Alquimia y shōnen
El cuerpo es un campo de batalla. También es un texto donde nos escribimos y un lienzo donde dibujamos nuestros sueños, esperanzas y desesperaciones. Pienso mucho en el cuerpo, en mi cuerpo, porque está completamente roto.
Soy de la generación que creció, en España, con la santa trinidad de shōnen moderno: Naruto, One Piece y Bleach. Salían a la vez en la tienda de cómics donde los compraba (la primera tienda que se dedicaba exclusivamente a ello en mi pequeña ciudad) y eran la promesa con la que me bombardeaban por todas partes. Los tres tenían las manías y los tics de las historias para adolescentes. Y también una fijación extraña que me atraía y me repelía con el cuerpo.
Al ser historias de acción, era inevitable que el cuerpo de los protagonistas fuera la herramienta para hacer avanzar la trama y plantear conflictos. Por no hablar del diseño de los personajes, totalmente ligados al cómo se ven y cómo visten. Luffy era de goma, pero en el agua era un peso muerto. Naruto tenía dentro de él una bestia, pero antes de eso lo conocemos transformándose en una mujer. A Ichigo, directamente, lo hacen abandonar su cuerpo para que pueda hacer algo como shinigami. Las tres historias funcionan igual, tienen los mismos ritmos y personajes similares.
En esa larga lista de lo que deberías estar leyendo o tendrías que haber leído ya si eras un buen otaku en 2006 estaba Fullmetal Alchemist. Era otro shōnen, ¿no? Lo compraba a medias con un amigo, un tomo él, un tomo yo. Porque era otro shōnen, ¿verdad? Sin embargo, para ser otro shōnen, el drama inicial, que todas las otras historias también tenían, aparecía con gran violencia. Y el primer arco, la primera historia con los personajes manchándose las manos, hablaba sobre la religión como manipulación de las masas. ¿Era esto otro shōnen?
Los personajes tienen una habilidad, llamada alquimia, que aparece al dibujar un círculo de transmutación en una superficie. Esto les sirve para pelear y para resolver situaciones comprometidas. Pero podrían ser las habilidades ninja de Naruto o las Frutas del Diablo de One Piece. Y los personajes secundarios se especializan en cosas como el fuego o el hielo o la fuerza bruta porque son característicos y graciosos. Pero no era otro shōnen.
Mucho tiempo después (con 14 años no me iba a dar cuenta) descubrí una verdad en Fullmetal Alchemist: su personaje principal es discapacitado. Como yo. Necesita prótesis para poder moverse por el mundo y poder realizar su trabajo. En la multitud de ocasiones que vemos cómo le revientan estas prótesis, necesita ayuda externa y no puede practicar la alquimia con soltura. Y entonces empiezas a unir los puntos sobre la verdad de Fullmetal Alchemist: trata sobre gente herida, rota, intentando buscar la tranquilidad que su mente, cuerpo o espíritu no pueden ofrecerle.
El cuerpo es uno de los cimientos del manga y el punto de partida para muchos de sus personajes. Edward Elric no es el único en el que vemos esta temática. Su falta de pierna y brazo son un recordatorio constante del pecado cometido contra las leyes más básicas de la alquimia. Y una penitencia por ello.
Pero también los rivales directos y la personificación del desprecio de Padre por los humanos son un conjunto de cuerpos, aunque suene obvio. Envy, por ejemplo, oculta su verdadera corporeidad, ya que esta pasa de ser aterradora al ojo humano y se compone de un centenar de cuerpos pidiendo piedad a un homúnculo pequeño que da risa. Greed decide convivir dentro de un cuerpo ajeno, el de Ling, provocando una escisión en su psique que será fundamental para el crecimiento del personaje y uno de los temas de la historia. La lista sigue, uno por uno, con doppelgangers en la versión anime de 2003 y falsas apariencias en el manga, como Wrath y Pride.
Por supuesto, Fullmetal Alchemist es una historia de personajes. Y todos estos transitan por el mundo mostrando un rostro, mientras ocultan un dolor, una pena o una carga que se siente como inabarcable. Quizás los dos personajes, mis favoritos, donde se trata el cuerpo como ese lugar de batalla, de espacio político, de identidad personal y de creación textual, sean Riza Hawkeye y Alex Louis Armstrong.
Sin querer explayarme, Alex parte de la imagen ideal de la masculinidad monolítica, una idea que también influyó de forma significativa en mi adolescencia y en mi dieta cultural, para mostrarse como algo más de lo esperado. Los hombres fuertes, musculosos, que me fascinaban en la adolescencia (la WWE, Arnold Schwarzenegger y las películas de acción ochenteras y noventeras) sufrían todo lo que sufría Alex, pero no se expresaban como se expresa él, lleno de cariño, dulzura, amor y una honda tristeza.
Riza, de la misma aunque opuesta manera, es un personaje al que no define una idea abstracta de feminidad ni, en último lugar, una relación romántica con Roy Mustang. Y toda su psique se podía adivinar en una de las viñetas altamente contemplativas de Arakawa.
En resumidas cuentas, y como en toda obra cultural, uno ve lo que quiere ver y encuentra lo que está decidido a buscar. La ficción sirve, en gran medida, como artefacto reparador. No tenemos alquimia, pero tenemos la capacidad para crear y desarrollar historias imposibles en mundos inalcanzables. Podemos encontrar verdadero horror, pero también consuelo en estas historias. Quizás no arreglen lo que está roto, pero ayudan a ver la grieta en la pared con una mirada más benigna, más positiva.
Fullmetal Alchemist es una historia, en sus múltiples formas, reparadora, positiva, beligerante y esperanzadora para aquellos que están rotos. También compleja y profunda. Y aquí lo vais a descubrir.
*Prólogo extraído del libro Tras la Puerta de la verdad: Explorando Fullmetal Alchemist, de Mariela González, disponible en tiendas y en heroesdepapel.es*