PAUSE

21 septiembre, 2018Ricardo Martínez Cantudo

Tras su paso por la Montaña Prohibida, y cargando a sus espaldas la preciada piel del dragón Khúmar el Abrasador, El Héroe recorrió exhausto la galería que le llevaba a la sala principal del Templo Dorado, última etapa en su viaje hacia lo desconocido. Sus fuerzas comenzaban a flaquear, su juicio a nublarse por el cansancio, y su espada resultaba cada vez más pesada, cargada con todas las almas que había sesgado por el camino. Las antorchas que iluminaban la extensa galería titilaban nerviosamente, arrancando brillos dorados de la piedra con la que aquel majestuoso y siniestro lugar estaba construido. El Héroe cruzó el arco que daba acceso a la sala principal del Templo Dorado: Un enorme trono de madera oscura presidía la estancia, iluminada únicamente por la hermosa luz del amanecer, transformada en haces de vivos colores al pasar por las descomunales vidrieras que poblaban las paredes del recinto. Sentado en el trono, una diminuta figura se apoyaba cansadamente sobre uno de los brazos. Se trataba de un hombrecillo de tez pálida y enorme barba blanca, ataviado con un suntuoso atuendo, regio pero tan antiguo como aquel que lo portaba. Sobre su cabeza lucía una enorme corona, aparentemente fabricada con ramitas de madera. La llegada de El Héroe parecía no haber inquietado al hombrecillo, tan diminuto e inmóvil sobre su asiento que más bien parecía parte de la ornamentación del propio trono. Aunque ya ni siquiera podía confiar en lo que veían sus ojos, El Héroe supo al instante que por fin había llegado a la morada del Druida de las Raíces. A su espalda, tras el trono, se erigían, señoriales e inmensas, las Puertas de Górgorot. Muy lentamente, el cansado Héroe se acercó al trono del misterioso hombrecillo y, ante la distraída mirada de éste, depositó en el suelo la dura y reluciente piel de Khúmar el Abrasador.

— ¡Druida de las raíces! —las palabras de Él Héroe resonaron solemnes por todo el Templo Dorado- Vengo a cruzar las Puertas de Górgorot. He viajado durante semanas, me he enfrentado a los peligros más inauditos y, tal y como solicitasteis, me enfrenté al poderoso Khúmar El Abrasador y le vencí. Aquí traigo su piel en señal de prueba y ofrenda.

La gravedad del tono de Él Héroe parecía no impresionar al Druida de las Raíces. De un salto bajó de su trono y, cruzando las manos tras su espalda, se acercó al guerrero y caminó a su alrededor escrutándolo con descaro. Después, volvió hacia su trono y examinó con detenimiento la piel de dragón.

— Debes tener muy buenos motivos para querer cruzar las Puertas de Górgorot —la voz del Druida, aguda y ajada por los siglos, reverberó en la sala de forma fantasmagórica—. Muchos son los que han intentado dar caza a Khúmar El Abrasador, y nunca nadie lo había conseguido… Hasta hoy.

El extenuado rostro de El Héroe se iluminó ante la posibilidad de haber conseguido su objetivo.

— Entonces… ¿Puedo pasar?

Con sumo trabajo, el diminuto Druida escaló hacia su sitio en el trono de madera.

— ¿Creías que iba a ser tan fácil, guerrero? He custodiado las Puertas de Górgorot durante Eras, y tan solo unos pocos han conseguido continuar su viaje. El verdadero reto… comienza aquí.

Sin dudarlo un instante, El Héroe desenvainó su larga espada y se puso en guardia. Sabía que el poder del Druida le superaba ampliamente, y más después de la batalla contra Khúmar, pero su instinto le obligaba a empuñar el arma. Divertido ante el atrevimiento del joven guerrero, el Druida rió estridentemente. Súbitamente, la luz del sol desapareció, y la voz del Druida retumbó gravemente en la cabeza de Él Héroe.

«Guarda el arma, guerrero, y no oses volver a retarme.»

Aturdido por la prominente voz del Druida de las Raíces, El Héroe dejó caer su espada, y sintiéndose vencido se postró de rodillas ante el diminuto hombre.

