‘Space Jam 2’ y la suspensión de la incredulidad
La ilusión que me hace escribir mi primer artículo para Break contrasta un poco con la inquietante sensación de que voy a hacer algo de lo que siempre despotrico: criticar una película antes no solo de verla, sino antes incluso de que se estrene. Ya sabéis, me refiero a quienes vaticinan que el Snyder cut de La Liga de la Justicia va a ser una obra maestra habiendo visto solo el tráiler —de hecho, ya lo «sabían» cuando simplemente era un rumor: «si algún día se estrena el Snyder Cut, veréis como es una obra maestra»— o los saben con antelación que tal película de Star Wars va a ser una mierda porque Disney lo destruye todo.
En realidad, este primer párrafo ha sido un poco sensacionalista: no voy a criticar la película en cuestión, sino a reflexionar sobre por qué cierta decisión estética no me acaba de convencer.
La cuestión es que escribo estas líneas a raíz de las primeras imágenes publicadas de Space Jam 2: A New Legacy, una película que nos apunta directamente al corazón a los que fuimos niños en los noventa. En mi caso, tenía seis añitos cuando se estrenó y recuerdo alucinar viéndola en los cines del Maremagnum de Barcelona. Siempre había sido fan de los Looney Tunes, y de pronto resultaba que los Looney Tunes ¡existían! No sé si también influyó en que un par de años después decidiera empezar a jugar a básquet con el equipo del cole, pero es bonito pensar que sí. Y aunque no lo fuera, es obvio que este deporte me hizo cogerle aún más cariño a la película —y viceversa—.
Porque de verdad: Bugs Bunny estaba allí. Y el Pato Lucas, y Porky, y todos aquellos animales locos que veía por la tele. Resultaba que no eran dibujos animados inventados para la caja tonta, sino que vivían en un mundo secreto paralelo al nuestro y, si les diera la gana, podrían venir a buscarme cuando se les antojara. Siguiendo los pasos de esa maravilla que a día de hoy sigue estando entre mis películas favoritas y que ya de niño me fascinaba, ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (R. Zemeckis, 1988), Space Jam te hacía creer que un dibujo de dos dimensiones podía interactuar con un humano. Podía ESTAR AHÍ de verdad. Space Jam, como ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, se preocupaba de hacernos entender que los dibus tienen su propio mundo, también animado y con otras reglas a las de nuestro mundo de carne y hueso. Unas reglas alocadas que tenían que ver con su propia naturaleza de cartoon, donde un cañonazo no te mataba y podías moldear tu cuerpo a tu antojo: el propio clímax de la película tenía que ver con Michael Jordan entendiendo que las leyes de la física no se aplicaban al mundo de los dibus, porque era un mundo diferente al nuestro.
Narrativamente, todo quedaba justificado y a través de un trabajo de animación, efectos visuales y dirección de fotografía admirables —mucho tenía que ver el uso de la luz y ciertos movimientos de cámara que integraban perfectamente a los dibus en nuestra realidad de forma muy natural— los personajes quedaban perfectamente integrados. Incluso en Looney Tunes: de nuevo en acción (J. Dante, 2003) el trabajo de los equipos de animación, efectos y fotografía hacían que fuera una delicia ver al Coyote persiguiendo al Correcaminos por un desierto real.
En resumen: nosotros asumimos un dibujo animado como algo falso, «de otro mundo», igual que asumimos que un muppet es un trozo de trapo al que no se le ven la piernas porque abajo hay un señor metiéndole el brazo por el culo para hacerle hablar moviendo la mano, pero que sin embargo respira vida dentro de sus propias leyes. Sin embargo, el uso del 3D que usará la secuela con Lebron James intenta acercar a estos monigotes de dos dimensiones a una especie de hiperrealismo que no acaba de casar con la naturaleza caricaturesca de los dibujos animados porque precisamente intenta acercarlos al mundo real. A las leyes de nuestra física.
Vamos a dejar de lado las absurdas polémicas recientes de tinte político de estos últimos días —que si Lola Bunny ya no es sexy, que si Pepe le Pew no aparecerá en la película por ser un personaje sexista— y hablemos de problemas cinematográficos relacionados con el propio arte. Es evidente que la técnica para hacer cine debe seguir evolucionando y los efectos digitales son el presente y el futuro: nadie lo discute. Sin embargo, algo funciona regulín cuando los dibujos de dos dimensiones de los noventa parecían más reales, parecían más «estar allí de verdad», que los 3D de hoy en día. Y mi conclusión a esto tiene que ver con lo que se conoce como la «suspensión de la incredulidad».
En cine, la suspensión de la incredulidad es aquello que nos hace dejar las leyes de la física y la lógica a un lado para creernos las leyes propias del universo que plantea la película. Por poner un ejemplo, significa creernos que Uma Thurman puede cargarse ella sola a 88 samuráis y salir de ello prácticamente indemne. En el caso que nos ocupa, la suspensión de la incredulidad pasa por convencernos de que el mundo de los dibujos animados y el nuestro conviven pese a sus acentuadas diferencias.
¿Qué ocurre con Space Jam 2? Pues que, como decíamos, las tres dimensiones acercan a esos dibus al hiperrealismo: ahora Bugs Bunny es peludo como un conejo de verdad y tiene volumen como un conejo de verdad, pero sigue teniendo los rasgos exagerados del dibujo animado que todos conocemos y a los que no podemos renunciar. Esto me provoca una sensación extraña: quieren que sienta que Bugs está allí, pero renunciando a su naturaleza de cartoon. Pero es que Bugs ES un cartoon. Y me estalla la cabeza al ver esa especie de limbo entre animación y realidad en el que ahora quieren ubicarle a él y cambiarle su naturaleza, como ya hicieron con Sonic y con —en mi opinión, los que mejor han lucido en este nuevo look tridimensional, tal vez precisamente porque su forma de actuar nunca fue tan exagerada y caricaturesca— los Pokémon de Detective Pikachu (R. Letterman, 2019). Aunque también es verdad que si mantenerlos en dos dimensiones debía implicar hacer la chapuza que se ve en la recién estrenada película de Tom y Jerry, casi mejor eso: el por qué películas de los ochenta y los noventa sabían integrar mejor a sus personajes 2D que las películas de hoy, es un misterio que se me escapa.
En fin, veremos qué tal lucen esas imágenes cuando estén en movimiento en el tráiler o, no digamos ya, en la película. Soy el primero que quiere pasárselo en grande con Space Jam 2 y que espera acostumbrarse a este nuevo look para que no sea un impedimento. La verdad es que, más allá de esto, tiene pinta de ser toda una fiesta del universo Warner: ya se ha confirmado la asistencia de los héroes de DC, Matrix, Mad Max e incluso Casablanca.
Además, hay una cosa que me molesta aún más que todo lo citado anteriormente: ¿por qué en ninguna de las imágenes oficiales que se han publicado aparece el Coyote? ¡Porque el hype de verle a él sí que es real!