Despide tu infancia con ‘Digimon Adventure: Last Evolution Kizuna’
Es un miércoles cualquiera al mediodía. El sol aprieta fuerte, aunque todavía corre una refrescante brisa. La primavera comienza a despuntar y las risas de tus compañeros a la salida del colegio inundan las calles. Pero no tienes tiempo para fijarte en las flores que se abren, en el polen que flota en el ambiente o en la luz que acaricia tu cara. Es importante que llegues a casa. No es solo que la comida recién preparada se esté enfriando sobre la mesa. O que luego tengas que volver a clase. Hoy, como sucede de lunes a viernes sin excepción, emiten un nuevo capítulo de Digimon.
Para quienes disfrutamos de la infancia a comienzos de siglo, este era un ritual común. La hora de ver los dibujos en mi casa era sagrada. Todavía soy capaz de visualizar cómo mi hermano y yo dejábamos las mochilas tiradas junto a la puerta antes de lanzarnos sobre la televisión, con los nervios de quienes van a descubrir una nueva aventura en ese extraño y maravilloso mundo creado de datos. Pero nuestra experiencia no es única, ya que, dentro de una oferta de series animadas bastante amplia, la ficción producida por Toei Animation supo destacar y se convirtió rápidamente en un éxito digno de ser comentado en los descansos entre asignaturas de toda España.
Los millennials —que crecimos rodeados de anime antes de que se produjese el gran boom de la ficción japonesa en nuestro país y de que supiéramos siquiera lo que significaba esta palabra— aun recordamos con cariño a la primera tanda de niños elegidos, pues se convirtieron en nuestros referentes juveniles mientras nos enseñaban importantes lecciones sobre el valor de la amistad, el trabajo en equipo y la bondad. Con la llegada de Digimon Adventure a nuestras pequeñas pantallas el 28 de febrero de 2000, apenas un año después de su debut en Japón, se inaugura el éxito de una franquicia que ahora ha cerrado un ciclo. Sin embargo, para descubrir la importancia que tiene Last Adventure Kizuna en el desenlace de esta saga, antes es interesante bucear en la (digi)evolución que sus protagonistas han experimentado a lo largo de los años.
Cuando conocimos al grupo liderado por Tai y Matt en la serie madre —nacida, a su vez, a partir de un tipo de Tamagotchi en el que debías cuidar y entrenar a un Digimon—, los ocho niños tenían alrededor de 11 años. Durante los 54 capítulos que duraron sus primeras aventuras los vimos madurar junto a sus compañeros digitales, en un camino de autodescubrimiento en el que se enfrentaron a sus primeros problemas reales. Al luchar con diferentes villanos, logran sobreponerse a sus debilidades y descubren sus fortalezas. De hecho, sus distintos emblemas servían de alegoría directa, ya que representaban la cualidad positiva más definitoria de cada uno, aquella que los hacía únicos.
Porque, si algo caracterizaba a Adventure, era el carisma de sus protagonistas y lo bien que se complementaban sus personalidades. La rivalidad entre Matt y Tai funciona porque el primero es serio y reservado, mientras que su compañero es directo y lanzado, de forma que era inevitable que chocaran en su manera de hacer frente a la vida. Eso hizo que todos los chavales estuviésemos tan enganchados a sus aventuras. Eso, y la posibilidad de vernos reflejados en aquellos muchachos que, en el fondo, solo querían volver a casa. A lo largo del camino, sus relaciones se fortalecen, se forman vínculos irrompibles y aprenden a trabajar en equipo. Es decir, que detrás de las batallas espectaculares y las digievoluciones cada vez más poderosas, se esconde una historia de superación y crecimiento… que cierra con los humanos teniendo que regresar a la realidad, dejando atrás a sus amigos hechos a base de píxeles, pero llevándose con ellos las enseñanzas aprendidas.
Como el coming of age funcionó tan bien, era inevitable que volviéramos a encontrarnos con este grupo de héroes. La verdad es que no tuvimos que esperar demasiado, porque una semana después de que hubiera finalizado la serie en Japón se estrenó su continuación, que en España fue conocida simplemente como Digimon 02. Aunque ahora unos Kari y TK preadolescentes recogían el testigo de sus hermanos y se formaba un nuevo grupo con otros tres compañeros de colegio, parte de la gracia residía en las apariciones puntuales del equipo original, que se dejaban caer para ayudar siempre que era posible. Era interesante observar cómo los miembros más jóvenes tenían que ocuparse ahora de mantener a salvo ambos mundos de una nueva amenaza mientras que los anteriores elegidos estaban ocupados con la llegada a la pubertad. Sus espectadores en aquel momento no habíamos crecido tanto, de modo que la sombra de la adolescencia era más atractiva que aterradora.
