¿Quién teme a Kaley Cuoco?
Virginia Woolf escribió que toda mujer debe disponer de dinero y de una habitación propia donde dar rienda suelta a su creatividad. Kaley Cuoco —aka Penny— debe tener infinidades de espacios privados gracias a superar con creces el primer requisito de la escritora inglesa tras doce años de coprotagonizar una sitcom que nos dejó huérfanos de risas enlatadas de calidad —pese a lo que diga Dayo o cualquiera que se preste a ir a puños conmigo— hace casi un par de años.
Conocedora del poder que le otorgaba el vil metal y, al tiempo, de la carga que suponía que se la reconociera principalmente por el papel que se lo había otorgado, la actriz se lanzó en 2017 a producir The Flight Attendant tras comprar los derechos de la novela homónima de Chris Bohjalian. Asociada ni más ni menos que con la Warner, había llegado la hora de demostrar que podía interpretar un amplio abanico de personajes más allá de la atractiva vecina de un par de frikis. Más aún: había de estar presente en todo momento del proceso creativo, incluso a la hora de contratar a Steve Yockey, el encargado de traducir al formato audiovisual el libro que la había encandilado. De la habitación a la producción propia.
Y es que no puedo dejar de pensar que aquí tiene más que ver Woolf que Tolstoi, pese a la referencia perpetua a Crimen y castigo que Yockey, más cansino que una de sus temporadas de Supernatural, se ha esforzado por exhibir hasta la obscenidad. Desde mi perspectiva, el thriller da casi igual. De la premisa de una azafata, alcohólica y sexualmente liberada, que tiene que meterse a detective novata tras aparecer junto al cadáver de su amante en Bangkok, lo que me viene interesando, más que la resolución del crimen, son sus razones para empinar el codo y para su mal llamada promiscuidad.
Bien es cierto que la aparición del cuerpo sin vida de Alex (Michiel Huisman) cambia el aura de comedia de situación para agudizar su humor hacia un punto de negrura y acidez. The Flight Attendant juega durante su obertura con los prejuicios del espectador, consciente de la actriz con la que está trabajando. Nos hace creer que lo que vamos a ver es a un sucedáneo de Penny hasta que ese giro temprano, seguido de esa intro a caballo entre Mad Men y Las escalofriantes aventuras de Sabrina, nos avisa de que eso se acabó. Una perfecta declaración de intenciones por parte de su creadora. Sin embargo, esto no es más que un desencadenante para llegar a lo que realmente importa explorar, esto es, descifrar los motivos por los que Cassandra Bowden, el personaje al que da vida Cuoco con soltura y carisma, no es capaz de lidiar con su soledad y recurre continuamente, para escapar de sí misma, a morreos furtivos con sabor a whiskey en el baño de un avión.
Resulta especialmente interesante que la protagonista ni siquiera disponga de una habitación interior. Cuando recorre las lagunas de su mente en busca de respuestas a lo que pasó aquella noche, vuelve una y otra vez a la suite del hotel donde todo ocurrió. Sin embargo, es incapaz de conversar con ella misma y recurre a un Alex imaginario con el que mantener un diálogo. No quiere estar sola ni en su ensimismamiento.
El conflicto final a resolver, por tanto, no es la investigación de un asesinato. Tras toda la parafernalia de thriller cómico, estamos en realidad ante una búsqueda más íntima por parte del personaje de Cassandra Bowden: cómo reconciliarse con sus fantasmas en lugar de dejarlos atrás, cómo aprender a vivir consigo y con sus traumas sin la necesidad de una evasión constante. En definitiva, cómo dejar de temer a Virginia Woolf y lanzarse a la emancipadora soledad de una habitación vacía.