El flamenco western más puro para velar las almas perdidas

21 mayo, 2024Elena Alés

El binomio Antonio Fernández (Granada) y Pedro de Dios (Úbeda) es la última novedad en el flamenco underground de la escena andaluza. Con la salida de Cantes Malditos el pasado 17 de mayo bajo el sello Everlasting Records, cantaor y guitarrista se introducen en una sima profunda y oscura que erosiona la garganta del cantaor y el “sentío” de todo aquel que se pare a escuchar.

¡Atención! Música no apta para aquellos sensibles a las tinieblas. Producido por José A. Sánchez “La Josefa” en Producción Peligrosas, en el pueblo de Peligros (Granada), es un álbum terroríficamente bien hecho. El concepto musical y estético están claramente elaborados y el oyente se introduce en el universo desde que las primeras notas que salen de la guitarra de Pedro de Dios en La Zambra viajan por el aire. Voz y guitarras eléctricas como bases que sustentan el peso de un disco breve y denso. De vez en cuando una batería sorprende al oyente, que se deja acompañar mientras vela por su alma y navega en las profundidades de sus claroscuros. Más de un siglo de angustias separa el óleo sobre lienzo original de la portada que viste al disco. Tal y como se aprecia en la pintura, la muerte, la vida, la oscuridad y el jolgorio tienen cabida en un mismo espacio. Tan macabro como el hecho de que no hay muerte sin vida, El Velatorio (1910) de José María López Mezquita muestra el rito funerario conocido como el “velorio del angelito”, una fiesta alrededor del cadáver de un niño pequeño.

Un disco crudo, como crudas suenan las guitarras de Pedro de Dios, al que acostumbramos a ver encabezando grupos como Guadalupe Plata o Pelomono. Afinaciones sombrías que hacen resplandecer un disco entregado a la pérdida, la tristeza y lo jondo de la vida: la consciencia de la existencia y la muerte. Nadar a contracorriente en un mundo superfluo ataviado de consumismo y rapidez es esto. Hacer música para reflexionar, para escuchar, para sentir y para encogerse. Desde el sentimiento de frustración que produce habitar un mundo que no le corresponde, Antonio Fernández abre en Yo quisiera renegar un portal a otra dimensión, con la mala fortuna de encontrarse con La muerte no me quiere. Como dice el refrán, no hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Y en este caso, llevado al extremo. Acabar el disco con el clásico entierro de La hija de Juan Simón es una clara “afirmación de intenciones” que deja el cuerpo entrecortado, a la espera de que aparezca un acorde que nos transporte a un aterciopelado final. Y no llega. Quedamos desamparados ante el limbo existente entre el mundo de los vivos y los muertos. Como dijo Camarón, “el flamenco no tiene más que una escuela: transmitir o no transmitir”, y tanto Antonio como Pedro han sacado matrícula de honor.

Benditos sean los cantes malditos, porque de ellos será el reino de los flamencos.

Escucha el disco a través de este enlace.

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