Después de 50 episodios, esta secuela terminaba con un prólogo que nos trasladaba a un futuro en el que todos los niños habían crecido, tenían descendencia —porque, bueno, de la carga familiar y la heteronorma no te libran ni los Digimon— y se reunían en el Mundo Digital para dejar que su prole iniciara su propia aventura. En aquellos momentos reconozco que aquel final de cuento me pareció perfecto, un broche esperanzador para quienes siempre quisimos tener un compañero para «luchar juntos contra el mal». El caso es que con esto se ponía punto final a una saga concreta dentro de una franquicia que todavía tenía mucho que decir. El distanciamiento de las dos primeras series se confirmó con los estrenos primero de (la excelente) Digimon Tamers y luego de Digimon Frontier, que ni siquiera tenían lugar en la línea temporal previa. Así, se inauguró una nueva era para Digimon, que continuó ampliando sus tentáculos en distintos medios, con un éxito relativo, cambiante y, de alguna manera, siempre incapaz de replicar el impacto que había logrado de la mano de Agumon, Gabumon y el resto de sus amigos.
Quizá para recuperar la relevancia obtenida en sus inicios, quizá conscientes de la popularidad de los revivals de tintes nostálgicos que se estaban produciendo o, seguramente, por una combinación de ambos elementos, como parte de la celebración del 15 aniversario de Adventure se anunció una continuación llamada Digimon Adventure Tri. En teoría, esta nueva historia era una secuela directa de las anteriores y se situaba tres años después de lo visto en 02, pero… había algo diferente, algo extraño que no terminaba de cuadrar. No es solo que los nuevos diseños, que buscaban alejarse de los antiguos, solo conseguían diluir las personalidades que los protagonistas reflejaban en sus atuendos. Tampoco el hecho de que intentaba ser una obra más madura y adaptada a los nuevos tiempos al alejarse de la estructura episódica de sus predecesores para apostar por un tono más cercano al thriller de acción. Ocurría algo más, fruto de la mala decisión de convertir en el centro de la trama a un personaje que no acababa de encajar con los demás —esa Meiko Mochizuki, viva imagen del dandere— y la incapacidad del conjunto de resultar lo suficientemente atractivo para unos espectadores que habían crecido.
Por mucho que emplease una banda sonora capaz de retrotraernos a la infancia, estas seis OVAs no funcionaban por su historia deshilachada, que no sabía ni aprovechar la trama principal ni emocionar con la presencia de conflictos asociados a la adolescencia. Si a esto sumamos un fanservice bochornoso, el conjunto era, más allá de mediocre, decepcionante. Encima, nos dejaban con la intriga de descubrir qué había pasado con los personajes de 02, los grandes ausentes de esta entrega, a quienes el resto de niños parecían haber olvidado. Por todo ello, la llegada de Last Adventure Kizuna me despertaba tanta curiosidad como recelo.
Es cierto que su tráiler parecía marcar un camino diferente, más preocupado en conectar con las inquietudes actuales de sus espectadores, y que su equipo técnico era lo suficientemente llamativo como para darle una oportunidad. Volvían Hiromi Seki como productor tras haberse encargado de las series originales, se recuperaban los diseños de personajes de Katsuyoshi Nakatsuru y el guion corría a cargo de Akatsuki Yamatoya. A su vez, se apostaba por nuevos talentos para la franquicia, como Tomohisa Taguchi (director de las películas de la saga Persona) en la labor de dirección y Harumi Fuuki (ganadora de un Premio de la Academia Japonesa por su trabajo en Waga Haha No Ki) como compositora principal. El resultado que consiguen es, sin ninguna duda, excelente. Más allá de que la película ofrezca una animación atractiva y una tan cuidada acción que incluso es fácil pasar por alto los momentos en un 3D regulero, o de que la banda sonora sepa encontrar un equilibrio entre los temas clásicos y los nuevos, el conjunto es sólido gracias a una trama que, en vez de ceder a las concesiones nostálgicas, es un alegato a favor de madurar, con todo lo que eso implica.
Para quienes no lo sepan —y sin entrar en spoilers—, Last Evolution Kizuna parte de la premisa de que, una vez te conviertes en adulto, el vínculo con tu Digimon se debilita hasta desaparecer. Por eso, ahora que Tai y Matt están terminando la universidad, deben hacer frente a esta incómoda verdad. El propio título del film deja bien claro que gira alrededor de los lazos emocionales, pues el concepto japonés Kizuna hace alusión a la relevancia de los vínculos que formamos. Todo el peso emocional de la historia reside en esta decisión, en cómo actuar frente al hecho de que tendrás que despedirte de quién pensabas que siempre te acompañaría. Al igual que Jiji en Nicky, la aprendiz de bruja servía para marcar la entrada en la madurez de la joven protagonista, que una vez dejaba atrás la infancia perdía la capacidad de escuchar hablar a su gato, en este cierre de etapa llevan la metáfora mucho más lejos, conscientes de que crecer conlleva sacrificios.
