Me alegro de verte, cowboy espacial
La era de los remakes, de los reboots, de las franquicias todopoderosas y de las adaptaciones live action es también la de los críticos cobardes. Hay excepciones, claro. Por supuesto. Pero pese a ellas no resulta exagerado decir que muchas redacciones en los medios culturales actuales están llenas de eternos adolescentes. De aquellos jóvenes —ya crecidos— que sabían recitar filmografías de memoria o eran capaces de recordar todos los juegos lanzados por Nintendo en 1993. Fans antes que periodistas que supieron convertir, gracias a labia, suerte o verdadero talento, sus obsesiones en profesión. Y esto no tendría nada de malo si no fuera por las redes sociales.
En noviembre del 2018 el periódico inglés The Guardian publicaba una conversación entre Susannah Clapp, crítica teatral, y Simran Hans, redactora cinematográfica, en la que ambas mujeres discutían el papel del periodista cultural frente a la furiosa e instantánea opinión que fluye sin descanso en Twitter, Facebook, YouTube e incluso empieza a aparecer de forma tímida en algunas historias de Instagram. Durante la entrevista cruzada, ambas mujeres definen la crítica como un arte que, además de perfeccionarse en sí mismo con la práctica, es imprescindible para pulir a todos los demás. Pero para muchos críticos el límite en cuanto a su calidad profesional se encuentra en el análisis con perspectiva social. En la inclusión y representación de minorías.
Muchos de los críticos que durante años se han limitado a evaluar la dirección, la fotografía o los arcos argumentales principales y secundarios en series y películas, se encuentran ahora incapaces de estudiar la representación de la mujer, de identificar tropos relacionados con la comunidad LGBTI+ o de interpretar con acierto temas de inclusión racial. Es aquí donde las redes sociales y las plataformas de creación de contenido han venido a nuestro rescate, dando espacio a nuevas voces diversas con muchas ganas de tomar por asalto una profesión tradicionalmente masculina, blanca y cishetero. Una de las voces más destacadas de esta joven generación es, sin duda, Francesc Miró. Uno de esos periodistas sin miedo.
Mientras profesionales de la crítica con años de experiencia a sus espaldas se niegan a examinar si, efectivamente, hay algo problemático en todos esos chistes tránsfobos con los que se reían en Ace Ventura, al tiempo que periodistas reputados siguen sin admitir que El club de la lucha es mucho más que una cinta molona que citar para ligar, Miró examina todo con cuidado. Revisando el contexto, analizando las formas, disculpando lo necesario y atacando lo imperdonable. Interpretando. Miró es un crítico de su tiempo que no tiene problemas en hablar de la representación de la paternidad en la ficción animada o de señalar, si es necesario, que quizás, el hecho de que los cazafantasmas originales fueran hombres tampoco convertía la película en una obra maestra.
Lo más interesante de Réquiem por un vaquero espacial: descubriendo el universo de Cowboy Bebop es cómo Miró es capaz de sumergirse de nuevo en una obra de culto y tan compleja como Cowboy Bebop escuchando a la vez al fan casi adolescente que fue y al crítico profesional en el que se ha convertido. Sin complejos, el libro alterna entre el agradecido entusiasmo del que vuelve a una obra que lo definió como consumidor y el tono despegado del analista que desea eliminar el ruido para centrarse en los detalles clave que definen una ficción.
La introducción, titulada «La galaxia de vez en cuando», ya es toda una declaración de intenciones. Miró no solo rompe el canon no escrito sobre libros temáticos al escribir de una serie que encontró ya de adulto —y que, por tanto, no definió su infancia— sino que admite, sin vergüenza, que incluso los cinéfilos, los más educados y con más referentes, también se dejan encandilar por las luces de colores brillantes. Y la solución, propone Miró, es la humildad. Sentarse de nuevo con la mente abierta a comprobar si detrás del swing y el carisma de los protagonistas hay alguna idea interesante. Miró no encuentra solo una sino un buen puñado y admite que con cada revisión le sorprenden algunas más. Que la obra cambia según la luz que él mismo le proyecta.
