‘Watchmen’: de la Guerra Fría a las tensiones raciales
En sus primeros compases, Watchmen de Damon Lindelof reivindica uno de los episodios de violencia racial más significativos de la historia de los Estados Unidos, también uno de los más silenciados. Hablamos de los disturbios en el distrito de Greenwood, Tulsa, en el año 1921, cuando un organizado grupo de supremacistas blancos masacró una próspera comunidad afroamericana, apodada la «Black Wall Street».
A través de este suceso, la serie de HBO recoge el testigo de las pretensiones que tenía la publicación original de Alan Moore y Dave Gibbons, la de entretejer la ficción con los miedos y los problemas del contexto social estadounidense de la época. De la misma forma que el cómic nos muestra una sociedad azotada por los últimos coletazos de la Guerra Fría, bajo la amenaza de un inminente ataque nuclear, la serie decide orbitar alrededor de lo que Lindelof y su equipo consideran un problema actual en los Estados Unidos, las tensiones raciales derivadas de la discriminación.
William Reeves es la prueba de cuán hondo arraiga el racismo en las instituciones estatales.
No es una exageración hablar sobre la reinterpretación de todo el universo Watchmen, empezando por la transformación que sufre el personaje de Hooded Justice. En esta versión creada por Lindelof, la semilla del primer vigilante enmascarado, Hooded Justice, y por extensión la de todos los justicieros que le imitaron posteriormente, se planta en el trauma ocasionado por los disturbios de Tulsa con los que abre la serie. En los tomos originales, la identidad de Hooded Justice, aunque se asocia con algunos nombres —hombres blancos—, no llega a conocerse. El personaje solo es relevante en la medida en que es la primera persona en ponerse tras una máscara para combatir el crimen. En la ficción televisiva se le da una identidad a este denostado enmascarado, William Reeves, uno de los motores narrativos más importantes del nuevo arco argumental de Watchmen.
En el constructivo diálogo entre ficción y realidad histórica al que juega la serie, se presenta a William Reeves como un huérfano, cuyos padres fueron víctimas de los disturbios racistas de Tulsa. Profundamente influenciado por la figura de Bass Reeves, «el sheriff negro de Oklahoma» —que es también un personaje histórico real—, William Reeves desarrolla una gran noción del término justicia y un profundo trauma por las injusticias sufridas por él y por toda la comunidad afroamericana. Esto le lleva a convertirse en oficial de policía, pero la rabia y la impotencia le dominan cuando comprueba cuán hondo arraiga el racismo en las instituciones estatales, ya que al entrar en el cuerpo de policía descubre que hay una organización de supremacistas blancos infiltrados en diferentes estratos de la sociedad, los Cíclopes —una versión del Ku Klux Klan—. Este es el detonante para que Will decida ponerse una máscara para combatir el crimen a su modo y por su cuenta, convirtiéndose en Hooded Justice.
A través de estos hechos, la serie reconstruye iconográfica e ideológicamente al personaje. La capucha de verdugo y la soga que lleva al cuello, que parecen tener un significado arbitrario en las viñetas, adquieren un origen. Cuando Will descubre a los Cíclopes, estos toman represalias contra él para intimidarlo y que no interfiera en sus planes, colgándolo con una soga de un árbol y con una capucha tapándole la cabeza. Cuando le sueltan, mientras Will camina por las calles, con la soga aún al cuello y la capucha en la mano, presencia cómo asaltan a una pareja en un callejón. En ese momento, William Reeves se pone la capucha e impide el asalto, despachando violentamente a los agresores y uniendo la ficción televisiva con el texto original en lo que se considera la primera aparición de Hooded Justice.
De igual forma pasa con la segunda aparición del enmascarado, saltando por la ventana de un supermercado. En la serie adquiere un contexto previo, relacionado con la lucha personal de Hooded Justice contra los Cíclopes, que en los tomos originales no tenía. Los elementos que lo identifican pasan a ser los elementos que simbolizan la represión y la violencia racial que lleva sufriendo Will a lo largo de su vida. Asimismo, el personaje en el cómic es retratado como un hombre violento, sin fundamento ni motivación ideológica clara para combatir el crimen detrás de una máscara. Sin embargo, en la serie, aunque se retrata también como un hombre violento, se le dan motivaciones que tienen que ver con la rabia que siente William Reeves ante las injusticias raciales.
Esta nueva versión de Hooded Justice, William Reeves, está conectada con el nuevo universo de Watchmen a través de Angela Abar, protagonista de la serie y nieta de este. Angela es una policía afroamericana en la Tulsa contemporánea, que se ve obligada a lidiar con el auge de otra nueva versión del KKK, el Séptimo de Caballería, a la vez que investiga quién ha asesinado a su amigo y superior Judd Crawford. Angela combate el crimen con su identidad secreta, Sister Night, amparada por la ley del senador Keene Jr., que permite a los policías usar máscaras —irónicamente, en el cómic, la ley de Keene Sr. obligaba a quitárselas—.
Aunque hay una intención subversiva en el hecho de que la serie de Watchmen esté protagonizada por una heroína afroamericana, no es ahí donde reside la complejidad de su discurso. Reside en la forma en que se conecta a Angela con esta nueva versión de Hooded Justice para relacionar la herida sangrante que comparten estas dos generaciones de afroamericanos, producida por la violencia racial.
