El fin de gira de Zalau, un remanso de paz entre tanto ruido
50 minutos es el tiempo que tardó en empezar el concierto con el que cerraban la gira el 2 de diciembre. Minutos antes del comienzo ya se podía ver a los músicos saludar a amigos y conocidos, que esperaban pacientemente en la puerta del local al inicio del bolo.
Tras una organización pésima por parte de la sala en unos días en los que las fiestas de empresa, las zambombas y el alcohol inundan las calles y nublan las mentes, Marta, más conocida como Zalau, se subió al escenario en un atisbo de comenzar el concierto con el poema “Movimiento”. Quizás algo arriesgado con lo que empezar, sobre todo si la gente de la sala no se calla ni colabora. Después de un momento de tensión entre los que querían escuchar y ver el concierto y los que llevaban unas cuantas copas de más, la música y el respeto ganaron. Los que de verdad no querían estar allí se marcharon y dejaron disfrutar a los demás de un bolo cuidado, cálido y enérgico. Entre una marabunta de gente hablando, las letras y los acordes se abrían paso y al cabo de un par de canciones el ambiente se fue relajando poco a poco. Era el poder de la música.
Un repertorio de 15 canciones (con solo dos versiones entre ellas) para una artista que no tiene nada subido en Spotify no es moco de pavo. Apenas unos cuantos vídeos en YouTube dejan vislumbrar lo que este proyecto tiene para ofrecer en cualquier concierto.
A veces es difícil saber si un nombre es simplemente una decisión artística o es el nombre de una persona de verdad. Eso pasa con Zalau. Zalau es Marta, pero también es Andrés, Tito, Carlos y Pablo. No parece que Marta se convierta en otra persona distinta una vez en el escenario, no parece que deje a Zalau en el camerino ni en la prueba de sonido. Zalau es Marta y Marta es Zalau (además de una ciudad en Rumanía).
Lo que está claro es que el proyecto de Marta no sería lo mismo sin el elenco de excelentes músicos sevillanos que la acompañan, entre los que se encuentran el curtido bajista Carlos Romero, que se marcó un solo memorable en “Nunca vas a comprender”, canción original de Rita Payés y Elisabeth Roma, sacando más de una sonrisa y asentimiento con la cabeza; Andrés Hurtado a la guitarra flamenca, acompañando, punteando y tocando de la manera más elegante posible, con una capacidad de decisión sobre el mástil que lo convierte en un músico más que portentoso; la percusión a cargo de Tito López era todo lo que necesitaban las canciones para caminar en la dirección adecuada y con el ritmo necesario; y el saxofón de Pablo Gutiérrez era una voz más sobre el escenario que a veces se fundía con la de Marta y otras destacaba en un solo enérgico pero contenido. Y por último estaba Marta, vulnerable e imponente a partes iguales. La fuerza de esta cantautora hace que el público contenga su respiración y fije la mirada sobre ella, sin ser capaz de atender a más razones. Con ojos y oídos bien abiertos para no perder nada de lo que la joven tiene que ofrecer. A pesar del frío que hacía fuera de la sala, el calor de dentro hacía ver con buenos ojos a Marta descalza sobre el escenario, vestida de un blanco impoluto, sedoso y holgado. Nada, ni siquiera la ropa, le hacían quedarse atrapada en su cuerpo. Salía y entraba como le apetecía, libre entre 4 paredes y ante la atenta mirada de una sala llena.
Con una energía como la de una llama que no se apaga llegó a la mitad del concierto y la banda base se marchó del escenario. Quedó arriba Marta con la guitarra de Andrés. Y así, volviendo a sus comienzos, empezó a tocar y a cantar sentada en un taburete en el que sus pies no podían tocar el suelo. Tras ese rato de intimidad, Laura Coll fue invitada a subirse al escenario para tocar una emotiva canción dedicada al perro de Marta, Tao. Laura es un diamante en bruto que aún no ha salido a la superficie, pero que ya empieza a brillar, y los que la rodean bien lo saben. Chelista de formación, guitarrista, pianista, compositora y cantante por vocación. Pocos instrumentos y géneros se le resisten. La delicadeza al cantar y la forma de acompañar con su voz hicieron del tema una gozada para los allí presentes.
Álvaro Morato, conocido por su proyecto Alviento, también subió para tocar y acompañar a Marta en el tema “Florecer”. Antes de empezar a cantar, Álvaro quiso dejar clara la necesidad de la paz entre tanta guerra como vivimos hoy, ya sea la palestino-israelí, la ruso-ucraniana o las simples batallas que los ciudadanos libran por temas políticos, ideológicos o de simple convivencia. Se hace patente la complicidad de estos dos músicos, cuyas carreras artísticas caminan en paralelo.
En este concierto se debería hablar de música con mayúsculas, porque lo mismo tocan una samba, un bolero, o tema con tintes más jazzeros; lo mismo un quejío o un poco de scat. Zalau lleva a su público en un viaje tranquilo y apasionante, en el que a veces es necesario pararse a reflexionar y a veces se siente la necesidad de bailar. La sensación variaba desde estar escuchando a Ella Fitzgerald o Las Migas, a Ultimate Spinach, Antonio Lizana, o a Van Morrison. La variedad fue la clave del concierto, no cabe duda.
Otra de las sorpresas de la noche fue la danza in situ de Alba, que, con solo un pequeño espacio en la pista, se hizo libre y maleable como las ondas que sonaban a través de los altavoces. Esas ondas invisibles que le hacían mover todo su ser al compás de la música.
Juan Rodot apareció guitarra eléctrica en mano para “Trampantojo”, un tema poco convencional con el que dejó su impronta por la manera acelerada de tocar el solo a la vez que lo cantaba. Una canción enérgica para mantener los oídos bien abiertos.
La segunda y última versión de la noche llegó con el clásico “Ojalá” de Silvio Rodríguez. Un tema complejo que refrescaron con nuevos arreglo. Fue uno de los puntos cumbres de la noche, en el que muchos de los asistentes cantaron a la vez y se emocionaron, sobre todo los que contaban con unos cuantos años más que los propios músicos y habían crecido con esta canción allá a finales de los años 70.
A pesar de las típicas voces que corearon al final “otra, otra”, no hubo más. No podía haber más. Nada de bises, ni de insistencias, todo lo que tenían lo habían dado. Un bolo de cierre de gira que los hizo declararse como uno de los proyectos con marca hispalense más valiosos de los últimos tiempos. Por las letras, por la música, por el ambiente y por el respeto hacia una profesión que tiene más que ver con la comunidad que con la soledad.
El concierto fue, en definitiva, un remanso de paz entre tanto ruido, de calma y cable a tierra entre tanto fulgor y banalidad.
Atención a lo que está por venir.
Comentarios (1)
Andrés Zalau
12 diciembre, 2023 at 10:52 pm
Ole Elena me cago en la má………..