‘Gundam’: robots que repudian la guerra
No cabe duda de la influencia que tuvo el lanzamiento de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki en las creaciones japonesas; estamos muy lejos de visualizarlo, pero debe de ser tal el terror que se desata que borrarlo del imaginario colectivo se torna imposible, siendo la ficción una de las maneras de exponer a su propia sociedad y al mundo, quizá en forma de protesta y a la par de alivio, el dolor y los temores que subyacen al recuerdo de tan nefasto acontecimiento. Sirva de ejemplo el caso de Godzilla (1954, Ishiro Honda), cinta en la que se utiliza al monstruo gigante como enorme metáfora del daño y el horror que podían causar a la humanidad las armas nucleares.
La guerra en el Pacífico terminaría en 1945 con una rendición incondicional del país nipón, que había visto sus principales ciudades bombardeadas y cuya población se encontraba ya hastiada de la muerte y el conflicto, abrazando muchos una militancia pacifista y posturas firmemente antinucleares. Toda esta tendencia se verá reflejada en el manga y el anime, con obras que se inclinarían por temáticas más adultas, dando el pistoletazo de salida a la edad de oro de la animación japonesa, tal es así en Space Battleship Yamato (Leijo Matsumoto, 1974) y en la obra que da origen a la franquicia de la que os quiero hablar hoy, que no es otra que la icónica Mobile Suit Gundam (Yoshiyuki Tomino, 1979), génesis de una serie que llega hasta nuestros días y del subgénero que conocemos como «Real Robot», con unos guiones en los que predomina el repudio hacia el sinsentido de la guerra.
El término Real Robot se formula en oposición a lo que conocemos como «Super Robot» que, con exponentes como Mazinger Z (Go Nagai, 1972), nos presenta historias de robots gigantes más cercanas a los superhéroes, con poderes cuasi mágicos que no se sustentan sobre base científica alguna y cuya estructura narrativa estriba principalmente en un argumento de «monstruo de la semana», en el que el dibujo moral de buenos y malos se basa en el blanco y el negro.
Los pilotos de Gundam tienen miedo a la muerte y padecen graves problemas psicológicos.
Sin embargo, la primera Gundam establece algunos de los pilares de obras que la sucederán, y el más importante es el de difuminar esa dualidad de buenos y malos, presentándonos a dos bandos enfrentados, ambos con motivaciones válidas para ir a la guerra, y con las que podremos llegar a empatizar. Cierto es que hay uno de los lados que la historia nos muestra como protagonista, la federación, y por supuesto el robot Gundam se llevará gran parte de las miradas, pero eso no quita para que la serie nos haga ver en más de un momento que las fuerzas de Zeon —los antagonistas— luchan por una causa justa desde su punto de vista; un punto de vista que el espectador asumirá en varias ocasiones, mostrándonos también la serie cómo la federación dista así mismo de ser perfecta.
Pero más allá de bandos hay algo que sobresale en la obra: la guerra y lo que esta supone. En Gundam no se dulcifica la batalla y somos conscientes de que, detrás de cada robot de combate, hay un piloto que, alejado de lo que vemos en otras series de animación, aquí tiene miedo a la muerte y que padecerá graves problemas psicológicos por el hecho de tener que quitar una vida. La muerte es algo muy presente en Gundam, y se refleja junto con todo el sufrimiento que acarrea para los más cercanos, contribuyendo al mensaje antibelicista al que hacía mención antes; y es que habrá determinados momentos —ya no en la obra original, es algo que comparten las diferentes iteraciones— en que nos preguntemos si todo el dolor que se refleja en la pantalla es necesario, si no sería mejor hacer un esfuerzo por empatizar con el diferente y alcanzar una solución diplomática. Ese es el mensaje que el creador Yoshiyuki Tomino quiere brindarnos, que la guerra no es la solución y suele esconder intereses egoístas de unos mandatarios a los que no les tiembla el pulso si tienen que enviar a cientos de miles a perder la vida. Los mensajes propagandísticos y alienantes que se emiten desde de las altas esferas pueden convertir a humildes ciudadanos en auténticos fanáticos preparados para morir por una causa que ni siquiera alcanzan a comprender del todo.
