Transistor: una narración rebosante de carisma y una chica carente de voz

6 mayo, 2019Manuel Casal

Recuerdo Limbo como una de mis primeras experiencias con el mundillo indie.  Su estética y su forma de contar las cosas me pareció algo tan diferente que despertó mi curiosidad y desde entonces intento estar atento a todo nuevo lanzamiento, sea o no triple A. No digo que estos juegos de alto presupuesto no puedan ser buenos, obviamente. Pero es cierto que los grandes estudios tienen tendencia a no arriesgar demasiado. Sin embargo, una compañía pequeña tiene que destacar de alguna forma para hacerse hueco en el mercado. Creo que esta necesidad ha exigido tanto a los estudios que es uno de los principales motivos por los que tenemos títulos de tan alta calidad en el entorno del presupuesto reducido. Eso sí, no hay que dejar de tener en cuenta las dificultades que estos estudios tienen para que los proyectos salgan adelante y que no todos lo consiguen. Por eso admiro lo que es capaz de hacer la industria indie, acercándonos conceptos interesantísimos a pesar de tener el viento en contra y unas condiciones tan duras.

Uno de los estudios más ingeniosos del panorama indie es Supergiant Games, creadores del reciente Hades. Con su primer título, Bastion, demostraron que son capaces de construir una jugabilidad agradable, con un narrador que nos acompaña durante toda la aventura, comentando cada paso que damos. Es una idea que reutilizaron en Transistor, su segundo juego, pero con una vuelta de tuerca. Nos encontramos en una aventura sci-fi en la que controlamos a Red, una joven cantante a la que acaban de “robarle” su voz. Portamos una especie de espada con detalles que recuerdan a un chip electrónico y que, además, habla. Aquí tenemos a nuestro narrador: La Transistor. Una voz masculina sale de ella y va comentando todo lo que hacemos, convirtiéndose en nuestro acompañante durante toda la aventura, así como en la herramienta para acabar con nuestros enemigos: El Proceso, una especie de seres virtuales que pertenecen a lo que parece ser un programa informático maligno (un virus, hablando claro). A nuestro alrededor, una ciudad aparentemente inmensa, con unos detalles cuidadísimos. Si algo le pediría a Transistor es que me dejara explorar esas calles durante más tiempo, pero la narrativa del juego nos guía en una historia corta, por lo que solo podemos catar algunos lugares emblemáticos de la urbe.

¿Cómo acabamos con ese Proceso? El sistema de combate por turnos le queda que ni pintado. Es una mezcla de turnos y tiempo real. Tenemos que planificar nuestros movimientos y ataques, que se realizarán de forma automática, pero luego nos quedamos vendidos unos segundos mientras se recarga nuestra habilidad de planificación. Todo el juego se desarrolla con vista isométrica, que permite unos escenarios meticulosamente diseñados. El arte de Transistor es excelente y es raro el momento en el que no nos apetezca admirar algo que aparece en pantalla. Se trata más bien de una experiencia narrativa que de un reto para nuestras habilidades, aunque más de un combate nos lo pondrá difícil.

Cloudbank (así es como se llama la ciudad) cambia conforme avanzamos en la historia. El Proceso va transformándolo todo. Esto, junto a la forma de plantear la información que recibimos, nos da a entender que vivimos en una especie de software informático. Un concepto similar a Matrix, una ciudad virtual. No se plasma explícitamente, pero es algo que queda bastante claro desde el principio, por la forma en la que sucede todo o simplemente el hecho de que enfrentemos al virus cara a cara. Otro ejemplo de ello son las “puertas traseras”, una especie de portales a una playa en la que podemos relajarnos de nuestras andaduras por Cloudbank. Transistor, la espada, comentará cada movimiento que hagamos, así que es interesante interactuar con todo lo que encontramos y dejarnos llevar por el universo que nos propone el título. Por eso, disfrutar de esa playa para escuchar algo de música, tener una conversación con nuestro compañero de viaje o entrenar, son cosas completamente opcionales, pero que pueden llegar a ser muy interesantes. Podremos desbloquear piezas de la banda sonora para escuchar en esa zona, lo que no parece nada del otro mundo, si no fuera porque la música de Transistor es excelente. Y por si fuera poco, tiene una segunda capa de profundidad, ya que en cualquier momento podemos pulsar un botón y Red, aun sin poder pronunciar palabra, tarareará lo que esté sonando, dándonos así dos versiones para cada pieza musical.

Los juegos cortos suelen derivar en cierta polémica. Acabar la historia en escasas horas no resulta satisfactorio si la narrativa no nos sorprende o nos atrapa. Transistor es intrigante. Desde el comienzo queremos saber qué ha pasado, dónde estamos y por qué estamos haciendo lo que hacemos. El grueso de la historia la obtenemos al ir avanzando, pero existe la posibilidad de ampliar esa información, de una forma muy curiosa: los poderes entre los que elegimos para configurar nuestros ataques, se asocian con personajes y, según los configuremos como habilidad pasiva, activa o de mejora, recibiremos más información sobre ellos. Esto proporciona una herramienta opcional, que nos exige ir cambiando nuestra forma de combatir, siempre y cuando queramos conocer al completo todo sobre las personalidades de Cloudbank.

Transistor se convierte así en una experiencia artísticamente abrumadora, que juega con ideas bastante interesantes para contarnos su historia. El concepto de necesitar cambiar nuestro estilo de juego para conocer más del trasfondo es algo que transforma la jugabilidad al completo. Estas y otras formas de arriesgar a la hora de hacer historias es lo que hace de Supergiant Games un estudio que merece toda nuestra atención, algo que demuestra también en Pyre, su título inmediatamente posterior.

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