El videojuego que quería ser Don Quijote
Desocupado jugador: sin juramento me podrás creer que quisiera que este videojuego, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza, que en ella cada cosa engendra su semejante. Y, así, ¿qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la crítica desacertada de un título parido en nuestra patria?
Sin duda, los más cultivados lectores habrán reconocido en las primeras líneas de este texto de opinión retazos poco disimulados del prólogo de la obra más emblemática y conocida de la literatura hispana. No quiero que el desocupado lector considere una osadía o afrenta el hecho de recurrir a este pasaje literario para poner los cimientos del presente texto. Hablar de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha es hacerlo sobre un personaje carismático que encarna la locura y que es capaz de protagonizar, por muy paradójico que parezca, momentos de extraordinaria lucidez mental. Hay algo, o mucho, de ese Don Quijote en el videojuego del que vengo a hablaros. En Effie, el jugador se mete en la piel de Galand, un héroe sobre el que ha caído una maldición que le ha hecho envejecer. Ahora tratará de recuperar su juventud en un viaje repleto de aventuras que recuerda, y mucho, a esa hornada de juegos de los noventa que tan buenos ratos nos hicieron pasar. Véase Jack and Daxter, Spyro, Ratchet and Clank… Hay un poso de todos ellos en el título que tenemos entre manos. Las fuentes de inspiración están claras. Las mecánicas que implementa se resumen en saltar sobre plataformas de diferente naturaleza, golpear y recoger objetos mientras exploramos un universo de ciertas dimensiones fácilmente abarcable. No se trata de un mundo abierto, pero tampoco está limitado por un concepto rígido de linealidad. Para acceder a determinados lugares tendremos que encontrar una serie de objetos repartidos por el mapeado, poniendo a prueba nuestras dotes como exploradores y nuestra habilidad con el mando, si bien el grado de dificultad está al alcance de cualquier jugador. Los puzles que plantea el juego tampoco suponen un reto inalcanzable, pero aportan cierta variedad en las mecánicas.
Extensas praderas dominadas por el color rojo, ciudades repletas de secretos y templos que albergan cofres con tesoros son los escenarios que tendremos que explorar mientras recogemos piedras rúnicas que potenciarán las habilidades de Galand, sin olvidarnos de las reliquias, otros elementos coleccionables que contribuyen a diversificar los objetivos de juego. En nuestra aventura, los Ancianos Protectores nos concederán un escudo especial que será imprescindible para destruir el poder oscuro que albergan las llamadas Gemas del Mal. Sí, a priori no pinta nada mal la excusa argumental, pero pronto descubriremos que podría haberse exprimido más toda la historia narrada por el propio Galand. El mencionado escudo, llamado RuneStone, sí que aporta un abanico de posibilidades jugables, pues no solo funciona como un arma de combate que va evolucionando, sino que puede utilizarse también como medio de transporte a modo de «monopatín volador». Todo ello dentro de un universo que ofrece un aspecto gráfico amable y colorido, pero desprovisto de detalles, rozando por momentos una excesiva sobriedad.
Effie constituye un sincero pero modesto homenaje a los juegos de aventuras 3D que encumbraron este género allá por los noventa, pero es también un intento desaprovechado de ofrecer algo de aire fresco, con una propuesta divertida que no llega a cautivarnos, que no brilla especialmente en ninguno de sus apartados, con un movimiento de cámara que en ocasiones resulta desconcertante, con tiempos de carga excesivos cada vez que erramos en nuestros intentos y perdemos la vida.
Pese a todo, Effie deja en su camino un buen puñado de motivos que nos hacen confiar en un futuro prometedor para Inverge Studios. La compañía valenciana ha trabajado bajo el abrigo de Playstation Talents. El apoyo de Sony ha resultado indispensable para que este y otros proyectos españoles estén brillando con luz propia en el extranjero. Una luz tenue en esta industria dominada por gigantes en la que tan difícil resulta hacerse un hueco. Toca enfundarse el traje de Don Quijote y enfrentarse a esos gigantes, sean o no molinos de viento.