‘Resident Evil Village’: entre la continuidad y la innovación
Una fina línea separa la continuidad familiar y confortable de la monotonía más cargante, y es algo que suele ocurrir en los videojuegos. Lo mismo pasa con la frontera entre la innovación efectiva y la desconexión total de los elementos que aportaban identidad a una franquicia, que también se desdibuja con facilidad. Es difícil lograr ese equilibrio cuando se aborda una nueva entrega de una saga querida por los fans, conseguir que se sigan sintiendo como en casa sin que ello implique que acaben cansados de repetir una y otra vez la misma fórmula. Es un claro ejemplo de ello Assassin’s Creed, una franquicia que empezó a mostrar signos de desgaste tras su tercera entrega, signos que decidieron ignorarse durante varios títulos más, llevando a los jugadores al hastío, incluso perdiendo muchos seguidores por el camino. Sin embargo, cuando llegó el cambio con Assassin’s Creed Origins (2017), Ubisoft no supo hallar ese equilibrio, las líneas que delimitan tradición e innovación se emborronaron. Sí, el cambio funcionó para muchos, y la saga experimentó un repunte en popularidad y aceptación por parte del público —entre la que me incluyo—, y así continuó con Assassin’s Creed Odyssey (2018) y Assassin’s Creed Valhalla (2020). No obstante, los elementos innovadores y las viejas referencias no estaban integrados con acierto, aquello ya no se sentía como «un Assassin’s Creed». Disfruté esa trilogía, como muchos otros jugadores, pero la disfruté como si se tratara de otra franquicia totalmente independiente, salvo en esos momentos en los que se mencionaban referencias al lore de la saga y, como empujado a la fuerza, volvías momentáneamente al universo de los asesinos y templarios.
Si hablamos de Resident Evil estamos hablando de otra de las sagas más populares y reconocibles de la historia de los videojuegos, una franquicia que también ha atravesado sus altibajos y que los ha afrontado con enfoques muy distintos en según qué ocasiones. Podemos establecer que Resident Evil 4 (2005) supuso el primer giro radical para la saga, la primera ruptura con lo que había heredado de títulos anteriores, al menos dentro de la saga principal. Aunque el título protagonizado por Leon S. Kennedy apenas conservaba elementos que nos recordaran a los orígenes de la franquicia, de alguna manera funcionó sorprendentemente bien, y se posicionó como una de las entregas más populares y exitosas. Sin embargo, Resident Evil 5 (2009) y Resident Evil 6 (2012), que pretendieron seguir su estela y su fórmula de éxito, se alejaron cada vez más de la popularidad y de esa sensación de «estar en casa» que sentíamos con la saga. La búsqueda de nuevos horizontes dio un giro demasiado radical hacia la acción desenfrenada con Resident Evil 5, buscando explotar esa tendencia que vimos en Resident Evil 4, pero sin la mesura con la que lo hizo este último. Con Resident Evil 6 se trataron de abarcar tantos enfoques que todos acabaron desdibujados y borrosos, con un juego que no terminaba de saber en qué dirección apuntaba, tanto en lo jugable como en ambientación y temática. La ambición por innovar y cambiar llevó a Resident Evil al borde de un abismo en el que ya no se podían reconocer los elementos que los fans amábamos de la saga. Sin embargo, de esa caída en picado salió algo bueno, algo que provocó un giro en la dirección opuesta, hacia los orígenes, pero esta vez de manera más comedida, y sin dejarse por el camino la innovación. Hablo de la gestación de Resident Evil VII: Biohazard (2017).
La séptima entrega numerada de la saga iniciada por Shinji Mikami levantó escepticismos desde su anuncio, aunque también entusiasmo, y no es de extrañar. Resident Evil VII prometía romper el molde en muchos sentidos y fue, de hecho, un salto de fe para intentar renovarse y quitarse de encima el lastre que habían supuesto las dos entregas anteriores. Sin embargo, a pesar de lo arriesgado, la apuesta de Capcom salió bien y reconquistó al público, atrayendo incluso a nuevos fans que nunca antes se habían interesado por la saga. El secreto de REVII fue saber reinventarse al mismo tiempo que volvía al origen de la saga y de un género que ha sido, prácticamente, edificado por la misma. Sí, por primera vez —sin contar spin-offs—, nos sumergíamos en una perspectiva inmersiva en primera persona nada habitual en la saga, pero, por otro lado, la acción se relegaba al segundo plano para volver a ensalzar la gestión de recursos que ocupaba el papel protagonista desde la primera entrega que vimos en 1996. Nos olvidamos de los zombis y de Raccoon City, pero regresábamos a las viejas mansiones, los entornos cerrados y a las idas y venidas en busca de objetos para progresar. No teníamos cámaras fijas, pero sí habitaciones seguras dónde guardar nuestro progreso y organizar el inventario. El resultado con Resident Evil VII fue el inicio de un nuevo camino que respeta y homenajea los orígenes de la saga al tiempo que pone la mira en una nueva forma de hacer terror, una nueva forma de hacer Resident Evil, pero con sabor hogareño. Sentó una base aceptada por la mayoría de los fans y que dejó muy buen sabor de boca. Ahora le toca a Resident Evil Village (2021) recoger el testigo, y conservar el equilibrio que nos dio su predecesor.
