como asesinos. En Black Flag se dio mucha más importancia a la navegación y los combates navales (no en vano su protagonista es un pirata) y estos resultan verdaderamente impresionantes en la consola de Nintendo. Algunos de los que crecimos con una Game Boy nos hubiéramos echado a llorar si en aquellos tiempos nos hubieran enseñado lo que una portátil de Nintendo iba a ser capaz de hacer veinte años después.
En el contexto de la saga, claro que nos encontramos con algunos de los problemas que se fueron solucionando con el tiempo, pero se pueden obviar fácilmente por la historia resulta lo bastante interesante y la cantidad de horas contenida en la colección es envidiable. Más incluso para los que, como yo, os saltarais en su día alguna de estas dos entregas, de las cuales, debo decir, Rogue me ha gustado especialmente. A este lanzamiento hay que añadirle todo a lo que Ubisoft nos tiene acostumbrados (tras varios batacazos sonados): una versión muy bien adaptada, donde los controles se sienten orgánicos e inteligentes, voces en castellano y un acabado, en general, pulido. ¿Va siendo hora de desterrar el meme de la Ubisoft llena de bugs? Quizás, últimamente no me encuentro nada así en sus juegos. Eso sí, se hubiera agradecido que, como sucede con el que considero el mejor port a la consola, The Witcher 3 Complete Edition, el cartucho trajera los dos juegos, pero no es así, Rogue deberemos descargarlo adicionalmente.
En fin, lo cierto es que el que tiene boca se equivoca, y los ports a Nintendo Switch se están convirtiendo en una razón de peso bastante grande para disponer de esta consola. Assassin’s Creed the Rebel Collection da buena cuenta de ello. Ya que estamos, les diría a los equipos de Ubisoft que no se detengan y adapten toda la saga a la consola híbrida, sería una gran excusa para re-jugarla en orden.