Si fuiste a EGB, corre todo lo rápido que puedas
I
El comedor de mi abuela es una estancia exterior, con un balcón protegido por un toldo a juego con el resto de lonas parpadeantes que cubren la fachada del edificio. Todavía no sé sumar sin utilizar los dedos y mi cabeza está encajada entre los barrotes que separan, a ese balcón, del vacío. Miro hacia abajo, hacia el salón recreativo en la manzana de delante. Ayer bajé con mi padre a jugar al Splatterhouse III y perdí las III partidas. Hoy, un grupo de chicos con cazadoras bómber verde oliva fuman en la puerta; uno lleva, atado con una correa, un bull terrier blanco. Los veo desde el balcón. Los veo desde el balcón y me aburro. Me aburro y cojo un rotulador rojo. Cojo un rotulador rojo y me pinto una raya que va de la comisura de los labios al cuello. Luego cojo un folio blanco y escribo con letra malísima: «Somos ETA y acabamos de matar a su nieto». Me tiro boca arriba en el suelo del comedor, pongo la nota sobre mi tripa y me quedo quieto esperando a que me encuentre mi abuela. Mi abuela no viene. Pongo la televisión y en Telecinco dan la serie de animación de los X-Men y, ¿tú qué harías? Pues claro que me quedo viéndola.
II
Una vez a la semana duermo con mi abuela. Literalmente: duermo con mi abuela. Los dos nos metemos en un sofá-cama cada miércoles y salimos de un sofá-cama cada jueves. No soy capaz de dormir solo desde que vi Alien en el reproductor VHS de mi abuelo. Mi abuelo, cada vez que aparecía el alienígena en pantalla, se refería a él como «el pulpo». Mi abuelo ronca, y yo lo escucho desde el sofá-cama cada miércoles. Cada miércoles, con mi abuela al lado, pienso en Cameron Diaz, pero no en una Cameron Diaz cualquiera: pienso en la Cameron Diaz de La Máscara. Con mi abuela dormida al lado, fantaseo: Cameron Diaz y yo acabamos en una celda y en la celda hay un tercer tipo y ese tipo intenta hacer daño a Cameron y yo le meto una buena paliza al muy cabrón. Creo que mi imaginación me lleva a una celda de forma natural por una sola razón: las celdas son los únicos espacios en los que dos adultos pueden dormir en una litera y dormir en una litera es la hostia. Así que lo hago: le meto una paliza a ese cabrón y luego abrazo a Cameron y subimos a la litera de arriba y dormimos abrazados, con los ronquidos de mi abuelo de fondo.
III
Grifos de baño que no funcionan. Pastillas con la cara de Bart Simpson. Láseres apuntándote al pecho mientras bailas. ¿El qué? Sweet Revenge. La línea de la vida. Versiones happy hardcore de «Wonderwall», «My heart will go on», «Como Camarón» de Estopa. Luciendo y sudando el Fred Perry, en pistas de baile con la arquitectura de una plataforma petrolífera. El único teléfono que hay está anclado en una pared y nadie se siente en la necesidad de usarlo. En la puerta hay un tiroteo y en la pantalla del video-jockey imágenes de La jungla de cristal 3. Baila o muere; no parece ninguna tontería. Coge toda esa energía, de los grifos de baño inoperativos al (bang bang bang) tiroteo en la puerta, y mediatízalo a través de una cápsula con la que cerrar el bloque de actualidad de los informativos presentados por Olga Viza. Coge toda esa energía y descárgala en la retina de alguien cuyas fantasías sexuales todavía acaezcan en literas. Arruínale, a fuerza de expectativas incapaces de cumplirse, cualquier experiencia futura que ese niño vaya a pasar en discoteca alguna. Muchas gracias, Olga. Y, ahora, la información del tiempo.
IV
Llueve y la pizarra está borrosa. Entorno los ojos y la pizarra está borrosa. Me cambian de sitio y la pizarra está borrosa. Llevo tres semanas seguidas jugando a Pokémon en una Game Boy Pocket y la pizarra está borrosa. Entre los matojos solo hay Rattatas. La pizarra está borrosa. Mis padres me llevan a la óptica porque la pizarra está borrosa. La pizarra está borrosa porque tengo una dioptría en cada ojo. Me ponen gafas porque la pizarra está borrosa. La pizarra ya no está borrosa. Llevo una montura idéntica a la del guitarrista de The Corrs en el unplugged de la MTV, me digo, y mi Squirtle evoluciona a Wartortle y luego a Blastoise y la pizarra ya no está borrosa. Conecto mi Game Boy Pocket a la Game Boy Pocket de mi vecino con un cable link y nos intercambiamos pokémones mientras sus padres discuten en la cocina y luego se divorcian y los míos también, pero para cuando lo hacen Nintendo ya ha lanzado Pokémon Rubí Omega y Pokémon Zafiro Alfa y mi abuelo está muerto y mi abuela en una residencia y su comedor ahora es el comedor de unas personas que no conozco, pero ¿sabes qué? La pizarra ya no está borrosa.
V
Alterno mi atención entre el iPad y entre el iMac desde donde se reproduce el capítulo final de Cowboy Bebop. El hard bop de su opening me eriza el vello como solo se te eriza el vello con 6 años, a las 6 de la mañana, el 6 de enero. Spike Spiegel, como Maria del Mar Bonet, como los Mossos d’Esquadra, como todo anime de mi infancia, lanza sus líneas de diálogo en catalán. Eso ocurre en el iMac. ¿Qué ocurre en el iPad? Estoy leyendo «Todo lo que Sailor Moon nos enseñó sobre el fenómeno queer», un artículo sobre las intersecciones entre manganime millenial y LGTB+ donde el entusiasmo del enfoque no desatiende el rigor derrotista: «Mal que nos pese a los fans, el anime no es un buen ejemplo en lo que a representación de la diversidad sexual se refiere». Hay conclusiones a las que jamás querrías llegar, a las que solo llegas sollozando y a rastras, con los bajos del pantalón llenos de mierda y de barro. ¿Que qué ocurre en el iPad? Estoy leyendo a Juan Carlos Saloz. Solo leo a Juan Carlos Saloz. «Mira’m als ulls», interrumpe Spike Spiegel desde el iMac. «El dret és artificial, el vaig perdre en un accident. Des d’aleshores, amb l’ull dret miro cap al passat i, amb l’esquerra, veig el present».
*Prólogo extraído del libro Efecto Tamagotchi: Los noventa a través de juguetes, series y consolas, disponible en tiendas y en heroesdepapel.es*