Según ese canon no escrito que el mismo Miró referencia, Réquiem por un vaquero espacial podría conformarse con ser un ejercicio de documentación. Con alinear, tras una introducción personal, un par de capítulos sobre el autor, la creación de la serie y la producción. Dedicar el grueso del libro a analizar, capítulo a capítulo, la totalidad de la obra. Pero como la propia Cowboy Bebop, el libro rompe expectativas. En sus páginas se suceden anécdotas sobre la historia del western y el nacimiento del jazz. Ideas sobre la intención autoral de una obra, sobre la amistad entre hombres y sobre la mirada cosificadora en una mujer de tinta.
Precisamente esta mujer de ensueño, Faye Valentine, y el contraste entre el diseño y la presentación de personajes femeninos y masculinos, protagoniza uno de los capítulos más estimulantes del libro. En «La cuestión del género en el cosmos Watanabe», Miró realiza una voluntaria autodeconstrucción que le lleva, no solo a analizar los matices problemáticos que como varón blanco heterosexual podría haber ignorado, sino a configurar una especie de manual para enfrentarnos sin peros a las ficciones. Para que no necesitemos una excusa para disfrutar de una serie machista —o racista, u homófoba— sino que podamos hacerlo, sin reticencias, desde el aprendizaje y el crecimiento. Este parón, tan necesario para unos como prescindible para otros, es el ejemplo más nítido de por qué es necesario que volvamos a Cowboy Bebop y por qué es una suerte que nuestro guía sea Miró. Porque el espacio es vasto y frío y si nos embarcamos en la búsqueda de significado, qué mejor que hacerlo con un buen capitán. Un guía atento no solo a las referencias sino a los propios peligros que encontraremos en nuestro viaje.
Réquiem por un vaquero espacial ha supuesto para mí un alto en el camino. Como periodista cultural y como amante del ensayo, me costaba —me sigue costando— confiar en esos señores, críticos canallitas, que con la ceja en alto y una dialéctica cercana a la verborrea se empeñan en repetir diálogos y curiosidades mientras alaban el poderío técnico de los planos secuencia. Tipos que hablan mucho, escondiendo conscientemente una serie de cuestiones artísticas y sociales que no quieren que miremos. Que ellos mismos no están preparados para tratar.
Miró no solo no esconde, sino que señala. Se baja al fango con las minorías y otros colectivos infrarrepresentados, no para educarnos, sino para decirnos que tenemos razón. Que nos ha escuchado atentamente y que ahora sí nos entiende.
Pero si hay algo que me ha sorprendido durante mi lectura es que Francesc —ahora ya es Francesc— es capaz de admitir lo cool de Spike sin necesitar convertirse en él. Alabar lo bien que queda en pantalla esa imagen de chico duro atormentado y reivindicar a la vez, entre líneas al principio, pero con claridad en el capítulo final, la importancia de expresar nuestros sentimientos. De ser más como Ed.
Sin embargo, y aunque el autor se identifique espiritualmente con la ingenua heroína, a pesar de que admire su candor e inocencia, a nosotros no nos engaña. Francesc no es un duro cowboy espacial pero tampoco un sencillo espectador que se conforma con perderse en el color y la música. Es un analista orgullosamente subjetivo que tiene un maravilloso secreto: sabe que los sentimientos son tan importantes como el conocimiento. Y no duda en dejarlos fluir.
En los últimos párrafos de este profundo análisis que viene a continuación se nos invita a tejer una red de apoyo que no nos deje caer. A acercarnos más que nunca a nuestras parejas, familias y amigos. Gracias a Réquiem por un vaquero espacial he podido conocer más sobre una de las series más influyentes dentro de la animación japonesa pero también mucho y en profundidad sobre la crítica cultural y mi amigo Francesc. Y no dudo de que su franqueza llegará a todos. Él no cree que cultura que consumimos nos haga mejores y aquí debo disentir. A fin de cuentas, los buenos textos despiertan sentimientos y estos son los que conectan todos los planetas del Sistema Solar. Negarlos, como hace Spike, supone estar roto.
Termino aquí. Es hora de embarcar. La Bebop está ya preparada, la música suena como siempre por los altavoces y, sin embargo, este viaje será diferente. No vamos a las estrellas. Francesc nos anima a perseguir la humanidad.
*Prólogo extraído del libro Réquiem por un vaquero espacial. El universo de Cowboy Bebop, disponible en tiendas y en heroesdepapel.es*