Ya en el primer episodio de la serie del 79 vemos cómo la familia de una de las protagonistas, Fraw Bow, aparece masacrada tras una explosión, y la joven se abraza desconsolada a su fallecida madre sin disponer de un segundo para asimilar el horror. Y es que tiene que huir junto a Amuro Ray —futuro piloto del Gundam— para salvar la vida. Así de cruda se presenta la obra y así contemplamos cómo estos jóvenes se ven obligados a enrolarse en un conflicto que no les pertenece, pero que se verán forzados a librar por el simple motivo de sobrevivir. Es común que los ases de ambos bandos se nos presenten como demasiado jóvenes para encarar tales responsabilidades, con los problemas que ello les supone; me viene a la mente la frase de uno de los antagonistas en Gundam Seed (Mitsuo Fukuda, 2002), que a la pregunta de por qué lucha responde que no lo sabe, pero si no mata lo matan a él. Frase muy reveladora y reflejo de una juventud, inocencia e incomprensión que veremos en animes posteriores como el metafísico Evangelion (Hideaki Anno, 1994), que elevará las dudas a un plano más existencial.
El gran éxito de Gundam llegó en forma de maquetas de plástico que hoy se conocen como Gunpla.
La influencia de Gundam es enorme, creando, como comentaba al inicio, el subgénero conocido como Real Robot, que se vería plasmado en animes que vieron la luz en años siguientes como Macross (Shoji Kawamori, 1982) o Patlabor (Mamoru Oshii, 1989) y, por supuesto, en la mencionada Evangelion y en exponentes más recientes como Code Geass (Goro Taniguchi, 2006). La lucha del bien contra el mal se ve superada en estas obras por preguntas más importantes como «qué nos convierte en humanos» o «cómo nos cambiarán los avances tecnológicos».
Sin duda, los robots que vemos en las series de Gundam son de lo más atractivo y, de hecho, fueron uno de los motivos de su éxito y de su no cancelación, ya que los datos de audiencia iniciales fueron bastante pobres. El éxito llegó en forma de maquetas de plástico que hoy se conocen como Gunpla y que se venden por millones, y fueron estas las que hicieron que el público se fijara en la serie. Ello hizo que en Bandai estuvieran más que contentos y permitió a Tomino seguir expandiendo un universo que hoy ha visto mangas, ovas, videojuegos, novelas y, por supuesto, una gran diversidad de series. No puedo terminar este artículo sin animaros a introduciros en el mundo de Gundam, que aunque puede parecer complejo en un principio, ya que estamos ante una de las series de ciencia ficción más longevas de la pantalla, debe precisamente esa longevidad a la calidad de sus series, muchas de las cuales podemos visionar de manera independiente. La serie del año 1979 es un gran punto de partida, pero si se nos hace demasiado antigua no es mala idea empezar por Gundam: Seed (Mitsuo Fukuda, 2002) o por las más recientes Mobile Suit Gundam: Iron Blooded Orphans ( Tatsuyuki Nagai, 2015) o Mobile Suit Gundam Unicorn RE:0096 (Kazuhiro Furukashi, 2016).
Es curioso cómo maquetas de robots que suponen un arma de destrucción masiva en potencia sustentaron y auspiciaron el éxito de una serie que contiene un marcado mensaje antimilitarista; el merchandising y todo el dinero que mueve nos traen otra de esas tantas contradicciones con las que nos toca convivir hoy en día. Lo cierto es que no cabe duda de que los robots han sido y serán uno de los encantos de Gundam, y la razón de muchos para acercarse a la franquicia, pero que no nos hagan perder de vista la idea que su creador nos quiso transmitir, y es que en la guerra solo se pierde.
Comentarios (2)
Ninguna Parte
17 enero, 2021 at 1:46 pm
La guerra es el mayor fracaso de la humanidad. Una aciaga crónica que pone de manifiesto la mayor barbarie cometida por nuestra especie y de la que han corrido ríos de tinta.
Los crímenes de guerra y las atrocidades niponas no deben ser olvidadas para entender el presente y evitar episodios similares en el futuro. Si bien, el terrible punto y final que supusieron las bomba atómicas es una muestra fehaciente de que la animación japonesa, por ejemplo, siempre ha manifestado cierto interés por contar los horrores de la guerra y sus consecuencias psicológicas.
El fenómeno que nos ocupa, Gundam, es una muestra fehaciente de ello. Una que más allá de homenajear a los robots gigantes, hace una escisión en el seno de la psicología para ofrecernos una experiencia con muchos matices.
Un saludo y buen artículo ^^
José Miguel
19 enero, 2021 at 5:30 pm
Muchas gracias por tus palabras, me alegro de que te haya gustado el artículo.
Sin duda Japón quedó marcado por el horrible final de la guerra, y ello queda patente en numerosas obras y de numerosas formas, pero siempre con un factor común y es el miedo a lo desconocido y a fuerzas tan potentes y devastadoras como fue la bomba atómica. Es un tema que da para mucho y que quizá vuelva a explorar más adelante.
Un saludo y muchas gracias de nuevo.