— Como decía — la voz del anciano recuperó su tono normal-, el verdadero reto comienza aquí… Y para superarlo, no tendrás que usar tu espada, sino tu intelecto.

N-no soy muy inteligente —masculló El Héroe con vergüenza.

En efecto, solo los más inteligentes superan el Acertijo de las Puertas de Górgorot —respondió el Druida con malicia-. Muchos son los guerreros que han perecido presa de la locura, intentando simplemente entender las palabras del Acertijo… ¿Quieres escucharlo, muchacho?

El Héroe se sentía derrotado. Sabía que, en cuestiones de fuerza podría superar cualquier reto incluso en su actual estado… pero, en lo referente al ingenio, el guerrero no sería capaz de hacer frente al Druida.

Sonriente ante el abatimiento de El Héroe, el Druida de las Raíces saltó de su trono y se acercó lentamente a él.

— Existen… otras formas.

Aquellas palabras iluminaron el rostro del guerrero.

— ¿Otras formas?

— En efecto: puedes pagar.

— ¿Pagar? —El Héroe miró su ajado atuendo, su piel cubierta de barro, su espada bañada en sangre seca— Yo no tengo nada de valor…

— ¡No te preocupes! —exclamó el Druida— ¿Tienes tarjeta de crédito?

— ¿T-tarjeta? No entiendo…

— ¿Y cuenta en Paypal? ¡Vamos! Todo el mundo tiene Paypal… Si quieres cruzar esa puerta, puedo darte una pista… ¡Por solo 1,99 €!

El Héroe se sentía confuso. No entendía toda aquella palabrería, ¿Qué demonios sería eso de Paypal?

— Está bien, está bien… —continuó el Druida, casi en tono de súplica— ¿Qué te parece si te doy dos oportunidades para resolver el Acertijo? A cambio, solo tienes que invitar a tus amigos a venir aquí.

— ¿C-cómo? ¿Mis amigos? —preguntó El Héroe con incredulidad— Pero ellos están a miles de…

— ¿¿Es que me vas a decir que tampoco tienes Facebook?? ¿¿Twitter?? ¿¿Google Plus?? Mándales una simple invitación y…

— ¿Google qué?

 

De pronto, algo apareció sobre las cabezas de El Héroe y el Druida. Unas gigantescas letras negras flotaban elegantemente bajo el techo del Templo Dorado, formando la palabra “PAUSE”. El Héroe, estupefacto, se dio cuenta de que todo se había detenido: el rostro congestionado del Druida se mantenía inmóvil, las antorchas había dejado de titilar, y ni tan siquiera él podía mover un solo músculo de su cuerpo. Cada vez más presa del pánico, El Héroe intentaba moverse con todas sus fuerzas, pero le resultaba imposible. De pronto, las enormes letras flotantes desaparecieron, y el mundo recuperó su movimiento.

— ¿¿Qué??  —Exclamó el Druida al percatarse de la situación— ¿¿Otra vez?? ¡¡No me jodas!!

De pronto, algo llegó a la mente de El Héroe. No sabía cómo, pero conocía la forma de cruzar Las Puertas de Górgorot. La respuesta era tan sencilla que estalló en una sonora carcajada. Con esfuerzo, se incorporó y recogió su espada del suelo para envainarla. Ya no sentía miedo, ni cansancio, ni dolor. Miró al Druida con decisión, quien había vuelto a su trono y lo miraba con frustración y rencor.

El Héroe rodeó el trono del Druida y se situó frente a las Puertas de Górgorot. Acarició suavemente la madera, casi sin creer que lo iba a conseguir. Sin dudarlo un instante, hizo lo que le dictaba el corazón:

Dos pasos hacia adelante.

Dos pasos hacia atrás.

Un giro completo.

Un salto.

Otro salto.

Se agachó.

Se levantó.

Desenvainó la espada y lanzó dos mandobles al aire.

Click.

Majestuosas, las Puertas de Górgorot comenzaron a abrirse lentamente, inundando la estancia de una cegadora luz blanca. Con paso firme y los ojos bañados en lágrimas, El Héroe cruzó la puerta sin mirar atrás.

— Bueno —dijo el Druida con un suspiro—. A ver si hay suerte con el siguiente…

 

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