Situada cinco años después de lo visto en Tri, uno de sus mayores errores es la falta de continuidad con lo planteado en ella. A excepción de una mención de pasada a Meiko Mochizuki, los sucesos de aquella entrega no parecen haber tenido especial impacto en los niños elegidos, lo cual tiene como ventajas que tampoco hace falta que los espectadores pasen por el trago de ver esa secuela para entender los sucesos de Kizuna y, también, que los protagonistas de 02 reciben un trato mucho más digno. Por otra parte, hay guiños puntuales tanto a la serie que lo inició todo como a la OVA original de 1999 —titulada también Digimon Adventure—, comenzando por el hecho de que la acción comienza en mitad de un enfrentamiento contra un Parrotmon que ha aparecido en Tokio. Si a esto sumamos el Bolero de Ravel como acompañamiento mientras Agumon digievoluciona y comienzan los golpes, la morriña está servida.
Sin embargo, esto es solo una estrategia para que bajes la guardia y te confíes, porque sus intenciones huyen de la melancolía barata y las referencias continuas. Como ya reza el texto que aparece al comienzo del film, «esta no es una historia sobre el pasado». A través de un enfoque más íntimo y centrado casi en exclusiva en Matt y Tai, la película muestra con crudeza y sin reparos las implicaciones de crecer. No tiene miedo en ser directa y amarga, de romper nuestro corazón y dejarnos claro que ya es hora de dejar atrás la infancia. Su mayor acierto es tener claro el público al que se dirige. Su target somos los jóvenes adultos nostálgicos, que crecimos con Digimon y que, quizá, esperábamos volver durante unos minutos a esos tiempos más sencillos. Pero Last Evolution Kizuna nos explica que no se puede. No solo eso, sino que tampoco debemos. El crecimiento forma parte de la vida y no hay que tener miedo al futuro, por aterrador que nos parezca.
En ese sentido, el villano final funciona bien hasta el punto de que no te planteas que haya situaciones que parecen recicladas de Tri o lo previsible del giro. No importa que sea evidente, porque lo es de una forma coherente que no hace más que apoyar el mensaje final. Por otro lado, es cierto que hay ausencias dolorosas y que el hecho de que personajes como Mimi y Joe queden en un tercer plano parece injusto. Aunque nada es tan inaceptable como el trato que recibe Sora, quien apenas sale en un par de secuencias en toda la película. El problema es que una parte de la audiencia seguramente desconozca la existencia del corto-precuela To Sora, que lanzó Toei Animation de manera gratuita en YouTube para explicar el camino que había decidido seguir el personaje.
De todas formas, pasada la decepción inicial, no puedo dejar de preguntarme si esto es parte de la moraleja. En la vida, hay personas importantes que desaparecen de ella sin apenas dar explicaciones. El tiempo parece fluir diferente cuando crecemos y, a medida que las responsabilidades caen sobre nuestros hombros, pasar ratos con los amigos se vuelve más complicado. Es posible que Sora ya fuese consciente de ello, que quisiese seguir adelante sin mirar atrás, como explica en el corto. Por otro lado, es posible también que esto sea inmerecido para una protagonista que fue tan querida. Pero, de alguna forma, que la película cambie la coralidad de la serie para centrarse en sus dos protagonistas la vuelve más efectiva y nos regala momentos tan demoledores como ese Agumon que observa con ternura a Tai antes de decirle lo mucho que ha crecido.
Al final, creo que lo mejor es que los espectadores que recuerdan con cariño su paso por el Mundo Digital disfruten por sí mismos de la experiencia. No van a encontrar lo que esperan, pero sí algo mejor, más arriesgado de lo que hubiese imaginado y, por ello, mucho más interesante. Aunque en Japón se estrenó el 21 de febrero de 2020, aquí hemos tenido que esperar un poco más, ya que, a causa de la pandemia, su debut en salas se ha retrasado en varias ocasiones. Finalmente, será el 31 de este mismo mes cuando puedas vivir esta última aventura. A diferencia de lo ocurrido con Digimon: La película, esta vez tenemos el metraje al completo y sin alteraciones, que llega de la mano de Selecta Visión respetando la versión japonesa y recuperando las voces de los protagonistas en España. Perfecto para decir adiós por todo lo alto.
En realidad, no tenemos por qué despedirnos de la saga —que, entre otras cosas, estrena el videojuego Digimon Survive en algún momento del año—, ni tan siquiera de estos protagonistas, ya que hace unos meses se estrenaba Digimon Adventure, un reboot de la serie homónima que traslada la acción al 2020 para ofrecernos unos capítulos repletos de acción y que, al menos por ahora, se alejan de la introspección de la serie original. Sin embargo, después de haber visto Last Evolution Kizuna, está claro que debemos dejar que esta nueva versión llegue a una audiencia más joven y entender, de una vez por todas, que ya no somos su público objetivo. Veinte años después de descubrir el Mundo Digital, ha llegado el momento de aceptar que nos hemos hecho mayores y que no se puede vivir de la nostalgia. Atesoremos los grandes momentos que Digimon nos ha dado y abrazamos lo que somos gracias a ella, pero sin buscar retornar a aquellas tardes de primavera, pegados frente a la televisión, sin más preocupaciones que descubrir cómo aquellos niños podrían vencer al siguiente villano. Es hora de asumir que tenemos que enfrentarnos a la aventura de crecer, que puede ser dolorosa, triste y cruel, pero igual de emocionante que la infancia.