Pequeños elementos, como la existencia de la marca de cerveza Dulvey tanto en la aldea de REVIII como en la casa de los Baker, dan cohesión al universo Resident Evil
Como comentaba inicialmente creo que para que una saga funcione a lo largo de tiempo debe lograrse una continuidad que resulte acogedora para el jugador, que este sienta que se mueve en un entorno conocido, pero dejando espacio para que la obra respire y pueda sorprendernos con novedades. Además de rescatar elementos clásicos de la saga, Resident Evil VII asentó nuevas bases fácilmente reconocibles por el jugador para seguir utilizándolas en el futuro, y son prueba de ello Resident Evil 2 Remake (2019) y Resident Evil 3 Remake (2020). Aunque estas dos entregas ofrezcan una propuesta muy distinta a la que vimos en REVII, rescataron ciertos elementos que, aunque parezcan nimios y sutiles, dotan al universo de Resident Evil de cierta cohesión y naturalidad. Ahora, Resident Evil Village recoge esa herencia para seguir extendiendo esos elementos de cohesión, aunque esta vez dentro de la misma propuesta jugable que REVII, como secuela directa.
Hablo de pequeños elementos que pueden parecer insignificantes, pero que realmente funcionan para activar en nuestras cabezas esa percepción de que estamos en un mismo universo. Un detalle tan simple como señalar con cintas amarillas las cajas que podemos destruir puede funcionar como catalizador de esta sensación. La existencia de cervezas de la marca Dulvey en la aldea de REVIII, como las que vimos en la casa de los Baker, o incluso la aparición de los pequeños muñecos cabezones que destruíamos en REVII a modo de coleccionables, son pequeños elementos ajenos a la trama que asientan esa sensación de continuidad tan agradable. Aunque se trate de decisiones de reciclaje y aprovechamiento del trabajo previo, utilizar modelados de muebles u otros objetos compartidos entre las cuatro últimas entregas de la saga también contribuye a consolidar esa sensación en el jugador. Y para no caer en la monotonía y cruzar esa frontera tan fina que separa el confort del aburrimiento, el último título apuesta por inclusiones importantes a nivel de gameplay que aportan frescura, como el sistema de crafteo renovado, el cambio radical en la ambientación y los enemigos, o el regreso de un sistema de comercio que nos recuerda a Resident Evil 4. Experimentamos algo nuevo al mismo tiempo que nos sentimos en casa. Incluso el diseño del inventario y los objetos que recogemos ayudan a trasladar dicha continuidad; el inventario en forma de maletín, las cajas de munición con colores asociados que llevamos viendo durante multitud de entregas —rojo para pistola, verde para escopeta, gris para magnum, etc.—. Se trata de una serie de pequeños elementos que, vistos en conjunto, nos hacen saber que estamos en un Resident Evil.
Las cajas de munición con colores asociados que llevamos viendo durante multitud de entregas.
Y ya alejándose de sutilezas y cohesión en el diseño, el lore y argumento que han construido las dos últimas entregas de la saga conforman un regreso a los orígenes, pero tomando un camino y un enfoque muy distinto. Resident Evil VII preparó el terreno de forma sutil, dejándonos solo al final algunos atisbos de que todo estaba conectado con el pasado de la saga, con Umbrella. Ese emblema en el helicóptero en la secuencia final o la aparición de un personaje conocido. Aprovechando ese trabajo, Resident Evil Village promete hacer crecer esa simiente que nos dejó su predecesor, explorando las raíces del evento, y sugiriéndonos un pasado mucho más lejano para Umbrella, que podría conectar los nuevos sucesos protagonizados por la familia Winters con los orígenes de la saga. Una vez más, caminando por esa delgada línea entre el pasado y el futuro, entre el legado de una saga y lo nuevo que está por construir, entre la continuidad y la innovación.