El NPC farero del coloso de Rodas
Carek nunca había interactuado con otro NPC. Por supuesto, tampoco con un avatar humano. El lugar de trabajo que se le asignó nada más nacer no se lo permitía. No había truco en ello, simplemente se trataba de pura imposibilidad física. Vivía en la cabeza del coloso de Rodas, y su función consistía simplemente en mantener el faro en perfecto funcionamiento. Encendía la tea en las manos del gigante cada noche y la apagaba cada mañana. «Mi labor es importante», se había dicho muchas veces. «Gracias a mí las naves tienen una referencia a la hora de atracar en la ciudad».
El coloso de Rodas se había diseñado en Nueva Tierra siguiendo más el mito que la realidad alrededor de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. Así, la enorme estatua de bronce de más de treinta metros de altura, marcaba la llegada al puerto de la isla de Rodas con una pierna a cada lado de la forzada entrada. Con inspiración fílmica, en sus manos sostenía ese gran plato que por las noches ardía ejerciendo de guía para eSoldiers y viajeros. Los primeros colonos humanos que llegaron a la isla con el Éxodo se dieron cuenta de que, en un descuido incomprensible en el diseño base, se había deshabilitado el apagado y encendido automático de la magnífica estatua. Sin posibilidad de arreglarlo, se solicitó con arduo esfuerzo burocrático la creación de un NPC que se encargara manualmente del proceso. Cuando Carek abrió los ojos por primera vez ya se encontraba en el interior de la cabeza del coloso. Y sabía lo que tenía que hacer ese día, exactamente lo mismo que el resto del tiempo que allí estuviese: encender y apagar el faro. Aquel sería su lugar y aquella su misión, por siempre.
Su lugar… Con el paso de los años Carek, que contra todo pronóstico había desarrollado cierta capacidad emocional y de pensamiento, sin posibilidad de bajar de aquella enorme cabeza había empezado a denominarla su hogar. Desde lo alto del coloso distinguía perfectamente el bullicio de la ciudad a sus pies, la isla que se extendía a su espalda, la costa del continente frente a él, a lo lejos. Treinta metros más abajo, al nivel del mar Mediterráneo, observaba atento el deambular de avatares y NPC. Los primeros eran imprevisibles respondiendo a su propia naturaleza humana, pero había detectado las rutinas de los segundos. Aquel vendedor que siempre estaba en su puesto exactamente a la misma hora, mismo minuto y mismo segundo; los que cargaban y descargaban en perfecta sincronía las mercancías de los cargueros, la vendedora de flores digitales que estaba justo a la entrada del puerto a solo un cruce de miradas…
Tanto tiempo viéndola en su pequeño puesto y con sus pequeñas rutinas, con el brillo de su sonrisa apreciable incluso desde las alturas, había hecho que Carek desarrollara algo en su interior para lo que no estaba preparado ni programado. Pensaba en ella a menudo, y las noches se le hacían eternas esperando que el sol la trajera de nuevo de vuelta.
Un día una gaviota de las que solía posarse en la cabeza del coloso dejó caer una pluma al emprender de nuevo el vuelo. Carek la recogió del suelo y enseguida selló su código para que no se desvaneciera. Era de un color blanco brillante. Una expresión de felicidad apareció en su rostro. Sería el perfecto regalo para una NPC que siempre estaba rodeada de flores. Arrancó un diminuto trozo de bronce de la estatua para que ejerciera de peso y lo ató a la pluma. Miró hacia el puesto en el que se hallaba ella, calculó con exactitud trayectoria, altura, distancia, viento y un sinfín más de variables y arrojó su bonito presente. Cayó justo delante de ella, lo que hizo que por primera vez mirara hacia arriba e intercambiaran miradas… y sonrisas. Desde entonces todo cambió para los dos. Él arrancaba pequeños pedazos de bronce y modelaba con ellos figuras de animales que había visto desde las alturas. Cuando caían a sus pies, ella dibujaba con pétalos de flores frases de agradecimiento multicolor, también su nombre, Nilik. Y así se fue desarrollando una bonita historia de amor entre el NPC farero y la NPC florista, Carek y Nilik, dos seres artificiales que no estaban programados para amar, para amarse. Siempre separados por aquella distancia de poco más de treinta metros, pero con la ilusión saltando sin barreras entre uno y otro. Ahora tampoco ella dejaba de pensar en él por las noches deseando que el sol alumbrara un nuevo día. Desde la ventana de su casa asignada veía el faro encendido. Y se apoyaba en el alfeizar sujetando la cabeza entre sus manos, suspirando bajo las estrellas.
Así transcurrieron los días, hasta que algo cambió una mañana. Estaba él en el coloso y ella en el puesto de flores, sonriéndose el uno al otro, como siempre, y empezaron a caer naves en llamas desde el cielo. Grandes, pequeñas, girando sin control, dejando negras columnas de humo tras de sí. La base militar de Rodas hizo despegar a todos sus cazas, que partieron raudos para reunirse con los resplandores y fogonazos que se daban más allá de las nubes. Carek miró asustado a Nilik, que le devolvió la preocupación con su propia mirada. Él le hizo gestos para que se resguardara en lugar seguro, pero ella se mantuvo firme en su lugar. No iba a abandonarlo a su suerte. Explosiones se daban por toda la ciudad de Rodas. Una de las naves había caído en el puerto a pocos metros de donde se encontraban, afianzando con agitación y desorden un nuevo sentimiento dentro de ellos: el miedo por la seguridad del ser querido más que por la propia vida. De repente, un caza de la eArmy se estrelló estrepitosamente contra una de las piernas del coloso. Este empezó a tambalearse hasta que se desmoronó sobre las aguas del puerto. Lilik, con horror en su rostro, gritó llamando a Carek. Entre las mallas de humo y fuego una figura surgió. Era él. Había sobrevivido al incidente. Corrieron el uno hacia el otro y se abrazaron bajo la lluvia de fuego. Tal vez, ciertamente, era el fin del mundo como gritaban algunos avatares humanos, pero ellos disfrutarían cada segundo, por fin, el uno junto al otro.
—Mi trabajo ahora es hacerte feliz —dijo él.
—Ya hace tiempo que lo es, aun cuando el coloso estaba en pie, y lo has hecho muy bien —respondió ella.
Y se besaron con delicadeza sobre las ruinas de una ciudad calcinada. Más allá, el resto del planeta y el universo entero brillaron con fuerza para luego desvanecerse.