‘Arde Madrid’: el glamour de la locura en la España franquista
En algún momento en la historia del costumbrismo de nuestra querida y resonante nación perdimos aquella chispa descarada, ese humor rocambolesco y desmedido que arrasaba contra todos los preceptos conservadores y que, por mandato moral de una tradición férrea, se consideraban intocables como elemento de mofa.
La Movida supuso el primer movimiento disruptivo de cambio. Tacones al alza, maquillaje, mucha niña mona y cardados despampanantes para abrir la veda de lo que hoy conocemos como «libertad de expresión», cuyo nacimiento tuvo origen entre polémicas declaraciones al estilo «me gusta ser una zorra» y que hoy algunos sectores, cada vez más extendidos, pretenden tirar por tierra como vestigio subconsciente de aquel puritanismo rancio que parece que nunca acabó de marcharse. Siempre se ha mantenido en entredicho las formas y los excesos de «aquellos maravillosos 80», pero lo que nadie puede pasar por alto es que la filosofía inicial de esa contracultura sentó las bases de gran parte de los derechos actuales.
Figuras indispensables como Alaska, Mecano, Almodóvar, Mcnamara o Tino Casal empezaron a dejar constancia del deseo unánime de lo que no quería ya la sociedad: la censura, la prohibición, la persecución. Esta sintonía comenzó a desatar asperezas trasladándose a la influencia del cine del momento, con el «landismo» como reflejo de aquel humor y deseos picantes que todo el mundo llevaba por dentro, y que ahora eran irrefrenables.
Como bien apuntaba antes, y para volver a centrar la cuestión en la serie que nos ocupa, en algún momento del camino alguien decidió que el humor y el pregón de lo que no comulga con lo políticamente correcto debían empezar a censurarse de alguna forma. Algunos se preguntarán cómo es posible volver a retroceder al punto de partida. Pero sí, los viejos fantasmas siempre acaban por volver a aparecer. Por eso, entre tanto discurso castizo debemos agradecer el trabajo y la constancia de aquellos autores como Paco León, que siguen teniendo la osadía —más de uno se habrá caído de patas al ver esta desternillante comedia negra— de llevar a la pantalla su total ideología sin alterar lo más mínimo.
Arde Madrid se sitúa como una comedia fresca y única donde el humor negro sobrepasa tantas barreras como el director sevillano pretende derribar. Transportándonos a la España franquista, Paco León traza un escenario satírico en el que a través de sus dos personajes protagónicos pone de manifiesto esos dos sentimientos o personalidades arraigadas en aquellos años que chocaban de manera antitética a causa de ese catecismo imperante: la lujuria, la picardía y el gamberrismo delincuente encarnados en Manolo, como elemento narrativo de esa transgresión social. Y, por otro lado, la moralidad católica y conservadora en la figura de Ana Mari —interpretada por una asombrosa Inma Cuesta—, la cual vemos cómo se desmorona por momentos en plena lucha interna por despertar su sexualidad reprimida.
Como es de sobras conocido por el director, los detalles más escatológicos y explícitos nunca faltan en esta historia proyectada en un formato en blanco y negro de elocuente decisión. La extravagancia tampoco se sale del guión al que nos tiene acostumbrados con su particular humor, llevando los tabúes sociales al límite con una Carmen Machi como excesiva general franquista que desborda sentimiento nacional por los poros, y con una Miren Ibarguren que porta la exaltación gitana con una parodia tan hilarante que consigue hábilmente introducir la inclusión social como otro elemento reivindicativo de la serie.
León se jacta de esta confrontación satírica de mundos, y por si fuera poco, contextualiza la microhistoria de estos dos personajes colocándolos como el personal interno de la exuberante y afamada actriz Ava Gardner, que trae el alocado y liberal mundo de Hollywood a la Españita santurrona que no se enteraba de lo que estaba pasando fuera.
Ava era fuego, glamour, liberación, reivindicación en una sociedad que aún le faltaba madurez para despertarse, que vería incrédula como la burbuja de la que nunca pensaban salir acabaría explotando, cambiándolo todo.