El género deshecho en Yoshi’s Crafted World
Que las categorías de género son una construcción social es fácil comprobarlo. Basta con repasar todas las investigaciones realizadas en etología desde que Niko Tinbergen y Konrad Lorenz iniciaran la disciplina. Leonas que cazan y leones que esperan en casa, por ejemplo. O con echar la vista a textos ya clásicos de la antropología social, como «El arco y el cesto» de Pierre Clastres.
En 2006, Judith Butler dio una definición certera del género como norma social en Deshacer el género, al afirmar que es «el mecanismo a través del cual se producen y naturalizan las nociones de lo masculino y lo femenino». Lo que más o menos viene a decir la filósofa estadounidense es que la inmensa mayoría de los roles que hemos interiorizado socialmente respecto al género son una norma de carácter histórico, y que probablemente sean erróneos, cuando no arbitrarios. Por fortuna, y pese a la reacción, es algo que comienza a cambiar en la educación formal. Algunos ejemplos populares de esa norma social: los hombres no pueden llorar más allá de lo culturalmente permitido (la muerte de un ser querido), las mujeres deben ser discretas sexualmente y recatadas en su comportamiento (¡nada de peerse!), los hombres no han de mostrar sus sentimientos, las mujeres que jueguen al bádminton. La lógica histórica ha hecho que esto cambie, y que cada vez sean más los hombres que se preocupan de crear una red afectiva estable y enriquecedora, más las mujeres boxeadoras y futbolistas, más los niños que quieren dedicarse al baile y, por supuesto, más las personas que no tienen ningún miedo a mostrar abiertamente su orientación sexual.
Desde que en los videojuegos apareció la preocupación política, se ha reivindicado abiertamente la presencia de personajes que escapen del férreo marco de la heteronormatividad y del género binario o que, simplemente, sean mujeres. Y aunque esto se va cumpliendo, la verdad es que esta reclamación, en una mirada retrospectiva, ya estaba presente en muchos juegos. Por ejemplo, en Poison, de Final Fight, a quien muchos consideran la primera representación trans en los videojuegos. Solo hay que visitar lgbtqgamearchive.com y ver la cantidad de personajes de género que se nos podían haber pasado por alto.
Presentado el debate, parece preciso reivindicar el papel de Nintendo a la hora de crear personajes LGTBI+; haciéndolo, además, con un estilo envidiable —como siempre ocurre con los de Kioto— en lo audiovisual, en lo narrativo y en lo jugable. Dentro de su amplio número de personajes, hay uno icónico que me encanta y cuya última aventura me tiene enganchado los fines de semana (entre semana toca, ahora, Persona 5). Nada más y nada menos que Yoshi y el soberbio Yoshi’s Crafted World.
No hay que ser etólogo para percatarse de que Yoshi es un macho que pone huevos. Puede ser cosa de su especie, sí, pero ese mismo hecho demostraría la artificialidad de las normas de género. Además, su amada, Birdo, es abiertamente trans. En su última andadura, Yoshi (es decir, los yoshis) ven cómo Mini Bowser y su acólito Kamek les birlan todas las gemas de la Piedra del Sueño Soleado, literalmente el pilar sobre el que se estructura la buena vida en Isla de Yoshi. Ni cortos ni perezosos, los yoshis, que de sororidad saben lo suyo, se lanzan a la aventura de recuperar todas y cada una de las gemas.
Con su inconfundible encanto, el dinosaurio verde (o cualquier otro) deberá adentrarse en varios parajes temáticos (desde agrestes paisajes montañosos a vernáculos edificios japoneses plagados de samuráis), utilizando sus habilidades y destrezas habituales (su lengua y sus saltos) para enfrentarse a todo tipo de enemigos y viajando por tierra, mar y aire. Siempre me ha suscitado curiosidad si el hecho de saltar sobre un enemigo para reducirlo o acabar con él es violencia o no; y más incógnitas me sugiere el hecho de tragarlos con la lengua y convertirlos en huevos.
Pero en esta nueva entrega, Yoshi disfruta de una nueva habilidad: lanzar los huevos en todas direcciones hacia enemigos u otros elementos —no agresivos pero sí diegéticos— para avanzar en su reconquista de las gemas. No sé a vosotros, pero a mí un huevazo de dinosaurio en la testa me dolería lo suyo, y se lo recriminaría (si no saldría corriendo detrás) a quien me lo hubiese lanzado. Ahora bien, si lo hace con la ternura de Yoshi a lo mejor le besaba en vez de atizarle con un garrote. Por usar la violencia, Yoshi hasta se pone unos guantes de boxeo, una versión lúdica, y aún más colorida, de Nong Toom, el nak muay trans cuya vida fue retratada en la preciosa película Beautiful Boxer.
Las niñas no juegan a lanzarse piedras, los niños sí; y Yoshi, que tiene alma de todos ellos, también. Aunque la cuestión, realmente, es si ser violento es una característica de la masculinidad tóxica y si las mujeres heterosexuales, los gais, las lesbianas, etc., no tienen derecho a ser violentas porque no concuerda con su género. No creo que nadie se haya librado en alguna ocasión de esa sensación que te invade de querer abofetear a un ofensor.
Yoshi lo deshace.
Otro de los alicientes de Yoshi’s Crafted World es el travestismo customizado y temático. En cada mundo desbloqueamos, previo pago, una serie de «trajes» que protegen a Yoshi de los golpes, desde el que personifica al aguerrido Bill Bala hasta una inofensiva, pero siempre proustiana, magdalena. Son de cartón, y el pobre de Yoshi tiene que cargar con ellos, pero resultan la mar de prácticos, aunque solo se distinguen por el número de ataques que soportan. En cualquier caso, la variedad es tan sumamente alta que podemos elegir lo que más acorde resulte con nuestra identidad. O podemos ir en pelotas, pero tiene sus riesgos.
A todo ello podríamos sumar lo que da sentido (y título) al juego: las manualidades. Todos los escenarios están diseñados para que parezcan el resultado de una productiva clase de plástica, con la cual debemos interactuar de distintas maneras; un encanto que solo Nintendo es capaz de proporcionar. Claro que todos sabemos que las manualidades nada tienen que ver con el género, pero siempre habrá algún machote (y alguna mujer «clásica porque me sale del toto») que te diga que eso de las tijeritas, el cartón y la brillantina es cosa de mariquitas o más típico de mujeres.
No sé, yo, que martes y jueves, cuando toca sparring, peleo con mis compañeros de la escuela de Muay Thai para entrenar (a veces con sangre, otras con chichones o torceduras), no me vacilan los ojos cuando tengo que llorar, aunque curiosamente nunca por dolor físico. Y que disfruto como un niño jugando a Yoshi’s Crafted World es tan verdad como que Nintendo, en materia de identidades sexuales y de género, ha hecho más que muchas decisiones políticas. Lo demuestra el hecho de que en muchos de sus juegos (como el que nos ocupa) el género se deshace, como defendía Judith Butler que había que hacer.
Una realidad tan obvia como que la historia de los videojuegos no sería lo mismo sin la Gran N.