‘Roguebook’: A ‘Slay the Spire’ emulando y con el mazo dando

17 mayo, 2022Isaac López Redondo

Nunca he sido una persona que se haya dejado llevar por los prejuicios, pero hace ya unos cuantos años que abandoné cualquier tipo de estigma para adentrarme en terrenos no explorados durante mi infancia o adolescencia y que estaban en mi lista de asignaturas pendientes. Entonces, por desconocimiento o falta de estímulo entre mis círculos de amistad, permanecí ajeno a fenómenos como Magic the Gathering. El popular juego creado por Richard Garfield me resultaba tremendamente atractivo en su vertiente artística, un universo mágico, profundo y variado, pero a la vez tremendamente inaccesible para tipos como yo, sin experiencia previa en este terreno y sin amigos con los que haber jugado. Imagino que la relación con mis hijos, sobre todo con Mateo, el más pequeño, ha tenido mucho que ver en esta especie de renacimiento o reconversión que he vivido en los últimos años, donde he recuperado la curiosidad por experimentar nuevas sensaciones en el ámbito de lo lúdico. Con Mateo aprendí –aprendimos juntos– a disfrutar de Magic, a interiorizar sus mecánicas y comprender las razones que han popularizado este juego de cartas. Descubrí también, cómo no, su aspecto más negativo y criticado: la necesidad de realizar una inversión económica constante y desorbitada para la compra de sobres de cartas con los que poder crear mazos atractivos, poderosos, competitivos… Todo ello sin olvidar el espíritu coleccionista del que está impregnado Magic the Gathering, algo que suele seducirme en cualquier tipo de juego.

Pero esta fue solo la puerta de entrada a un mundo por descubrir. Un mundo que sigo descubriendo todavía junto a mi hijo. Me toca a mí, eso sí, seguir indagando en busca de nuevas experiencias. También en el ámbito del videojuego, donde hay un título que ha marcado inevitablemente mi tránsito por este mundo de los juegos de cartas y que ha desatado mi devoción por una modalidad específica: los deckbuilding o juegos de construcción de mazos. Se trata de Slay the Spire. La propuesta de Mega Crit Games causó en mí un tremendo impacto y me ha mantenido frente a la pantalla durante decenas y decenas de horas. Todavía hoy sigo disfrutando de su exquisita mezcla de roguelike, mazmorras y RPG, un aparente mejunje de gráficos grotescos que esconde un delicioso sabor, un reto solo al alcance de quienes sienten verdadera pasión por las cartas, pues su elevada dificultad puede llegar a desesperar. Siempre lo he considerado «el Dark Souls de los videojuegos de cartas», donde la muerte forma parte del aprendizaje. Pero ahí, por paradójico que pueda parecer, al igual que en los videojuegos desarrollados por From Software, reside gran parte de su encanto y atractivo.

Uno de los puntos fuertes de este título se encuentra, sin duda, en la posibilidad que ofrece al jugador de intervenir, durante cada partida, en la construcción de su mazo, siempre en busca de las sinergias necesarias entre las cartas disponibles para alcanzar la máxima eficiencia posible. Cada partida nos invita a probar estrategias diferentes. Y cada partida, por tanto, ofrece también una experiencia única que invita a jugar y rejugar hasta el infinito. En mi caso, así ha sido. Todavía hoy, después de más de 100 horas de juego, sigo volviendo a Slay the Spire de cuando en cuando. Parte de su magia reside también en la duración de la partida, pues superar los tres niveles del juego no requiere ni tan siguiera una hora de tiempo, algo francamente importante para quienes vivimos con una agenda apretada y hemos de conciliar la vida laboral, familiar y nuestra afición por los videojuegos. Sigo muriendo. Y sigo aprendiendo. Creo que ahí está la clave de su éxito. La sombra de Slay the Spire es tan alargada que muchos de los videojuegos de cartas que han ido apareciendo en los últimos años han encontrado en él un referente claro, una fuente de inspiración inagotable que también ocupa un lugar relevante en el caso que nos ocupa. Detrás de Roguebook se encuentra Abrakam, un pequeño estudio que en 2013 publicó Faeria, una interesante mezcla de juego de tablero y cartas, cuyo universo y personajes vuelven a cobrar vida en este nuevo título. Por cierto, Richard Garfield, a quien aludíamos al comienzo de este texto, ha participado también en el diseño del juego. Las referencias a Slay the Spire son evidentes, pero hay un par de ingredientes nuevos que lo dotan de cierta frescura y lo convierten en un título atractivo para los amantes de los deckbuilding. En primer lugar, controlaremos a dos personajes en lugar de uno, cada cual con sus propias características y habilidades. Uno de ellos será el líder en cada batalla, pero podremos ir alternando protagonismos en cada turno. Cada uno de estos personajes contará con sus propias cartas que iremos desbloqueando, por lo que la colección se irá ampliando a medida que vayamos jugando partidas y superando determinados retos.

Por lo demás, Roguebook recuerda, y mucho, al juego de Mega Crit Games. Cada partida está compuesta de tres capítulos en los que deambularemos por sus correspondientes tableros, que conservan una estética similar a la que vimos en Faeria. El objetivo de este trasiego por cada tablero no es otro que el de conseguir monedas y tesoros para comprar y mejorar nuestras habilidades y cartas. Este componente de exploración dota de cierta profundidad al juego y hace que cada partida sea diferente. La elección de los dos personajes implica también que las sinergias que puedan surgir sean variadas. Al empezar cada capítulo, solo serán visibles algunas de las casillas del mismo, pero podremos dibujar nuevos caminos haciendo uso de pinceles y botes de tinta escondidos en el tablero, que conseguiremos también al ganar combates. En estos, la dinámica es muy similar a la del mencionado Slay the Spire: dispondremos de una cantidad de energía limitada para poder jugar las cartas robadas de nuestro propio mazo en cada turno. En la pantalla, determinados iconos mostrarán las intenciones del enemigo para su siguiente turno, por lo que tendremos que sopesar en qué medida nuestras acciones han de ir encaminadas al ataque o a la defensa en cada situación. Al avanzar en la aventura iremos consiguiendo páginas del libro de Faeria en el que los personajes se encuentran atrapados –y poco más que añadir del argumento o lore del juego–. Estas páginas servirán para desbloquear talentos –habilidades o ventajas– que serán perennes a partir de entonces en cada personaje al afrontar cada nueva partida. Como buen roguelike, Roguebook está pensado para ser jugado y rejugado multitud de veces. Morir y fracasar en el intento de llegar hasta el final del capítulo 3 jamás será en vano, pues cualquier avance que consigamos permitirá desbloquear cartas y mejoras. La posibilidad de combinar en pareja a los personajes disponibles –cuatro al empezar el juego, y cinco más adelante– garantizan también la rejugabilidad del título.

Roguebook adolece de la frescura que hizo de Slay the Spire un clásico indispensable dentro del género. Se muestra como un discípulo aventajado que no puede superar al maestro, pero no por ello es un mal título. Quienes, como yo, nos hemos convertido en fervorosos jugadores de cartas, no podemos sino recibir con los brazos abiertos esta nueva propuesta, que en su intención de imitar una fórmula jugable ya caligrafiada por otros títulos del género, ofrece aquí horas y horas de diversión gracias a una leve vuelta de tuerca. Si además cumple en lo técnico, como es el caso, creo que es más que aconsejable darle una oportunidad. Qué importa si no hay nada nuevo bajo el sol mientras el sol brille.

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