Poly Play: los videojuegos de la RDA
En julio tuve la suerte de visitar Berlín. Una de las pocas ciudades de las que puedo decir que me he enamorado. Entre otras muchas cosas, me fascinó lo fácil que es aún hoy en día distinguir las zonas de la ciudad que pertenecían a la República Federal Alemana y las que eran de la República Democrática Alemana antes de la caída del Muro en 1991. Ahí está el Ampelmännchen para señalarlo si nuestra agudeza en percibir diferencias arquitectónicas o urbanísticas no es muy allá.
Precisamente, desde hace unos años la Ostalgie, la nostalgia hacia productos, cultura y formas de vida en la RDA, es un fenómeno en el este de Alemania. Películas como Sonnenallee o Good Bye Lenin! ya lo avisaron, y ahora la comercialización de refrescos, coches y otros productos de la RDA lo mantiene. Porque la RDA, dentro de los países que conformaron el socialismo real, fue el que mayor grado de desarrollo alcanzó: se fabricaban walkman, las mujeres podían acudir al trabajo sin temor al cuidado de sus niños porque el Estado creo una red nacional de guarderías, coches como el Trabi y también videojuegos.
Aparte de lo que pudiera conseguirse introducir desde la RFA, en torno a 1985 el Estado de la RDA pensó que sería conveniente (igual que había sucedido con la televisión o los refrescos) que su Estado y su sociedad pudieran jugar a videojuegos. Crearon entonces Poly Play, una máquina recreativa que incluía ocho juegos distintos y que se repartió sobre todo en los clubes de los sindicatos, donde se podía jugar de manera gratuita. Fue diseñada y fabricada por VEB Polytechnik, una compañía fundada a finales del siglo xix que en la Guerra Fría se convirtió en estatal y se encargaba de fabricar ordenadores y proyectores de diapositivas para toda la RDA.
Toda esta información se puede conocer de primera mano en el Computerspiele Museum de Berlín, el museo del videojuego fundado en 1997; el primero en abrirse en el Viejo Continente. Para todos los que nos chiflan los videojuegos es una visita obligada. Se puede jugar, sí, pero lo verdaderamente interesante es su exposición permanente. Medida, interactiva y apasionante. Un viaje cultural, sociológico y tecnológico sobre lo que es el videojuego y lo que representa para la historia de la humanidad. Obviamente, en la exposición hay un ejemplar de Poly Play, y pasé un rato con ella.
Lo primero que me llamó la atención fue su lacónica decoración. Nada de coloridos vinilos laterales o en la zona de control. La cabina y ya. Como si fuera un mueble-televisión. Solo en la parte de arriba se lee el nombre de la recreativa, en una tipografía que recuerda mucho a la supuesta de Polybius. Y es que algunos pensaron que Poly Play pudo ser Polybius, y otros tantos que quien inventó el creepypasta se inspiró en esta vieja y desconocida máquina, como señala Brian Dunning en su libro Conspiracies Declassified: The Skeptoid Guide to the Truth Behind the Theories. Que el joystick esté colocado a la derecha y el botón de acción (el único) a la izquierda es algo que no solo no pasó desapercibido, sino a lo que tampoco logré encontrarle explicación.
Y entonces jugué al primer juego: Hirschjagd. Se trata de una caza del ciervo bajo un diseño clónico de Robotron: 2084. Fácil y sencillo, cuantos más ciervos caces, mejor. El aspecto gráfico de los juegos, tanto de este Hirschjagd como del resto, si bien colorido, peca de poco inmersivo, especialmente al carecer de elementos de fondo, un fondo que es completamente negro en todos. Digamos que en lo estrictamente audiovisual, los videojuegos de Poly Play mostraban una calidad similar a los juegos menos vistosos de NES. Lo importante, sin embargo, es que NES era una consola doméstica y Poly Play una recreativa.
Hase und Wolf es un clon de Pac-Man en el que controlamos a un conejo que debe comerse los puntitos y las zanahorias mientras evita que le alcancen los lobos.
El tercer juego es Abfahrtslauf, un juego de descenso en esquí. El control era bastante obtuso y no respondía bien, pero al final pude, más o menos, amoldarme a sus exigencias y completar el descenso. Ese hubiera sido el momento perfecto para que apareciera un Ostalgier y me hubiera dicha: «Trae anda, que te voy a enseñar».
Schmetterlinge se inspira en los personajes de una serie infantil de la televisión de la RDA y consiste, básicamente, en cazar mariposas con nuestro personaje, que lleva su bucólico atavío y su herramienta cinegética. Las flores actúan a modo de obstáculos, pero no será muy difícil superar la fase. Como en todos los juegos de Poly Play, se nos da un tiempo y un marcador como todo elemento ludonarrativo.
Schießbude es un juego de disparos clónico de Carnival —y prácticamente igual en calidad gráfica y sonora —, así que tendremos que disparar a los elementos que van apareciendo, cada uno de ellos con distintas puntuaciones, para establecer un récord.
Autorennen nos ofrece carreras de rally. Me llamó la atención lo bien diseñado que estaba el control, lo que ampliaba el efecto de la jugabilidad. Una pena que no pudiera jugarse a dobles, porque vaticinaba buenos piques.
Merkspiel es un juego de inteligencia (o de cognición) en el que debemos recordar secuencias de figuras. Por si lo visual nos falla, también tenemos un sonido asociado a cada secuencia (inspiración clara en el Simon de Ralph Baer). Y como en el juego de mesa de Baer, las secuencias van creciendo en complejidad, a la vez que disminuye el tiempo que tenemos para resolverlas.
Por último, Wasserrohrbruch. El objetivo es impedir que la habitación se llene de agua, por lo que debemos recoger las gotas que caen constantemente y, cuando tengamos lleno el cazo, acercarnos a la ventana de la izquierda para vaciarlo y poder continuar con nuestra tarea. Quizá de todos los juegos fue el que más me costó comprender, sobre todo porque nunca sabes muy bien cuál es el tope de llenado que hará que pierdas la partida o cuándo está lleno el cazo.
Al parecer existen otros ocho juegos que se descubrieron en el código fuente. Lo que no se sabe con certeza es si esos juegos se cambiaban por los más famosos o se trataba simplemente de proyectos descartados, algo que, en teoría, se debería conocer con el paso del tiempo y las entrevistas a los que en aquellos tiempos no tan lejanos jugaban con Poly Play.
Poly Play, como las máquinas recreativas soviéticas o los videojuegos que se desarrollaron en la antigua Checoslovaquia, es un ejemplo vivo y jugable de que los videojuegos, a pesar de lo que muchos autores quieran hacer ver, es un producto cultural que trasciende los límites del capitalismo. Que haya una correlación indudable entre capitalismo y producción de videojuegos no lo convierte en una relación causa-efecto, y mucho menos hace de los videojuegos el espíritu del capitalismo, como si de la ética protestante se tratase Baste recordar que uno de los videojuegos más influyentes y que la revista Time eligió como el mejor videojuego de la historia, era soviético: Tetris.
Si coincidimos en que los cerdos no vuelan y vemos que uno lo hace, a favor de la episteme, de la heurística y del empirismo solo podremos revisar y replantear nuestra visión del fenómeno. Es algo que se olvida. Peor resulta la impresión de que al decir que los videojuegos son el producto más representativo del capitalismo, dentro de un análisis crítico cuya intención es vencer o debilitar la superestructura del sistema, lo único que se consigue es reforzar su imagen de invencibilidad. Porque, realmente, desde una perspectiva de evolución cultural, los videojuegos le deben más a las pinturas rupestres paleolíticas, al taumatropo o al ajedrez que al capitalismo.