A pesar de su racismo, los miembros del Séptimo de Caballería disfrutan de la cultura afroamericana
Este arco narrativo de la serie acompaña a Angela en el descubrimiento de sus raíces y tiene su colofón en el capítulo 6: This Extraordinary Being. En él, la memoria de Angela se funde con la de Will Reeves, su abuelo —debido a los efectos de la pastilla Nostalgia—, y a través de los ojos de ella conocemos la situación análoga entre ambos. El dolor de la pérdida de los padres por atentados motivados por el odio, el impulso de impartir justicia que les lleva a convertirse en policías o la rabia que les empuja a combatir el crimen detrás de una máscara. Este ejercicio de postmemoria funde las historias y los contextos socioculturales de ambas generaciones para constatar la violencia racial como un problema estructural y de rabiosa actualidad, como pocos meses después del estreno de la serie constataría el auge de las tensiones raciales producidas en los Estados Unidos, y en el mundo entero, por la muerte de George Floyd.
El relato original de Watchmen exploraba cómo Richard Nixon —presidente durante cinco mandatos en la ficción— llevaba al país al borde de la destrucción nuclear con sus políticas del miedo y la paranoia. En la serie se muestra un presente alternativo en el que el actor Robert Redford es un modélico presidente demócrata desde 1993, que limita el uso de las armas, prohíbe el consumo de tabaco y está muy comprometido con la compensación de los daños que ha causado históricamente la violencia racial en el país. En este contexto, un gran sector de la población —blanca— considera que no tienen nada que por lo que pedir perdón y nada que compensar. Este presente alternativo parece remitirnos a los Estados Unidos del final de la era Obama. Con Redford, Watchmen plantea: ¿qué pasaría si un presidente se preocupara por reparar las atrocidades cometidas desde las instituciones? La respuesta es que Donald Trump gana las siguientes elecciones.
La evolución ideológica observable entre los Cíclopes y la Caballería reflexiona abiertamente sobre cómo han ido evolucionando los discursos de odio y cómo se infiltran en el imaginario contemporáneo de una forma velada. Los miembros de los Cíclopes tienen como objetivo atacar a la población afroamericana —o hacer que se ataquen entre ellos—, motivados por una forma canónica de supremacismo racial. Los miembros de la Caballería, en cambio, disfrutan de la cultura afroamericana. La escena con la que la serie introduce el presente en el primer capítulo muestra, con un retorcido sarcasmo, cómo un miembro de la Caballería conduce su furgoneta mientras canta efusivamente Crashed up, de Future —un rapero negro—, antes de matar a un policía —negro también—. También Judd Crawford disfruta genuinamente de la compañía de Angela mientras guarda una túnica del KKK en su armario. Lo que motiva a los miembros del Séptimo de Caballería no es el racismo, es la restauración del equilibrio. Un equilibrio que, en palabras del senador Keene Jr., se ha decantado en favor de la población afroamericana y que hace muy difícil vivir en el mundo actual como hombre blanco. America First.
La polarización social derivada de este contexto es fehaciente a lo largo de toda la serie, representada por manifestaciones en contra de las Redfordations o comunas de caravanas que viven en parques a la sombra de una gran estatua de Richard Nixon. De esta forma resurge el Séptimo de Caballería, los supremacistas blancos que llevan máscaras de Rorschach, por si el cómic no dejaba lo suficientemente claro de qué pie cojeaba este personaje —la película de Zack Snyder tampoco ayuda mucho—. La serie pone de manifiesto a través de esta organización —antes los Cíclopes—, la institucionalización del racismo. Desde senadores estatales que aspiran a la presidencia, como Joe Keene Jr., hasta jefes de la policía, como Judd Crawford, estos supremacistas blancos se infiltran en las instituciones, ocultando sus inclinaciones, con el objetivo de recuperar un poder que reclaman como propio.
La apropiación de ese poder es precisamente otro de los motivos que reverberan a través del universo Watchmen, y que le sirve a la serie para concluir con toda una declaración de intenciones. Hablamos del único personaje con superpoderes reales, el Doctor Manhattan. En el cómic, Nixon utiliza al Doctor para ganar la guerra de Vietnam. También es la última línea de defensa ante el inminente ataque nuclear de la Unión Soviética. En la serie, tanto el Séptimo de Caballería como Lady Trieu —digna hija de Ozymandias— quieren apropiarse de los poderes de Manhattan para imponer su propio sentido de justicia. Sin embargo, es Angela Abar la que acaba recibiendo los poderes del Dr. Manhattan.
Estos hechos, que cierran el ciclo de la nueva Watchmen, van más allá de la simple conclusión de una serie, o de una saga. Apelan directamente a un cambio de paradigma en la ficción contemporánea, cansada ya de los héroes canónicos de siempre, normalmente hombres y normalmente blancos. El final de Watchmen metaforiza, con el traspaso de poderes de Manhattan, la necesidad de un cambio en los cánones del héroe en la ficción, que «podría haber hecho más» —como en la serie dicen sobre Manhattan Joe Keene Jr., Lady Trieu o Hooded Justice—. El huevo que casca Angela Abar, tanto al principio como al final de la serie, pone el acento en el nacimiento de una nueva heroína, una mujer afroamericana de mediana edad que recoge el testigo de un género muy anclado en los tradicionalismos y abre la puerta a la pluralidad representativa.